Millas recorridas: 490
Total: 765
Amanecemos por segunda vez en Miami, nuestro piso 18 nos
regala magníficas vistas de la bahía.
A las 8 de la mañana empezamos a funcionar, hoy nos espera
la que es –sobre el papel- la etapa más larga del Coast to Coast. Cerramos
maletas y nos damos cuenta de que el ritmo de enguarre de camisetas se nos está
yendo de las manos, en dos días tenemos hecha una mierda la mitad de la maleta…
Nos damos un último baño en la piscina, apuramos la wifi
para hacer unas llamadas de skype y nos metemos en el Durango para dar una
vuelta por Little Havana antes de abandonar Miami.
Tras cinco minutos pegándonos con el GPS para meter la calle
ocho: “que no, que va en número, no coño: mete street en vez de calle, pero
entonces street eight o qué…?” lo acabo metiendo a mano sobre el mapa. Tampoco
nos acordábamos de a qué altura de la calle había que ir, bueno, ya
preguntaremos.
Alguna bandera cubana perdida nos asegura que ya no se van a descojonar de nosotros
por estar en la otra punta de la ciudad, de manera que preguntamos a un paisano. Se apoya en
el marco de la ventanilla del señor Barrenos, y una vez respondida nuestra
pregunta, como buen cubano, arregla el mundo en cinco minutos. Al enterarse de
donde venimos, nos regala una caricatura de Castro, Chávez y Evo en una postura
comprometida. Si, estamos cerca de Little Havana, ahora ya no hay duda.
Aparcamos a dos manzanas de Máximo Gómez Park, donde desde
esta hora de la mañana, en las mesas se juega al dominó y al ajedrez. Por el
camino nos ventilamos un perolo de zumo de naranja cada uno, que nos
sabe a gloria… madre mía, el sol ya cae sin piedad, y cualquier movimiento que
no sea caminar a paso de abuela te hace empapar la camiseta de sudor.
Little Havana mola, y sí que es cierto que es un pedazo de
Cuba en el país yankee. Saliendo de la Calle Ocho , hasta encuentras gallinas
tranquilamente haciendo cosas de gallinas en la acera.
El tiempo del parking se agota, así que volvemos al coche.
Mientras el señor Tuercas compra unos puros, metemos en el GPS una dirección
cualquiera de Tallahassee. Nos dice que nos separan 490 millas , no está nada
mal. Hay que ponerse a rodar ya.
Salimos de Miami por la I-95 hacia Orlando, en medio de un tráfico
bastante intenso. Acostumbrados a los 90Km/h de los camiones españoles, cuando
un monstruo de éstos nos pasa a 130, se nos pone de corbata. Llevamos el
control de crucero a 70
millas por hora y nos pasan absolutamente todos.
Increible.
Cuando empiezan a rugir las tripas, paramos en un área de
servicio. Creedme, en la superficie despejada en medio de la selva para construirla
también podrían haber puesto un aeropuerto, para Jumbos. Las dos calzadas de la
interestatal circulan paralelas, se separan para dejar en medio el área de
servicio a la que se puede entrar desde cualquier sentido.
Aparcamos frente al edificio, el termómetro marca 99ºF , abrimos la puerta y
comprobamos que hemos hecho el cálculo bien: más de 37 grados de los nuestros.
Entre el calor que sale por debajo de nuestro coche y lo que nos cae por
encima, me da la sensación de que me voy a fusionar con el asfalto.
Cuando alcanzamos la entrada, la bofetada es en la otra
mejilla. ¿Quién se ha dejado abierta la cámara frigorífica?… el aire
acondicionado debe estar a -24ºC .
Casi echando de menos una sudadera, nos zampamos una hamburguesa en un Wendy’s
y rellenamos los vasos 4 o cinco veces cada uno. Es increíble la cantidad de
mierdas de colores y superazucaradas que te puedes echar al gaznate en un sitio
de estos. Coges tu vaso, te levantas y rellenas las veces que quieras, de
manera que no entiendo muy bien a los que pasean alegremente su vaso king size
por el local. Son sus costumbres y hay que respetarlas, supongo.
Relleno una última vez mi vaso de un extraño fluído rojo que
se supone que tiene tropecientas vitaminas (pero lo que lleva en realidad es un
camión de azúcar por galón…) y volvemos al coche.
A estas alturas nos estamos dando cuenta de que hemos
triunfado con el coche: si el ordenador de a bordo no es muy fantasma, nuestro
3.600cc se conforma con un galón por cada 25-26 millas . Este número
mejora nuestras previsiones más optimistas de lejos. En Miami hemos gastado
algo más de lo que había previsto, pero en gasolina parece que vamos a ahorrar.
Las nubes que nos llevan acompañando un rato se abren sobre
nuestro Durango y nos cae un chaparrón bestial. Y cuando creemos que lo hemos
dejado atrás, el cielo descarga un rayo en la calzada del otro sentido de la
autopista. Muy cerca, y cuando digo cerca, me refiero a que casi me las hago
encima.
Cerca de Gainesville, llevo conduciendo
alrededor de 300 millas
y decidimos que va siendo hora de parar y cambiar de conductor. Y si de paso
empezamos a surtir el maletero de comida basura en un centro comercial, matamos
dos pájaros de un tiro. Buscamos en el GPS el más cercano y nos dice que hay un
Walmart en la siguiente salida: perfecto. Ahora ya tenemos la sensación de
estar metidos hasta las cejas en los USA.
Entramos, y después de digerir la diferencia de 20ºC entre el exterior y el
interior nos damos una vuelta por los pasillos. Sorprende que si tiene 30, sólo
6 son de comida, y no hay nada fresco. Ni frutería, ni pescadería, ni
carnicería, todo bien empaquetado y listo para comer directamente de la bolsa.
El pasillo de las bebidas es un cachondeo: hay refrescos de cuatro millones de
colores, y si buscas agua tienes que rebuscar porque sólo hay dos marcas.
Por $15 nos hacemos con una nevera que nos acompañará hasta
el final del viaje, porque vemos que no hay problema en tenerla permanentemente
surtida de hielo. En todos los hoteles, moteles y áreas de servicio que hemos
visto hay máquinas de hielo. Y en la mayoría es gratis.
Salimos bien cargados de morrallas variadas de todos los
sabores y colores, y también pan, jamón y queso para solucionar la cena en el
caso de que se nos alargue el día y lleguemos a Tallahassee con todos los
sitios cerrados.
El señor Barrenos se pone al volante entre Gainesville y
Tallahassee, mientras cae la noche, paramos a llenar el depósito por primera
vez. 50 dólares a 3,65 el galón y la aguja vuelve a la
F. F de F uck yeah…
A Tallahassee llegamos pasadas las 10 de la noche, y no
tenemos ni idea de dónde quedarnos a dormir. Empezamos probando suerte con un
par de moteles que aparecen a la entrada de la ciudad. Nos piden $156, y $149
por una doble con dos queen size. Este no es el precio que esperábamos ni que
estábamos dispuestos a aceptar, de manera que seguimos buscando. En el
siguiente, ya metido en la ciudad, nos costaría $139, tampoco. Finalmente le
hacemos caso al GPS, que nos indica un Motel6 a milla y pico.
Al llegar, desde fuera ya nos damos cuenta de que va a
ajustarse mejor a nuestro presupuesto. A través de una ventanilla (el lobby ya
está cerrado), le preguntamos a la encargada y nos dice que $56. Nos vale, vaya si nos vale.
Pregunto si tiene wifi; contesta que sí, pero que con un sobreprecio de $2,9…
creo que nos podemos permitir el exceso, venga, ponnos una.
El motel es cutre, pero sin llegar al nivel de agujero
infecto que esperábamos encontrar. La habitación 114 está a ras de suelo, de
manera que aparcamos el Durango a metro y medio de la puerta, y descargamos
todo el maletero.
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