sábado, 25 de agosto de 2012

DÍA 9: FARMINGTON - GREEN RIVER

Millas recorridas: 451

Hoy el desayuno ha sido una cosa bastante rápida, después de ver anoche que vamos a andar bastante pillados de tiempo, cualquier pérdida de tiempo es un lujo (y seamos sinceros: el buffet del Regent Inn no da para mucho más). La etapa de hoy incluye la visita al Monument Valley, al Arches Park, y quedará pendiente de cómo vayamos de luz lo de acercarnos al Dead Horse Point. Mete miedo sólo de pensarlo.

Mientras Farmington se despierta, llenamos el depósito en la gasolinera más económica que hay en la zona. Hoy ya nos vamos a meter en zonas de parques nacionales y los precios que vemos son sensiblemente más altos que los de ayer. De todas maneras, aunque nos cuesta un poco más que en etapas anteriores, sigue siendo increíble repostar 70 litros por menos de 50€.

Tras pasar por un Walmart a reponer la nevera, ponemos rumbo a la frontera del estado. Hay más de 120 millas hasta Kayenta, donde tenemos que desviarnos por la 163 hacia Monument Valley. Mientras el paisaje cambia al del desierto de Arizona, se disfruta de silencio en el coche, hay que decir que aunque lo hagamos todos los días, a los gorilas no nos apasiona madrugar, y no trabajamos el cachondeo en el coche hasta el mediodía.

Paisaje en la frontera...

...y un poco más allá

En Kayenta (lleno de indios nativos por todas partes) nos desviamos hacia el norte y las fotos empiezan a preparar el terreno. Definitivamente desperezados, todo lo que pasa por las ventanillas empieza a ser más que espectacular.


No hay que hacer muchas millas por esta carretera para llegar a la frontera con Utah, y poco después al desvío hacia Monument Valley. En medio del desmadre que tienen los indios montado por allí, pagando S5 por barba estás dentro del parque.



La visita al parque consiste en recorrer la pista de tierra de unas 17 millas que bordea todas las formaciones, bien en tu propio coche, o en unos todo-terreno reconvertidos en buses que hay a disposición de los que aún sienten algo de cariño por su turismo y lo dejan fuera de este infierno de polvo rojo. Nosotros, que alquilamos un Durango ya pensando en meterlo por aquí, fuimos directos a la pista, sin pasar por el centro de visitantes.

Una vez dentro, pasamos junto a los Mittes, el Merrick Butte, las Three Sisters... mientras intentamos seguir el ritmo de un Impala (evidentemente alquilado) pilotado por el hijo de Ari Vatanen, por lo menos.

Tres gorilas saludan desde el John Ford's Point

Éste estaba entrenando para hacer el Dakar...

Visita obligada si pasas por aquí cerca. El parque es acojonante, era nuestro primer contacto con el paisaje del desierto, y fuimos durante todo el rato con la boca desencajada. Sólo viendo las fotos, es difícil hacerse una idea de lo descomunales que son las rocas y lo insignificante que te sientes aquí en medio.

Recorrer la pista con calma y verlo todo lleva unas tres horas. Nosotros tratamos de acelerar la visita, ir un poco más rápido que los demás, no parar en los chiringuitos de bisutería navajo, ... y lo hicimos en hora y pico. Perfecto para salir de aquí con esperanzas de ver algunos arcos en el Arches Park.

Lástima, pero no

Vino limpio desde Florida... y en media hora estaba hecho una mierda

De la que salíamos del parque nos encontramos con el tonto del día. Este iluminado, tan flipado con el Mustang alquilado ayer, que lo mete descapotado por la pista de arena y polvo rojo. Algunos coches nacen sin suerte, y este pobre es uno de ellos.


A unas 7 u 8 millas al norte de Monument Valley, miramos por el retrovisor y apareció una de las fotos del viaje. Ésa que todos hemos tenido de fondo de pantalla alguna vez. Aún así, creo que la cámara no recoge del todo el tremendo espacio abierto que veíamos en directo.


Con la agenda apretada que tenemos, ni nos planteamos lo de parar a comer. Se monta la cocina en el asiento trasero y unos sandwiches estilo "on the road" solucionan la comida. Del buffet de desayuno mangamos unos purés de manzana bastante logrados para el postre, así que sólo se echa de menos el cafelito. Las 150 millas que nos separan de Moab van cayendo mientras tanto.

Nos cruzamos con la versión actualizada de El Diablo Sobre Ruedas

Unas obras en la carretera a la entrada de Moab nos hacen perder el tiempo que hemos ganado con los sandwiches express, mala suerte... mirando el reloj cada cinco minutos comprobamos que nos quedan unas 3 horas y pico de luz para ver el parque. Finalmente nos dan paso y atravesamos el pueblo. Se nota que éste es un enclave turístico, todo está mucho más cuidado que los agujeros perdidos en el desierto que nos hemos ido encontrando por el camino. Hasta apetece darse una vuelta andando y todo...


Cruzamos el Río Colorado al otro lado del pueblo y a 2 o 3 millas aparece el desvío para Arches Park. En la garita de entrada sacamos un pase anual para todos los parque nacionales por $80. Contando los que vamos a visitar, y que la entrada a cada uno suele ser $25, compensa.

La carretera de entrada al parque ya merece la entrada que pagas. Una de las más hermosas que hemos recorrido hasta el momento, sin duda. Y tiene curvas, esas cosas que hay en España y que aquí hacen poca falta.


Lo primero que aparece a mano izquierda es Park Avenue, una pared de roca increíblemente estrecha, tanto que casi parece de cartón. Se puede recorrer ese sendero que veis ahí abajo, pero como podéis adivinar, nosotros hicimos esta foto y nos volvimos para el coche, nos quedaban algo más de dos horas de luz y los arcos más espectaculares por ver.


Decidimos ir primero a la zona de Devil's Garden a ver el Landscape Arch, que tiene un sendero más corto a pata. Aparcamos con bastante suerte y adelantando a todo kiski por el camino, los cuatro en fila nos plantamos en el arco en unos veinte minutos. Aunque con el sol de frente, las fotos no son las mejores del día...

Zona de aparcamiento, tuvimos bastante flor en el culo

El Landscape Arch

Cinco minutos observando el arco tenían que bastar. Daba igual la hora, lo que nos importaba era la luz, y se iba por momentos. Veinte minutos nos llevó caminar de vuelta al coche, saqueamos el agua y los gatorades multicolores de la nevera, y carretera hacia el Delicate Arch.

La carretera entre los arcos

De nuevo nos veíamos caminando como un pelotón a ritmo militar. Aunque hay que decir que el sendero hasta este segundo arco es uno de los más alucinantes que he recorrido en mi vida. Se sube por el lomo de una roca pulida interminable, que además se iba pintando de rojo con cada minuto que pasaba acercando al sol al ocaso.

Tras media hora de marcha y 276 litros de sudor, el Delicate Arch aparece al girar un recodo del sendero. El sitio quita el hipo, un anfiteatro de roca rojiza presidido por el arco. En el momento en el que llegamos nosotros hay unas cien personas sentadas observándolo. Y unos cuantos haciendo cola para hacerse la foto debajo de él. Tiene gracia, no hay cola para los que queremos que no aparezca ningún mamarracho desconocido en la foto. Tras ver desfilar quinientas poses ridículas, finalmente logro disparar una sin gente.



Mientras subíamos, habíamos decidido que aquí se acababa el día y que agotaríamos los minutos de sol que quedaban sentados tranquilamente mirando el arco. Tranquilidad que duró hasta el momento en el que al señor Bujías se le ocurrió que igual sí que llegábamos al Dead Horse Point con algo de luz. A un gorila, si hay algo que le gusta más que los plátanos es un reto absurdo... bien, cinco minutos después bajábamos saltando de roca en roca como quinceañeras que no llegan a un concierto de Justin Bieber.

Con el coche ya oliendo a zarigüellas, nos pusimos a recorrer las 30 millas que nos separaban del primero de los balcones sobre el Gran Cañón, no sabíamos si al final íbamos a llegar para ver algo, pero sudados, reventados, con el coche lleno de polvo rojo y arena y lo que es peor, con los hielos de la nevera fundidos, se iba a intentar.

Antes de llegar a la garita del parque estatal, el señor Barrenos, que iba al volante, casi pone un ciervo en Cuba. Sorprende la calma con la que estos bichos te miran pasar mientras pastan tranquilamente en el arcén de la carretera... y claro, cuando vas a 55 millas por hora (o más)  y peinas a un bicho de éstos con el retrovisor, no sé a él, pero a los de dentro del coche se nos ponen de corbata.

En la garita, le debimos dar tanta lástima al guarda al llegar con tan poca luz, que nos dejó pasar sin pagar los $10 de la entrada. Aparcamos, y sí, hubo suerte, algo de dimensiones monumentales se veía desde aquel mirador. Aunque hay que decir que la cámara con disparos de varios segundos lo veía mejor que nosotros.


A los diez minutos, la noche era ya casi cerrada, así que pusimos rumbo a Green River, donde esta noche sí teníamos reservado un motel. Las últimas 60 millas fueron un poco coñazo, pero por el camino, el primo del ciervo que casi ponemos en Cuba, nos hizo un posado con una pachorra casi insultante.


Al final del día, dos de nosotros estábamos tan reventados que ni buscamos un sitio para cenar. Ducha para quitarse el polvo del desierto y al sobre. Pero eh... misión cumplida, 3 parques de 3, más unos 730 Km de carretera. Eso sí, dudo que podamos aguantar este ritmo dos días seguidos.

martes, 21 de agosto de 2012

DÍA 8: AMARILLO - FARMINGTON


Millas recorridas: 465

Hemos estado echando cuentas por la noche, y parece que las etapas que nos quedan hasta el día que tenemos reservado en Las Vegas van a venir ajustadas. Tenemos que rodar más de 400 millas al día, y además combinarlo con ver la mayoría de los parques que teníamos previstos, la herradura de la ruta se acerca y nos va a apretar las horas al máximo...

El despertador suena antes de las 7 de la mañana, la costumbre empieza a convertirnos en una manada de gorilas ciertamente eficaz en esto de las duchas, skypes, empaquetar todo y revisar la habitación. Antes de salir bajamos a rentabilizar nuestra reserva al buffet de desayuno. Aunque los gofres salgan con la forma de Texas de nuevo, hay que decir que tampoco es que haya mucha variedad. Pero para salir del motel alimentados hasta la hora de merendar, tenemos suficiente.

El atentado medioambiental que había aparcado bajo nuestra habitación

Hoy nos espera una etapa sobre la ruta 66 a través de Nuevo México, no tenemos la noche reservada, así que cuanto antes lleguemos al destino (que todavía no sabemos), más posibilidades hay de no dormir en el coche.

A pocas millas de Amarillo aparece a nuestra izquierda otra de las visiones –además de los pozos de petróleo- que esperábamos de Texas y que aún no habían surgido: una megagranja de vacas. Incluso cuando está a milla y pico, el coche se nos llena de un tufo mezcla entre el estiércol y el pienso que están descargando de una fila de camiones interminable. Debe haber decenas de miles de vacas hacinadas... sí, estamos ante la despensa de Texas.


Antes de abandonar definitivamente el estado de la estrella solitaria, hacemos una parada en Adrian, punto medio de la Ruta 66. Nos hacemos la típica foto con el típico cartel, pero nos llaman bastante más la atención los trastos abandonados que hay en un solar al otro lado de la carretera. Entre ellos, uno que parece haber servido en la Segunda Guerra Mundial, con sus interiores de madera pudriéndose lentamente al sol de Texas.


Mientras tanto, nuestra secadora express de 300cv espera paciente a que terminemos de hacer el chorras

En la frontera con Nuevo Mexico nos salimos de la interestatal y tomamos la antigua 66 en Glenrio. Fue conocido en su época dorada (que ya quedó atrás hace bastante) por ser el último motel de Texas. Ahora sólo quedan un puñado de construcciones abandonadas, y una desde la que nos ladran unos perros como locos. Parece que aún no es un pueblo fantasma del todo.

 La antigua 66 a través de Glenrio

Glenrio, o lo que queda de él

Cuando estamos dando una vuelta por el pueblo, llega un Chevrolet Aveo (¿Quién coño se hace la ruta en semejante mierdón?), del que se baja un tío y se pone a hacer fotos como nosotros. Surge la típica de “oye, te importa hacernos una foto a los cuatro?” de ahí el típico “De dónde sois?”… blablabla y al final el colega nos cuenta que había estado viviendo en Málaga unos meses. Se sube de nuevo al coche y vuelve por donde ha venido hacia la interestatal. Nosotros seguimos de frente, sabemos que hay un tramo de la antigua ruta de gravilla, y queremos recorrerlo.

Nuestro amigo malagueño camina hacia el último motel de Texas 

El tramo sin asfaltar después de Glenrio

Llegamos a Tucumcari con el depósito casi vacío. Esta noche hemos echado un ojo a los precios del combustible en esta zona, y llenando aquí a 3,29 por galón, nos ahorramos varios dólares. Lo de revisar gasbuddy.com cada noche nos hará ganar un depósito al final del viaje.

Hasta los carteles de las gasolineras te bendicen

En Tucumcari se respira la Ruta 66 en cada esquina, si te fijas en la mayoría de coches que se ven por la calle, el tiempo parece haberse detenido en los 80. Lugares como el Blue Swallow Motel (lástima no haber pasado al atardecer para ver ese neón encendido) te llevan todavía más allá en el tiempo.


La siguiente parada es Santa Rosa, donde este hot rod ahí mangado indica la entrada a un museo de clásicos que nos sorprendió muy gratamente.


Dentro hay una colección envidiable de coches americanos perfectamente conservada. A $5 por barba, es una parada que no puedes dejar de visitar, por poca gasolina que corra por tus venas.




Al otro lado del pueblo, buscamos el Blue Hole. Una caverna de casi 30m de profundidad en el terreno rellena de agua cristalina. Con el calor que ya hace a estas horas, la parada es obligatoria.


En la explanada que hay a la entrada nos ponemos los bañadores y aunque el agua está bastante fría, el baño no lo perdonamos ninguno. Un auténtico paréntesis en la etapa, salimos de allí limpios y refrescaditos, perfecto. Antes de salir del pueblo, renovamos nuestras existencias de Tampico en un Family Dollar (Million Dollar Baby para los amigos), y volvemos a la ruta.


Entre Santa Rosa y Alburquerque, el señor Bujías se come una recta de 80Km. Estas carreteras son la explicación para los que no entienden los coches americanos. ¿Para qué quieres otra cosa que no sea un sofá con ruedas y cruise control?



En Alburquerque paramos sólo para hacer el cambio de conductor. Bujías pide asiento trasero para ir sobando como un bendito. Pobrecillo, acaba de bailar con la más fea de la fiesta, santa tostada de carretera.

Abandonamos la I-40 y el trazado de la ruta 66 para dirigirnos hacia el norte, hacia Utah y sus parques. Salimos de la ciudad por la I-25 y luego por la 550. Ahora el paisaje va cambiando con cada milla, y detrás de cada curva –ahora sí las hay- empiezan a aparecer relieves de western por las ventanillas.



Nos sorprende la altura a la que nos ha puesto esta carretera: 7000 pies. Suponemos que por esto el termómetro hoy no está pasando de los 100ºF. Ya empezamos a hacernos una idea de los Fahrenheit sin sacar calculadora: 80 es calorcillo, 90 es calor, 100 es calor de pelotas, y los 110 que ya hemos llegado a vivir significan 5 minutos de vida fuera del coche.


Acercándonos a la esquina de Nuevo Mexico, en el GPS vemos que Shiprock tiene muy pocos sitios para quedarnos a dormir, así que adelantamos la parada a Farmington, y menos mal que lo hicimos así…

Ya en Farmington, empezamos nuestro habitual rondo por los moteles, en los que hasta hoy descartábamos por precio y nos quedábamos con el que más nos gustaba. Hoy en el primero ya nos dijeron que estaban sin habitaciones, y así en otros siete, llegando en alguno incluso a llevarse el tío que estaba delante en la cola la última habitación…

Cuando nos veíamos destinados a repetir noche en algún Motel 6 de turbio recuerdo, apareció el Regent Inn, que nos solucionó la papeleta por $77, desayuno, piscina y wifi incluidos. Aunque viendo que ya estábamos demasiado cerca de la zona de los parques de Utah y Arizona y por tanto del turisteo que nos llena los moteles, hoy no bajamos a bañarnos y nos dedicamos a reservar las habitaciones de mañana y pasado. Porque gorila precavido vale por dos.

sábado, 18 de agosto de 2012

DÍA 7: WICHITA FALLS - AMARILLO


Millas recorridas: 307

Intentamos madrugar un poco más que ayer, y tirarnos menos tiempo desayunando. Ayuda lo de que la máquina de gofres los saque con una aburrida forma redonda y que no haya partido de baloncesto ni bolsa enorme de ropa para lavar.

A las 9 más o menos nos ponemos en marcha. Tenemos poco más de 200 millas hasta Amarillo, nuestro destino hoy, pero vamos a dar un rodeo para coger la ruta 66 (hit the sixty six dicen por aquí) en Elk City, Oklahoma, de manera que nos vamos a ir por encima de las 300 fácilmente.


Cuando las millas se acumulan, uno encuentra diversión en cualquier cosa...

En las primeras millas pasan por las ventanillas las amplias llanuras del norte de Texas, salpicadas de pozos de petróleo a un lado y otro de la carretera. Hay refinerías y petroquímicas en cada pueblo, está claro que si “everything is bigger in Texas” es porque caminan sobre billetes.



Nos salimos de la 287 y tomamos la 283 hacia Oklahoma. Esta carretera nos saca por el norte de Texas tras cruzar el Red River, que tenía poco de red y poco de river…

En los primeros pueblos de Oklahoma empezamos a ver auténticos cascajos Yankees, tanto en funcionamiento como en desuso. Como por ejemplo éstos en Altus:



Unas millas más adelante, en medio de la llanura aparece un pueblo llamado Granite, no hay que darle muchas vueltas al nombre cuando ves desde lejos el piedro de granito que se levanta junto a las casas. Nos sorprende lo bien cuidado que está todo, en contraste con los sitios que acabamos de pasar, en los que cada familia parece tener su desguace particular en el jardín de casa.


Llegamos a Elk City, donde los carteles de la Ruta 66 inundan el pueblo. Imaginamos que será así en cada uno de los sitios que vaya atravesando la ruta. El dólar es el dólar y esta gente son maestros a la hora de cazarlo.

Al este del pueblo tenemos el museo de la Ruta 66, donde entramos pagando $5 por barba. Un precio bastante cojonudo para lo bien montado que está todo. Vale que no ves grandes obras de arte ni antiguallas de hace siglos, pero creedme: merece la pena.


Nos reciben unas señoras que, hablando despacio y claro, nos explican todo lo que hay que ver. Se nota que ya hemos salido de la zona en la que ven dos extranjeros al año. Eso contando como extranjero al del condado de al lado.


We don't dial 911

El museo está dividido en varios edificios: museo del transporte, otro general de la ruta, y luego una recreación de un poblado de los pioneros de hace siglo y pico. Nos tiramos tranquilamente dos horas dando vueltas por aquí, y terminamos en la cantina decorada en plan años 50, charlando con un par de paisanas mientras tomamos una root beer, un doctor peeper y unas cocacolas y ponemos temazos en la jukebox de vinilos.


Las señoras nos piden que pongamos una chincheta en el mapamundi que tienen en la pared, en el que vemos que somos el tercer o cuarto grupo de españoles que pasa por allí (habrá unas 10 chinchetas en la península). Pero nada comparado con Francia, Alemania o Reino Unido, donde no cabe una más. Nos dicen que de Europa ellas han estado en Roma, París y Londres, y que lo que más les llamó la atención fueron los coches pequeños (vale), que no ponemos hielo en las bebidas (ein?) y que se tiraron todo el viaje comiendo jamón y queso… espere un momento, señora, ¿Dónde ha estado usted?

A la salida nos damos de bruces con este Impala aparcado en la casa de enfrente. Un par de millas en la 66 y no los clásicos salen de debajo de las piedras.


Desde Elk City enfilamos hacia el oeste, a tramos por la interestatal, y a tramos por la antigua ruta, que circula paralela. Numerosas gasolineras y moteles abandonados a pocos cientos de metros del trazado de la nueva autopista dan fe del trazado antiguo.


En Shamrock entramos a ver una imagen típica de la Ruta, el U Drop Inn, pero justo antes del pueblo a mano derecha nos encontramos un desguace donde se pudren al sol cientos de clásicos americanos. El señor Barrenos pierde el control y quiere saltar la valla a llenar la maleta de souvenirs gratuitos, pero al recordarle que probablemente el dueño ya nos esté apuntando con su rifle de asalto desde la ventana de su casa, conseguimos que desista y que simplemente los mire desde detrás de la alambrada. Hay decenas de Edsel, Mustangs, Hudsons… la imagen es memorable. Sin embargo, el calor y los ruidos de algo grande arrastrándose entre las hierbas nos terminan echando de allí.


El U Drop Inn es sin duda un edificio en el que los creadores de Cars se fijaron a la hora de dibujar Radiator Springs. Cualquier niño que pase por aquí te lo reconocería al momento.


Al final del pueblo paramos a hacer unas fotos con una camioneta de los 50 aparcada/abandonada junto a un surtidor, y un grupo de moteros italianos nos alcanza. Tras intercambiar saludos y preguntarnos de donde somos, nos vamos berreando por la ventanilla: “Forza Ferrari, Forza Alonso…!”. Que se note de dónde venimos, no?

Volvemos a la Interestatal 40, y unas millas más allá llegamos a Groom, famoso por su torre de agua inclinada y porque dicen que tienen la cruz más grande del mundo (los cuatro juraríamos que no lo es, pero con la cantidad de freaks de los récords que hay por aquí, no ponemos la mano en el fuego).

Igual que la Torre de Pisa, os podéis imaginar el tipo de fotos chorra que cayeron aquí

Hoy no hemos comido nada desde el desayuno, la hormigonera pide alimento, pero si estamos pasando hambre, es porque sabemos donde vamos a merendar. Y aquí no se puede venir con el hambre a medio gas. Llegamos a Amarillo, y en una de las primeras salidas de la interestatal, paramos en el Big Texan Steak Ranch.



Este sitio, mundialmente famoso (aún más desde que en Los Simpson le dedicaron un capítulo) no puede ser más mítico. La historia ya la contamos hace tiempo, la atracción es ver a algún animal intentar meterse un steak de 72 onzas (2Kg), con su guarnición de patata asada y fritanga de gambas, en menos de una hora. En ese caso, la casa invita.

Nosotros conocemos nuestras limitaciones, además de que no podemos permitirnos pasar un día en un hospital con indigestión, así que nos sentamos lejos de la mesa de los zumbaos, que por el momento está vacía.


Pedimos la versión “de juguete” del steak, unas 18 onzas de carne y el mismo acompañamiento que el de los campeones. El mantel de la mesa nos recuerda el record actual, un tío que se ventiló las 72 onzas en 8 minutos y 52 segundos. Amigo: tú no tienes boca, tienes una alcantarilla.

Mientras llegan nuestros platos, se sube el primer pirao, un tirillas de California. Un camarero le presenta como si fuera el nuevo quarterback estrella de los Miami Dolphins, le pone el contador en marcha y le deja con lo suyo, que no es poco, en medio de los aplausos de todo el comedor…


Nuestros platos llegan, un pedazo de carne del tamaño de dos puños para cada uno. El de las 72 onzas te gana psicológicamente antes de que metas el primer bocado en la boca, seguro. Sin embargo, y a pesar del tamaño, el steak está cojonudo. Y cuando acabamos, nos hemos quedado perfectos. Entre los ya clásicos fantasmeos del señor Tuercas, que nos asegura que se comería otros dos, acabamos pidiendo un par de postres para compartir.

Misión cumplida, y lo que es más importante: ridículo en público evitado

Menudos postres, con uno de éstos subes al Everest y bajas. Y no te hacen falta sherpas. Fue lo que nos mató, incluso compartiéndolos. Pedimos la cuenta, dejamos el porcentaje correspondiente de propina al camarero cowboy y nos vamos de allí luchando por respirar.


Por cierto, en la hora y pico que pasamos allí, 6 tíos se subieron a intentar la hazaña, y ninguno lo logró. Además, el señor Barrenos nos aseguró que a uno lo oyó entrar al baño a entablar conversación con el señor Roca nada más bajarse de la mesa…

Aprovechando la luz del atardecer, vamos al otro lado del pueblo a ver otra de las atracciones de la Ruta 66: Cadillac Ranch. En medio de un descampado lleno de botes de spray, se levantan los culos de 10 Cadillac perfectamente alineados. Está lleno de niños que hacen graffitis de mierda con un bote en cada mano, mientras los padres los observan orgullosos, como si estuvieran en la representación de navidad de la escuela, o nadando con delfines, yo qué sé…


Los pobres cacharros ya tienen más pintura que chapa

 Nos damos cuenta de que no hemos traído nuestro bote para dejar la firma, así que nos ponemos a buitrear por el suelo. El señor tuercas encuentra uno verde en el que parece que queda suficiente para escribir cuatro letras, y deja la firma gorilesca en el maletero del segundo (o noveno) Cadillac.


Ya no hay luz para ver nada más, así que después de preguntar en un Holiday Inn y que nos digan que $135, nos vamos “a casa”, los Best Western nos están molando y están mejor de precio, así que no miramos ni uno más. Esto se está convirtiendo en una tradición…