miércoles, 15 de agosto de 2012

DÍA 5: NUEVA ORLEANS - LUFKIN


Millas recorridas: 363

La alarma de incendios nos despierta a las 7.12 de la mañana. Una voz mecánica berrea: “EVACUATE BUILDING INMEDIATELY”. Con el corazón a 120 y sudando frío me asomo al pasillo. La gente se asoma pero no se está pirando… mierda, no entiendo nada, ¿Sigo sobao? El resto de gorilas ya han salido de la cama y nos vamos preparando para salir por patas. Pero como dicen, allá donde fueres, haz lo que vieres: y si el gordopilo de la habitación de enfrente no saca a sus hijas de la habitación, no hay razón para pirarse, no?

Un minuto después, la alarma cesa y todo el mundo se vuelve a meter en las habitaciones. Maldita gracia. Intentamos dormir media hora más, pero ya nos han roto en dos…

Eso sí, el periódico que no falte

Llueve, así que no hay mucha razón para quedarse aquí más. Además el Durango nos mira impaciente desde el aparcamiento, lleva un día parado y no entiende nada.


Empaquetamos todo de nuevo, y con la promesa de que hoy buscamos una lavandería (la ropa guarra desborda las dos maletas), bajamos a cargar el coche.

En el lobby tenemos café, que junto a las galletas que aún quedan en el maletero, hace un desayuno perfecto para tirarnos las próximas 4 horas en coche.

Nueva Orleans va quedando atrás entre la lluvia, queda un tramo largo de Louisiana por delante, más lo que queramos avanzar por Texas, que aún no está decidido.


En Baton Rouge volvemos a cruzar el Mississippi por el descomunal Horace Wilkinson Bridge. Allá abajo a la derecha queda el capitolio de Louisiana. Sorprende la altura que alcanza el puente, la anchura del río y el tamaño de los petroleros que lo surcan.



El señor Barrenos lleva el volante a través de los pantanos de Lousiana, donde la interestatal se apoya en interminables puentes a ras del agua. No queremos imaginar las alimañas que nos observan pasar.


Hacemos una parada en Lafayette, para echar un ojo a su catedral y dar una vuelta por otra ciudad sureña. No hay que alejarse mucho de la interestatal para alcanzar barrios tranquilos como éste.


En la catedral se está celebrando una boda, y parece que viene media ciudad. En limusina. El agente de seguridad nos mira como si nunca hubiera visto un turista en su vida. ¿Tanto se nota? Si sólo llevamos una cámara…


El calor es más eficaz que las miradas del segurata a la hora de echarnos de allí. Como tenemos que reponer la nevera, le decimos al GPS que nos lleve a un colmado.

Acabamos en el Family Dollar más cutre de la ciudad, donde tenemos la sensación de que no han visto un turista extranjero en la vida. Allí recargamos existencias de Tampico (Sunny lowcost) y de guarradas de todos los sabores que te puedas imaginar.

Un poco más allá nos metemos en un McDonalds a comprobar si es cierto eso que dicen de que los Big Macs de aquí son más grandes y mejores… pues la verdad es que no nos lo parecieron. Nos fuimos de allí rellenando por cuarta vez nuestros refrescos exóticos. Los estamos probando todos.


Y cruzamos al estado de la estrella. Texas nos recibe en un centro de visitantes junto a un pantano con una especie de mapaches y un cartel que advierte de la proximidad de serpientes. La verdad que nos parece imposible que cualquier forma de vida resista este calor y esta humedad, ya que debemos estar rozando los 43ºC. Dentro del centro y con el aire acondicionado a tope, nos hacemos con un par de mapas de carreteras bastante cojonudos y un poco de información de los lugares que visitaremos en el estado. Es increíble lo bien montado que tienen el tema de la publicidad estos Yankees.


Salimos por la puerta de atrás del centro de información, que va a dar a una zona pantanosa y nos hacemos las fotos de rigor mientras una culebra del pantano nos mira con cara sorprendida desde unas aguas en las que se podrían cocer macarrones.


En este momento abandonamos la línea de la costa para meternos hacia el norte. Tomamos la TX-96 que sale perpendicular a la interestatal, la conducción se hace más relajada y el paisaje empieza a cambiar poco a poco.


Los pantanos van dejando el sitio a amplias llanuras tapizadas de verde. Los vecinos de los pueblos que vamos atravesando parecen competir por tener el césped más perfecto del estado. Muchos jardines parecen auténticos campos de golf. Y no penséis en jardines como los de España, aquí el jardín medio es como dos campos de fútbol, más o menos.


La tarde va cayendo y decidimos llegar a dormir a Lufkin, que parece de suficiente entidad como para tener todo lo que necesitamos: un motel decente (no queremos repetir la experiencia de Tallahassee) y una lavandería (ya no tenemos ropa para tirar ni un solo día más).

Nos metemos en el Angelina National Forest, que nos deja fotos como ésta mientras cae la tarde. Ninguno de nosotros se esperaba paisajes como éste en Texas, las primeras millas por el estado del Ranger Walker nos están sorprendiendo bastante, para bien.



Finalmente, con las últimas luces del día llegamos a Lufkin. Lo que parecía un pueblo pequeño resulta que tiene 5 o 6 millas de lado a lado. No nos extraña que aquí haya más obesos que en cualquier otra parte del mundo, todo está diseñado a la medida del coche. Si tienes que ir a pedirle sal al vecino, más te vale tener medio depósito de gasolina en tu camioneta, si no, no llegas.

Dejamos lo de la lavandería para después, por el momento buscamos motel: el GPS nos muestra decenas. Nos suena haber leído que los Best Western están bastante bien, así que nos dirigimos a uno que hay en la salida sur del pueblo. Cuando llegamos, aparcamos el Durango al lado de una camioneta con pegatinas de la NRA y en la recepción nos dicen que por $89 nos quedamos los cuatro, con piscina, wifi, y desayuno buffet. De cabeza. Esta habitación sí que es cómoda, y desde luego mucho más limpia que la del otro motel.

El aparcamiento del motel

Dejamos todo en la habitación, cogemos las bolsas de ropa sucia y nos vamos a la búsqueda de la lavandería. Nos suena haber visto alguna de la que entrábamos, y aún es pronto, igual tenemos suerte.

Media hora después, y varios galones quemados a lo pijo dando vueltas por el pueblo, aparece la lavandería que estábamos buscando. Sin embargo algo nos huele mal, y no es la ropa: no parece haber máquinas expendedoras de detergente. Cocacolas y doritos, todos lo que quieras, pero detergente en la lavandería no te venden…

En cualquier caso, le preguntamos cómo funcionan las máquinas a un paisano que estaba haciendo la colada. Ya vendremos mañana después de pasar por un hipermercado, con los gayumbos del revés, qué se le va a hacer.

Volvemos al motel, nos damos un baño en la piscina más asquerosamente caliente de nuestras vidas y subimos a la habitación 206. Esta noche vamos a dormir como cerditos…


Mi postre: melocotón con gelatina de cereza. Soberbio.

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