Millas recorridas: 307
Intentamos madrugar un poco más que ayer, y tirarnos menos
tiempo desayunando. Ayuda lo de que la máquina de gofres los saque con una
aburrida forma redonda y que no haya partido de baloncesto ni bolsa enorme de
ropa para lavar.
A las 9 más o menos nos ponemos en marcha. Tenemos poco más
de 200 millas
hasta Amarillo, nuestro destino hoy, pero vamos a dar un rodeo para coger la
ruta 66 (hit the sixty six dicen por aquí) en Elk City, Oklahoma, de manera que
nos vamos a ir por encima de las 300 fácilmente.
Cuando las millas se acumulan, uno encuentra diversión en cualquier cosa...
En las primeras millas pasan por las ventanillas las amplias
llanuras del norte de Texas, salpicadas de pozos de petróleo a un lado y otro
de la carretera. Hay refinerías y petroquímicas en cada pueblo, está claro que
si “everything is bigger in Texas” es porque caminan sobre billetes.
Nos salimos de la 287 y tomamos la 283 hacia Oklahoma. Esta
carretera nos saca por el norte de Texas tras cruzar el Red River, que tenía
poco de red y poco de river…
En los primeros pueblos de Oklahoma empezamos a ver
auténticos cascajos Yankees, tanto en funcionamiento como en desuso. Como por
ejemplo éstos en Altus:
Unas millas más adelante, en medio de la llanura aparece un
pueblo llamado Granite, no hay que darle muchas vueltas al nombre cuando ves desde
lejos el piedro de granito que se levanta junto a las casas. Nos sorprende lo
bien cuidado que está todo, en contraste con los sitios que acabamos de pasar,
en los que cada familia parece tener su desguace particular en el jardín de
casa.
Llegamos a Elk City, donde los carteles de la Ruta 66 inundan el pueblo.
Imaginamos que será así en cada uno de los sitios que vaya atravesando la ruta. El
dólar es el dólar y esta gente son maestros a la hora de cazarlo.
Al este del pueblo tenemos el museo de la Ruta 66, donde entramos
pagando $5 por barba. Un precio bastante cojonudo para lo bien montado que está
todo. Vale que no ves grandes obras de arte ni antiguallas de hace siglos, pero
creedme: merece la pena.
Nos reciben unas señoras que, hablando despacio y claro, nos
explican todo lo que hay que ver. Se nota que ya hemos salido de la zona en la que
ven dos extranjeros al año. Eso contando como extranjero al del condado de al lado.
We don't dial 911
El museo está dividido en varios edificios: museo del
transporte, otro general de la ruta, y luego una recreación de un poblado de
los pioneros de hace siglo y pico. Nos tiramos tranquilamente dos horas dando
vueltas por aquí, y terminamos en la cantina decorada en plan años 50,
charlando con un par de paisanas mientras tomamos una root beer, un doctor
peeper y unas cocacolas y ponemos temazos en la jukebox de vinilos.
Las señoras nos piden que pongamos una chincheta en el
mapamundi que tienen en la pared, en el que vemos que somos el tercer o cuarto
grupo de españoles que pasa por allí (habrá unas 10 chinchetas en la península).
Pero nada comparado con Francia, Alemania o Reino Unido, donde no cabe una más.
Nos dicen que de Europa ellas han estado en Roma, París y Londres, y que lo que
más les llamó la atención fueron los coches pequeños (vale), que no ponemos
hielo en las bebidas (ein?) y que se tiraron todo el viaje comiendo jamón y
queso… espere un momento, señora, ¿Dónde ha estado usted?
A la salida nos damos de bruces con este Impala aparcado en
la casa de enfrente. Un par de millas en la 66 y no los clásicos salen de
debajo de las piedras.
Desde Elk City enfilamos hacia el oeste, a tramos por la
interestatal, y a tramos por la antigua ruta, que circula paralela. Numerosas
gasolineras y moteles abandonados a pocos cientos de metros del trazado de la
nueva autopista dan fe del trazado antiguo.
En Shamrock entramos a ver una imagen típica de la Ruta , el U Drop Inn, pero
justo antes del pueblo a mano derecha nos encontramos un desguace donde se
pudren al sol cientos de clásicos americanos. El señor Barrenos pierde el
control y quiere saltar la valla a llenar la maleta de souvenirs gratuitos,
pero al recordarle que probablemente el dueño ya nos esté apuntando con su
rifle de asalto desde la ventana de su casa, conseguimos que desista y que
simplemente los mire desde detrás de la alambrada. Hay decenas de Edsel, Mustangs, Hudsons…
la imagen es memorable. Sin embargo, el calor y los ruidos de algo grande
arrastrándose entre las hierbas nos terminan echando de allí.
El U Drop Inn es sin duda un edificio en el que los
creadores de Cars se fijaron a la hora de dibujar Radiator Springs. Cualquier
niño que pase por aquí te lo reconocería al momento.
Al final del pueblo paramos a hacer unas fotos con una
camioneta de los 50 aparcada/abandonada junto a un surtidor, y un grupo de
moteros italianos nos alcanza. Tras intercambiar saludos y preguntarnos de
donde somos, nos vamos berreando por la ventanilla: “Forza Ferrari, Forza
Alonso…!”. Que se note de dónde venimos, no?
Volvemos a la Interestatal 40, y unas millas más allá llegamos
a Groom, famoso por su torre de agua inclinada y porque dicen que tienen la
cruz más grande del mundo (los cuatro juraríamos que no lo es, pero con la
cantidad de freaks de los récords que hay por aquí, no ponemos la mano en el
fuego).
Igual que la Torre de Pisa, os podéis imaginar el tipo de fotos chorra que cayeron aquí
Hoy no hemos comido nada desde el desayuno, la hormigonera
pide alimento, pero si estamos pasando hambre, es porque sabemos donde vamos a
merendar. Y aquí no se puede venir con el hambre a medio gas. Llegamos a Amarillo, y en una de las primeras salidas de la
interestatal, paramos en el Big Texan Steak Ranch.
Este sitio, mundialmente famoso (aún más desde que en Los
Simpson le dedicaron un capítulo) no puede ser más mítico. La historia ya la
contamos hace tiempo, la atracción es ver a algún animal intentar meterse un
steak de 72 onzas
(2Kg), con su guarnición de patata asada y fritanga de gambas, en menos de una
hora. En ese caso, la casa invita.
Nosotros conocemos nuestras limitaciones, además de que no
podemos permitirnos pasar un día en un hospital con indigestión, así que nos
sentamos lejos de la mesa de los zumbaos, que por el momento está vacía.
Pedimos la versión “de juguete” del steak, unas 18 onzas de carne y el
mismo acompañamiento que el de los campeones. El mantel de la mesa nos recuerda
el record actual, un tío que se ventiló las 72 onzas en 8 minutos y 52 segundos. Amigo: tú no tienes boca, tienes una
alcantarilla.
Mientras llegan nuestros platos, se sube el primer pirao, un
tirillas de California. Un camarero le presenta como si fuera el nuevo
quarterback estrella de los Miami Dolphins, le pone el contador en marcha y le
deja con lo suyo, que no es poco, en medio de los aplausos de todo el comedor…
Nuestros platos llegan, un pedazo de carne del tamaño de dos
puños para cada uno. El de las 72
onzas te gana psicológicamente antes de que metas el
primer bocado en la boca, seguro. Sin embargo, y a pesar del tamaño, el steak está cojonudo. Y cuando
acabamos, nos hemos quedado perfectos. Entre los ya clásicos fantasmeos del
señor Tuercas, que nos asegura que se comería otros dos, acabamos pidiendo un
par de postres para compartir.
Misión cumplida, y lo que es más importante: ridículo en público evitado
Menudos postres, con uno de éstos subes al Everest y bajas.
Y no te hacen falta sherpas. Fue lo que nos mató, incluso compartiéndolos.
Pedimos la cuenta, dejamos el porcentaje correspondiente de propina al camarero
cowboy y nos vamos de allí luchando por respirar.
Por cierto, en la hora y pico que pasamos allí, 6 tíos se
subieron a intentar la hazaña, y ninguno lo logró. Además, el señor Barrenos
nos aseguró que a uno lo oyó entrar al baño a entablar conversación con el
señor Roca nada más bajarse de la mesa…
Aprovechando la luz del atardecer, vamos al otro lado del
pueblo a ver otra de las atracciones de la Ruta 66: Cadillac Ranch. En medio de un
descampado lleno de botes de spray, se levantan los culos de 10 Cadillac
perfectamente alineados. Está lleno de niños que hacen graffitis de mierda con
un bote en cada mano, mientras los padres los observan orgullosos, como si
estuvieran en la representación de navidad de la escuela, o nadando con
delfines, yo qué sé…
Los pobres cacharros ya tienen más pintura que chapa
Ya no hay luz para ver nada más, así que después de preguntar en un
Holiday Inn y que nos digan que $135, nos vamos “a casa”, los Best Western nos
están molando y están mejor de precio, así que no miramos ni uno más. Esto se
está convirtiendo en una tradición…
Me ha encantado la historia sobre el filete de 72 onzas con guarnicion. Siempre pense que era un mito que una persona pudiera ingerir tal cantidad de carne sin morir en el intento...Enhorabuena por este blog tan entretenido que te debe llevar su tiempoi escribirlo...
ResponderEliminarHay bastante tiempo de interestatal coñazo para escribir jejeje... un abrazo!
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