viernes, 10 de agosto de 2012

DÍA 0: MADRID-MIAMI


Millas recorridas: 30

Tras la octava revisión de equipajes y con la certeza de que "fijo que se me olvida algo, tío", cerramos las maletas y asaltamos un taxi enfrente de casa. Desde que alguien decidió poner el metro a precio de oro, lo caro en Madrid es meterse bajo tierra para coger un avión. El taxista flipa cuando le contamos que las que recorremos con él son las primeras millas de las miles que hay previstas (por cierto, si nos lees, saludos para ti y tu colega el del M3). Al final de la terminal satélite se encuentra nuestra puerta de embarque.


Sin novedad en Barajas, embarcamos y despegamos puntales. Un vuelo tranquilo (salvo por cuatro bebés inoportunamente llorones) acaba con nuestros culos en el Aeropuerto Internacional de Miami. Un cielo medio nublado y una bofetada de calor saturado de humedad nos reciben al atravesar la puerta del avión. Después de tantos meses de preparación pisamos tierra yanki, por fin.

Los cuatro gorilas pasamos sin problemas -y en 5 minutos- el control de aduanas. Todo fueron algunas preguntas rápidas sobre nuestro viaje, foto, huellas dactilares, un sello en el pasaporte y vía libre. Recogemos las maletas (que ya nos estaban esperando junto a la cinta) y vamos a por el quinto compañero del viaje.

Tras media hora solucionando el mundo con el paisano de la oficina del alquiler, nos sella el contrato y bajamos al monumental aparcamiento de la terminal. Y cuando digo monumental, es que varios campos de fútbol cabían allí dentro. Cada compañía de alquiler tenía su propio piso. El hombre de la oficina nos dijo que cabrían sobre 20.000 carros ahí dentro.

José, con su inconfundible acento cubano nos dice que se encarga de buscarnos el coche. Cuando le decimos la kilometrada que le vamos a meter, se parte la caja y nos pregunta si queremos volver a España conduciendo. Nos adelanta que nos va a buscar algo grande y cómodo para rodar. Miedito... Aparece minutos después, entre Chargers, Mustangs y Camaros con un Chevy Traverse negro. Nos miramos con cara de poker: “¿Qué coño es esto?”

Si, vale para ir a comprar el pan

El problema es que no tiene cover para el maletero (teniendo en cuenta las veces que vamos a dejarlo cargado, no nos hace mucha gracia), y tampoco USB para escuchar las semanas de música que hemos preparado para la ocasión. Se lo comentamos a José y nos dice que en ese momento no tiene otra cosa mejor disponible, pero que nos pasemos el día siguiente porque suele haber Dodge Durangos que se ajustarían mejor a lo que necesitamos. Como pasemos y mañana haya uno, nos vamos a ahorrar $500, que es lo que había de diferencia en la web entre el Grand Cherokee y el Durango.

Salimos de la terminal y ponemos Ocean Drive en el GPS, a pesar de la reventada que traemos (deben de ser las 2 o las 3 hora española, yo qué sé…) los cuatro palotes nos van a mantener despiertos unas cuantas horas más.



Las primeras millas por Miami nos van a romper el cuello de tanto girarlo. Tíos en Harleys sin casco, los V8 atronando a izquierda y derecha, avenidas de 8 carriles, scalextrics de 4 pisos, el downtown al fondo enmarcando la imagen…

Imagenes del Vice City vininedo a mi cabeza...

Llegamos a Ocean Drive y lo recorremos de sur a norte. Tal y como lo habíamos visto mil veces en películas. La meca del postureo, aquí con una cuenta corriente con menos de siete ceros no eres nadie, colega. Nos miramos los unos a los otros, nos vemos las pintas lamentables que llevamos, y decidimos ir al hotel, pegarnos una ducha, poner un polo limpio y volver sin dar tanta pena.

Nuestro hotel nos espera a unos diez minutos, en Cocunut Grove. Sinceramente, cualquier cosa nos vale a estas alturas de la película, pero la sorpresa es cojonuda. Al darnos las llaves, nos dicen que “your room is on floor 19th” (18 en la realidad, porque no existe el 13)… Las vistas a la bahía disparan la motivación gorilesca, casi no pesan las 3.482 horas que llevamos despiertos.



Volvemos a Ocean Drive, aparcamos por allí, (parkimetros con tarjeta de crédito, nos llevan siglos de ventaja), y nos sentamos en una hamburguesería (la primera del viaje) a hacer la cuarta o quinta cena del día, yo que sé... En esta terraza luce una placa que recuerda que aquí Al Pacino rodó una escena de Scarface. Entre el ruido, la música, el idioma y el sueño tardamos en entendernos con la camarera unos minutos pero conseguimos nuestro objetivo y cenamos como es debido. A la hora de pagar nos damos cuenta de lo distinto que es este país con el tema de la propina.


¿Alguien ha visto la última temporada de Dexter?

Nos rompemos los cuellos una vez más –en esta calle podrían cobrar entrada a los petrolheads como nosotros- y nos damos cuenta de que empiezan a pesar de verdad las piernas. Hora de volver al hotel y meterse al sobre, mañana esperan los cayos y las primeras millas de verdad.

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