sábado, 18 de agosto de 2012

DÍA 7: WICHITA FALLS - AMARILLO


Millas recorridas: 307

Intentamos madrugar un poco más que ayer, y tirarnos menos tiempo desayunando. Ayuda lo de que la máquina de gofres los saque con una aburrida forma redonda y que no haya partido de baloncesto ni bolsa enorme de ropa para lavar.

A las 9 más o menos nos ponemos en marcha. Tenemos poco más de 200 millas hasta Amarillo, nuestro destino hoy, pero vamos a dar un rodeo para coger la ruta 66 (hit the sixty six dicen por aquí) en Elk City, Oklahoma, de manera que nos vamos a ir por encima de las 300 fácilmente.


Cuando las millas se acumulan, uno encuentra diversión en cualquier cosa...

En las primeras millas pasan por las ventanillas las amplias llanuras del norte de Texas, salpicadas de pozos de petróleo a un lado y otro de la carretera. Hay refinerías y petroquímicas en cada pueblo, está claro que si “everything is bigger in Texas” es porque caminan sobre billetes.



Nos salimos de la 287 y tomamos la 283 hacia Oklahoma. Esta carretera nos saca por el norte de Texas tras cruzar el Red River, que tenía poco de red y poco de river…

En los primeros pueblos de Oklahoma empezamos a ver auténticos cascajos Yankees, tanto en funcionamiento como en desuso. Como por ejemplo éstos en Altus:



Unas millas más adelante, en medio de la llanura aparece un pueblo llamado Granite, no hay que darle muchas vueltas al nombre cuando ves desde lejos el piedro de granito que se levanta junto a las casas. Nos sorprende lo bien cuidado que está todo, en contraste con los sitios que acabamos de pasar, en los que cada familia parece tener su desguace particular en el jardín de casa.


Llegamos a Elk City, donde los carteles de la Ruta 66 inundan el pueblo. Imaginamos que será así en cada uno de los sitios que vaya atravesando la ruta. El dólar es el dólar y esta gente son maestros a la hora de cazarlo.

Al este del pueblo tenemos el museo de la Ruta 66, donde entramos pagando $5 por barba. Un precio bastante cojonudo para lo bien montado que está todo. Vale que no ves grandes obras de arte ni antiguallas de hace siglos, pero creedme: merece la pena.


Nos reciben unas señoras que, hablando despacio y claro, nos explican todo lo que hay que ver. Se nota que ya hemos salido de la zona en la que ven dos extranjeros al año. Eso contando como extranjero al del condado de al lado.


We don't dial 911

El museo está dividido en varios edificios: museo del transporte, otro general de la ruta, y luego una recreación de un poblado de los pioneros de hace siglo y pico. Nos tiramos tranquilamente dos horas dando vueltas por aquí, y terminamos en la cantina decorada en plan años 50, charlando con un par de paisanas mientras tomamos una root beer, un doctor peeper y unas cocacolas y ponemos temazos en la jukebox de vinilos.


Las señoras nos piden que pongamos una chincheta en el mapamundi que tienen en la pared, en el que vemos que somos el tercer o cuarto grupo de españoles que pasa por allí (habrá unas 10 chinchetas en la península). Pero nada comparado con Francia, Alemania o Reino Unido, donde no cabe una más. Nos dicen que de Europa ellas han estado en Roma, París y Londres, y que lo que más les llamó la atención fueron los coches pequeños (vale), que no ponemos hielo en las bebidas (ein?) y que se tiraron todo el viaje comiendo jamón y queso… espere un momento, señora, ¿Dónde ha estado usted?

A la salida nos damos de bruces con este Impala aparcado en la casa de enfrente. Un par de millas en la 66 y no los clásicos salen de debajo de las piedras.


Desde Elk City enfilamos hacia el oeste, a tramos por la interestatal, y a tramos por la antigua ruta, que circula paralela. Numerosas gasolineras y moteles abandonados a pocos cientos de metros del trazado de la nueva autopista dan fe del trazado antiguo.


En Shamrock entramos a ver una imagen típica de la Ruta, el U Drop Inn, pero justo antes del pueblo a mano derecha nos encontramos un desguace donde se pudren al sol cientos de clásicos americanos. El señor Barrenos pierde el control y quiere saltar la valla a llenar la maleta de souvenirs gratuitos, pero al recordarle que probablemente el dueño ya nos esté apuntando con su rifle de asalto desde la ventana de su casa, conseguimos que desista y que simplemente los mire desde detrás de la alambrada. Hay decenas de Edsel, Mustangs, Hudsons… la imagen es memorable. Sin embargo, el calor y los ruidos de algo grande arrastrándose entre las hierbas nos terminan echando de allí.


El U Drop Inn es sin duda un edificio en el que los creadores de Cars se fijaron a la hora de dibujar Radiator Springs. Cualquier niño que pase por aquí te lo reconocería al momento.


Al final del pueblo paramos a hacer unas fotos con una camioneta de los 50 aparcada/abandonada junto a un surtidor, y un grupo de moteros italianos nos alcanza. Tras intercambiar saludos y preguntarnos de donde somos, nos vamos berreando por la ventanilla: “Forza Ferrari, Forza Alonso…!”. Que se note de dónde venimos, no?

Volvemos a la Interestatal 40, y unas millas más allá llegamos a Groom, famoso por su torre de agua inclinada y porque dicen que tienen la cruz más grande del mundo (los cuatro juraríamos que no lo es, pero con la cantidad de freaks de los récords que hay por aquí, no ponemos la mano en el fuego).

Igual que la Torre de Pisa, os podéis imaginar el tipo de fotos chorra que cayeron aquí

Hoy no hemos comido nada desde el desayuno, la hormigonera pide alimento, pero si estamos pasando hambre, es porque sabemos donde vamos a merendar. Y aquí no se puede venir con el hambre a medio gas. Llegamos a Amarillo, y en una de las primeras salidas de la interestatal, paramos en el Big Texan Steak Ranch.



Este sitio, mundialmente famoso (aún más desde que en Los Simpson le dedicaron un capítulo) no puede ser más mítico. La historia ya la contamos hace tiempo, la atracción es ver a algún animal intentar meterse un steak de 72 onzas (2Kg), con su guarnición de patata asada y fritanga de gambas, en menos de una hora. En ese caso, la casa invita.

Nosotros conocemos nuestras limitaciones, además de que no podemos permitirnos pasar un día en un hospital con indigestión, así que nos sentamos lejos de la mesa de los zumbaos, que por el momento está vacía.


Pedimos la versión “de juguete” del steak, unas 18 onzas de carne y el mismo acompañamiento que el de los campeones. El mantel de la mesa nos recuerda el record actual, un tío que se ventiló las 72 onzas en 8 minutos y 52 segundos. Amigo: tú no tienes boca, tienes una alcantarilla.

Mientras llegan nuestros platos, se sube el primer pirao, un tirillas de California. Un camarero le presenta como si fuera el nuevo quarterback estrella de los Miami Dolphins, le pone el contador en marcha y le deja con lo suyo, que no es poco, en medio de los aplausos de todo el comedor…


Nuestros platos llegan, un pedazo de carne del tamaño de dos puños para cada uno. El de las 72 onzas te gana psicológicamente antes de que metas el primer bocado en la boca, seguro. Sin embargo, y a pesar del tamaño, el steak está cojonudo. Y cuando acabamos, nos hemos quedado perfectos. Entre los ya clásicos fantasmeos del señor Tuercas, que nos asegura que se comería otros dos, acabamos pidiendo un par de postres para compartir.

Misión cumplida, y lo que es más importante: ridículo en público evitado

Menudos postres, con uno de éstos subes al Everest y bajas. Y no te hacen falta sherpas. Fue lo que nos mató, incluso compartiéndolos. Pedimos la cuenta, dejamos el porcentaje correspondiente de propina al camarero cowboy y nos vamos de allí luchando por respirar.


Por cierto, en la hora y pico que pasamos allí, 6 tíos se subieron a intentar la hazaña, y ninguno lo logró. Además, el señor Barrenos nos aseguró que a uno lo oyó entrar al baño a entablar conversación con el señor Roca nada más bajarse de la mesa…

Aprovechando la luz del atardecer, vamos al otro lado del pueblo a ver otra de las atracciones de la Ruta 66: Cadillac Ranch. En medio de un descampado lleno de botes de spray, se levantan los culos de 10 Cadillac perfectamente alineados. Está lleno de niños que hacen graffitis de mierda con un bote en cada mano, mientras los padres los observan orgullosos, como si estuvieran en la representación de navidad de la escuela, o nadando con delfines, yo qué sé…


Los pobres cacharros ya tienen más pintura que chapa

 Nos damos cuenta de que no hemos traído nuestro bote para dejar la firma, así que nos ponemos a buitrear por el suelo. El señor tuercas encuentra uno verde en el que parece que queda suficiente para escribir cuatro letras, y deja la firma gorilesca en el maletero del segundo (o noveno) Cadillac.


Ya no hay luz para ver nada más, así que después de preguntar en un Holiday Inn y que nos digan que $135, nos vamos “a casa”, los Best Western nos están molando y están mejor de precio, así que no miramos ni uno más. Esto se está convirtiendo en una tradición…


2 comentarios:

  1. Me ha encantado la historia sobre el filete de 72 onzas con guarnicion. Siempre pense que era un mito que una persona pudiera ingerir tal cantidad de carne sin morir en el intento...Enhorabuena por este blog tan entretenido que te debe llevar su tiempoi escribirlo...

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  2. Hay bastante tiempo de interestatal coñazo para escribir jejeje... un abrazo!

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