Llegamos desde el sur para engancharnos a la ruta en Elk
City. Este pueblo de Oklahoma, de unos 10.000 habitantes, vive de la industria
del petróleo y del gas, aunque también se sacan sus dólares de tirar la caña a
los turistas de la ruta. Por ejemplo, a la salida del pueblo hay un complejo de
museos (National Transportation Museum, Pioneer Museum and Beutler Brothers
Rodeo Hall, the Farm and Ranch Museum, Livery Stable, Train Depot…), y entre
ellos se encuentra el Museo Nacional de la Ruta 66, recomendado por mucha gente. Por $5 para
el complejo entero, a lo mejor entramos.
Desde Elk City hasta Amarillo, ya en Texas, veremos desfilar
por la ventanilla pueblos como Sayre, Texola, Shamrock, McLean, Conway... éste
es un tramo de unos 200Km en el que habrá que rastrear cual sabuesos la antigua
ruta 66, que aparece y desaparece a un lado y a otro de la I-40. Porque los parajes
interesantes están ahí, no detrás de un Peterbilt de 8 ejes en la interestatal. Y cuando digo parajes interesantes me refiero a chorradas
típicas de la ruta, como esta torre de agua inclinada en Groom.
A la entrada de Amarillo, nos detendremos en el Big Texan
Steak Ranch, el archiconocido restaurante donde puedes pedir un troncho de
carne de 72 onzas
(2Kg), con su guarnición. Pero espera, no es famoso por esto, la gracia viene
ahora: si te lo acabas en menos de una hora, no pagas un centavo. Esperamos que
la comisión culinaria-tragaldabas del Coast to Coast, el señor Tuercas (famoso
por haber nacido con un triturador industrial de basura en lugar de un
estómago), se apunte al reto. Desde aquí le animo a que empiece a hacer hambre
desde hoy.
Amarillo es una ciudad de tamaño medio, en torno a 200.000
habitantes. La ruta la atraviesa de este a oeste por Amarillo Boulevard. No
parece que tenga ningún atractivo especial, porque la mayoría de guías y blogs
pasan directamente del Big Texan al este al Cadillac Ranch al oeste.
Ésto es Cadillac Ranch: 10 Cadillacs en fila, medio
enterrados de morro y grafiteados hasta el último tornillo. Tres “artistas”
perpetraron esta (dudosa) obra en 1974, y desde entonces ha recibido miles de
visitas y millones de grafitis, hasta convertirse en una chincheta en la Ruta 66.
Amarillo Downtown, nada muy especial
Como curiosidad automovilística, (como nos contaba Mr.
Barrenos en su entrada) hay que decir que están ordenados de manera que se
observan las evoluciones de la aleta de la cola, una característica fundamental
del diseño de los Cadillac de mediados del siglo pasado. La que fuera su época
dorada antes de empezar a fabricar castañas. También te encuentras historias curiosas, como que el ángulo en que están enterrados es el mismo que el de la Pirámide de Gizeh, o frikadas monumentales como que si están alineados con no se qué constelación, que si la abuela fuma… pero seamos serios, no hay que buscar un Stonehenge donde no lo hay.
Unas millas más allá tenemos Adrian, el supuesto punto medio
de la Ruta 66,
desde donde hay 1139
millas en cada sentido. Me ha picado la curiosidad y he
echando un cálculo rápido, el punto medio de nuestro Coast to Coast está
todavía unas 300 o 400
millas más allá.
Nos haremos la foto de rigor con el cartel, claro. Pasado
Adrian, seguimos por la 66 original hasta Gruhlkey, donde habrá que volver a la I-40 porque la original
desaparece bajo la nueva interestatal. Desde aquí hasta la frontera con Nuevo
Mexico hay unas 20 millas
en las que toca tragar millas-basura, qué se le va a hacer.
Cerca de la frontera, tras un cambio de rasante, volvemos a
salirnos de la autopista. La cruzamos por un paso elevado y retomamos la vieja
66 que continúa por el sur de la
I-40. Aquí nos encontramos con el pueblo fantasma de Glenrio,
a dos pasos de la nueva carretera. Dos pasos que son 30 años.
En Glenrio metes el hocico en la imagen sin maquillar de la 66 actual, sin manos de pintura ni tiendas de souvenirs. El pueblo sufrió la misma historia que sufrieron tantos otros en la ruta: floreció a la sombra de la carretera, y cuando el trazado de la nueva autopista lo dejó a un lado, desapareció cualquier razón para quedarse allí a vivir.
En Glenrio metes el hocico en la imagen sin maquillar de la 66 actual, sin manos de pintura ni tiendas de souvenirs. El pueblo sufrió la misma historia que sufrieron tantos otros en la ruta: floreció a la sombra de la carretera, y cuando el trazado de la nueva autopista lo dejó a un lado, desapareció cualquier razón para quedarse allí a vivir.
Y así es como te lo encuentras ahora, motel abandonado,
gasolinera abandonada, restaurante abandonado, oficina de correos abandonada,
coches abandonados…
A ver si para cuando pasemos este Pontiac Catalina sigue
ahí
Por delante tendremos ahora unas 20 o
Ésta es una de las paradas clásicas de
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