domingo, 12 de agosto de 2012

DÍA 2: MIAMI - TALLAHASSEE


Millas recorridas: 490
Total: 765

Amanecemos por segunda vez en Miami, nuestro piso 18 nos regala magníficas vistas de la bahía.


A las 8 de la mañana empezamos a funcionar, hoy nos espera la que es –sobre el papel- la etapa más larga del Coast to Coast. Cerramos maletas y nos damos cuenta de que el ritmo de enguarre de camisetas se nos está yendo de las manos, en dos días tenemos hecha una mierda la mitad de la maleta…

Nos damos un último baño en la piscina, apuramos la wifi para hacer unas llamadas de skype y nos metemos en el Durango para dar una vuelta por Little Havana antes de abandonar Miami.

Tras cinco minutos pegándonos con el GPS para meter la calle ocho: “que no, que va en número, no coño: mete street en vez de calle, pero entonces street eight o qué…?” lo acabo metiendo a mano sobre el mapa. Tampoco nos acordábamos de a qué altura de la calle había que ir, bueno, ya preguntaremos.

Alguna bandera cubana perdida nos asegura que ya no se van a descojonar de nosotros por estar en la otra punta de la ciudad, de manera que preguntamos a un paisano. Se apoya en el marco de la ventanilla del señor Barrenos, y una vez respondida nuestra pregunta, como buen cubano, arregla el mundo en cinco minutos. Al enterarse de donde venimos, nos regala una caricatura de Castro, Chávez y Evo en una postura comprometida. Si, estamos cerca de Little Havana, ahora ya no hay duda.


Aparcamos a dos manzanas de Máximo Gómez Park, donde desde esta hora de la mañana, en las mesas se juega al dominó y al ajedrez. Por el camino nos ventilamos un perolo de zumo de naranja cada uno, que nos sabe a gloria… madre mía, el sol ya cae sin piedad, y cualquier movimiento que no sea caminar a paso de abuela te hace empapar la camiseta de sudor.

Little Havana mola, y sí que es cierto que es un pedazo de Cuba en el país yankee. Saliendo de la Calle Ocho, hasta encuentras gallinas tranquilamente haciendo cosas de gallinas en la acera.


El tiempo del parking se agota, así que volvemos al coche. Mientras el señor Tuercas compra unos puros, metemos en el GPS una dirección cualquiera de Tallahassee. Nos dice que nos separan 490 millas, no está nada mal. Hay que ponerse a rodar ya.

Salimos de Miami por la I-95 hacia Orlando, en medio de un tráfico bastante intenso. Acostumbrados a los 90Km/h de los camiones españoles, cuando un monstruo de éstos nos pasa a 130, se nos pone de corbata. Llevamos el control de crucero a 70 millas por hora y nos pasan absolutamente todos. Increible.


Cuando empiezan a rugir las tripas, paramos en un área de servicio. Creedme, en la superficie despejada en medio de la selva para construirla también podrían haber puesto un aeropuerto, para Jumbos. Las dos calzadas de la interestatal circulan paralelas, se separan para dejar en medio el área de servicio a la que se puede entrar desde cualquier sentido.

Aparcamos frente al edificio, el termómetro marca 99ºF, abrimos la puerta y comprobamos que hemos hecho el cálculo bien: más de 37 grados de los nuestros. Entre el calor que sale por debajo de nuestro coche y lo que nos cae por encima, me da la sensación de que me voy a fusionar con el asfalto.

Cuando alcanzamos la entrada, la bofetada es en la otra mejilla. ¿Quién se ha dejado abierta la cámara frigorífica?… el aire acondicionado debe estar a -24ºC. Casi echando de menos una sudadera, nos zampamos una hamburguesa en un Wendy’s y rellenamos los vasos 4 o cinco veces cada uno. Es increíble la cantidad de mierdas de colores y superazucaradas que te puedes echar al gaznate en un sitio de estos. Coges tu vaso, te levantas y rellenas las veces que quieras, de manera que no entiendo muy bien a los que pasean alegremente su vaso king size por el local. Son sus costumbres y hay que respetarlas, supongo.

Relleno una última vez mi vaso de un extraño fluído rojo que se supone que tiene tropecientas vitaminas (pero lo que lleva en realidad es un camión de azúcar por galón…) y volvemos al coche.


A estas alturas nos estamos dando cuenta de que hemos triunfado con el coche: si el ordenador de a bordo no es muy fantasma, nuestro 3.600cc se conforma con un galón por cada 25-26 millas. Este número mejora nuestras previsiones más optimistas de lejos. En Miami hemos gastado algo más de lo que había previsto, pero en gasolina parece que vamos a ahorrar.

Un rato después, enriquecemos la experiencia disfrutando de un excitante atasco de media hora en la interestatal. Ni idea de la causa.



Las nubes que nos llevan acompañando un rato se abren sobre nuestro Durango y nos cae un chaparrón bestial. Y cuando creemos que lo hemos dejado atrás, el cielo descarga un rayo en la calzada del otro sentido de la autopista. Muy cerca, y cuando digo cerca, me refiero a que casi me las hago encima.

Cerca de Gainesville, llevo conduciendo alrededor de 300 millas y decidimos que va siendo hora de parar y cambiar de conductor. Y si de paso empezamos a surtir el maletero de comida basura en un centro comercial, matamos dos pájaros de un tiro. Buscamos en el GPS el más cercano y nos dice que hay un Walmart en la siguiente salida: perfecto. Ahora ya tenemos la sensación de estar metidos hasta las cejas en los USA.

Entramos, y después de digerir la diferencia de 20ºC entre el exterior y el interior nos damos una vuelta por los pasillos. Sorprende que si tiene 30, sólo 6 son de comida, y no hay nada fresco. Ni frutería, ni pescadería, ni carnicería, todo bien empaquetado y listo para comer directamente de la bolsa. El pasillo de las bebidas es un cachondeo: hay refrescos de cuatro millones de colores, y si buscas agua tienes que rebuscar porque sólo hay dos marcas.


Por $15 nos hacemos con una nevera que nos acompañará hasta el final del viaje, porque vemos que no hay problema en tenerla permanentemente surtida de hielo. En todos los hoteles, moteles y áreas de servicio que hemos visto hay máquinas de hielo. Y en la mayoría es gratis.

Salimos bien cargados de morrallas variadas de todos los sabores y colores, y también pan, jamón y queso para solucionar la cena en el caso de que se nos alargue el día y lleguemos a Tallahassee con todos los sitios cerrados.


El señor Barrenos se pone al volante entre Gainesville y Tallahassee, mientras cae la noche, paramos a llenar el depósito por primera vez. 50 dólares a 3,65 el galón y la aguja vuelve a la F. F de Fuck yeah…

A Tallahassee llegamos pasadas las 10 de la noche, y no tenemos ni idea de dónde quedarnos a dormir. Empezamos probando suerte con un par de moteles que aparecen a la entrada de la ciudad. Nos piden $156, y $149 por una doble con dos queen size. Este no es el precio que esperábamos ni que estábamos dispuestos a aceptar, de manera que seguimos buscando. En el siguiente, ya metido en la ciudad, nos costaría $139, tampoco. Finalmente le hacemos caso al GPS, que nos indica un Motel6 a milla y pico.

Al llegar, desde fuera ya nos damos cuenta de que va a ajustarse mejor a nuestro presupuesto. A través de una ventanilla (el lobby ya está cerrado), le preguntamos a la encargada y nos dice que $56. Nos vale, vaya si nos vale. Pregunto si tiene wifi; contesta que sí, pero que con un sobreprecio de $2,9… creo que nos podemos permitir el exceso, venga, ponnos una.

El motel es cutre, pero sin llegar al nivel de agujero infecto que esperábamos encontrar. La habitación 114 está a ras de suelo, de manera que aparcamos el Durango a metro y medio de la puerta, y descargamos todo el maletero.

Estamos realmente cansados, así que nos hacemos unos sándwiches lowcost para cenar, mandamos unos correos y uno tras otro vamos cayendo sopa, ignorando la sinfonía de sonidos que nos rodea: una ducha, cisternas, niños corriendo delante de nuestra puerta (es la una y pico de la mañana…), y a última hora, unos cuantos temazos con algún subwoofer atronando bastante cerca. WTF?

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