Millas recorridas: 245
El horario español nos despertó a las 6 de la mañana,
perfecto para exprimir el día hasta el final. Mientras el resto de gorilas se
despegan de entre las sábanas, salgo a dar un paseo por los alrededores del
hotel, por donde hay gente corriendo desde antes del amanecer. Coconut Grove es
un barrio tranquilo, en el que aparecen más hoteles y puertos deportivos en mi paseo
matutino antes de que apriete el sol. A la vuelta, veo que el resto ya se han
levantado y me saludan desde la terraza.
Allí, en el piso 18...
Tras disfrutar de un suculento desayuno en McDonalds,
enfilamos el coche hacia el sur, hacia los cayos, metiendo todavía más millas
entre nosotros y el Pacífico… pero esto había que verlo.
Con el Caribe a la izquierda y el Golfo de Mexico a la
derecha, rodamos ciento y pico millas hasta llegar al Seven Mile Bridge.
Aparcamos en la entrada y caminamos bajo la plancha del sol de mediodía. Nos
hacemos las típicas fotos chorras y, al ver que nuestra piel ha alcanzado el
punto de ebullición, decidimos volvernos al coche al abrigo del climatizador. Cruzamos
el nuevo puente, dejando a la derecha Pigeon Key, el cayo que partía el antiguo
por la mitad.
Cuando tocamos tierra firme de nuevo, damos la vuelta y nos
metemos en un área de recreo que aparenta ser la única medio playa a la vista
en las últimas millas. En este punto –el más alejado del destino- celebramos la
ceremonia de inauguración del Coast to Coast, cogiendo un puñado de arena que
viajará con nosotros hasta las costas de California.
En la pseudoplaya hay unas diez personas, no más, y cuatro o
cinco tíos haciendo kitesurf. Intentamos quitarnos el calor de encima con un
baño, pero la sopa del Caribe no ayuda mucho…
Recogemos el chiringuito después de que una kitesurfista
airee las aguas de su cometa sobre nuestro coche y nos lo llene de salitre.
Bien, un día con el coche y ya está lleno de mierda.
Al volver a rodar nos empieza a entrar el gusanillo y decidimos parar en Islamorada a comer. El sitio elegido es el Islamorada Fish & Co. Nos sonaba de nuestras largas tardes en invierno pidiéndole consejo al señor Google. Allí nos sientan en una mesa muy chula sobre un muelle con vistas al Golfo de México y nos ponemos a hacer lo que mejor sabemos hacer, probablemente el último pescado que vayamos a probar en las próximas semanas…y de postre, como no podía ser de otra forma, una Key Lime Pie.
Miami nos recibe de nuevo con las calles repletas de exotics
y el “Hala mira macho, un xxx...” en boca del señor Barrenos cada dos minutos.
Son las 6 de la tarde y decidimos disfrutar un poco de la
piscina del hotel antes de ir a ver si nuestro amigo José ha tenido suerte
buscándonos nueva montura. Media hora en el caldo nos convence de que eso no
nos va a refrescar mucho, así que optamos por meternos de nuevo en el coche que
por lo menos tiene aire acondicionado, y dirigirnos de nuevo al aeropuerto.
En caso de que nos cambien el coche, hay que dejarlo con el depósito lleno, así que de camino paramos a repostar. Escogiendo un poco entre las tres o cuatro primeras
gasolineras que nos encontramos (las diferencias de precio pueden ser de 0,20
dólares por galón entre un lado y otro de la manzana) llenamos el depósito por
$52 en una gasolinera en la que el dueño nos recibe con acento argentino y nos cuenta que es nieto de un tío de Luarca.
Cuando llegamos a la terminal, nos perdemos, por mucho GPS
que lleves, si es la primera vez que vas, te perderás. Y acabarás por ejemplo
en el túnel de lavado de Alamo, como nosotros… Diez minutos después encontramos
el parking de National, y dando vueltas por allí está nuestro amigo entregando
un Mustang cabrio a otro cliente. Sospechosamente aparcado allí mismo hay un
Durango verde metalizado secándose, acaban de lavarlo (lavárnoslo?)
José se acerca y nos confirma la buena noticia, el Dodge es
nuestro si lo queremos, sin pagar un duro más, el único problema es que no nos
encuentra el cover para las maletas. Amigo, a todos nos da igual en este
momento; sudando como pollos en aquel parking descubrimos que además del USB,
tiene enchufe para los ordenadores, está mejor acabado y equipado y nos mola
bastante más que el Traverse. En medio de la emoción, acordamos darle $30 de
propina a José, que seguía dándole la brasa a todos sus contactos para
encontrarnos un cover, casi parecía más preocupado que nosotros, que a estas
alturas ya teníamos asumido que taparíamos las maletas con la manta de Iberia que
habíamos mangado del avión… cuando estábamos saliendo del parking, alguien nos
silba, miramos y allí estaba nuestro amigo cubano con la pieza que faltaba.
Miel sobre hojuelas, todo ha salido redondo en esta visita al aeropuerto.
Con nuestro flamante buga nuevo (momento palote épico), salimos
a disfrutar un rato de la Miami Nightlife.
Camino de South Beach, nos detenemos en un descampado al otro lado de la bahía
para clavar una amplia sesión de fotografías del downtown al atardecer.
Aparcamos cerca de Española Way, la típica calle de turisteo
con terrazas a cada lado. La sed aprieta, pero el instinto nos dice que aquí
nos van a clavar vivos, así que decidimos caminar un poco más hacia la playa.
Nos encontramos baratijas como ésta de camino
Acabamos de nuevo en Ocean Drive, seremos masocas, supongo…
viendo que nuestro plan de no dejarnos medio sueldo en una cerveza iba a ser
imposible, nos sentamos en la terraza del Carlyle. Me da vergüenza deciros lo
que pagamos por unas cervezas y un par de cocktails (tamaño XXXL, por lo
menos), pero terminamos amortizándolo saturándoles la wifi durante la hora y
pico que estuvimos saboreando nuestros tragos.
La razón se impone, así que sabiendo que mañana tenemos que pegarle el
bocado más grande que podamos al tramo que nos separa de Nueva Orleans, a las 2
de la mañana nos recogemos. Junto al coche, el señor Tuercas pisa el truño de
chucho más maloliente de todo Miami Beach, buena suerte para todo el viaje,
suponemos…
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