San Francisco amanece neblinoso a través de las ventanas,
como no podía ser de otra manera. Parece que hayamos pagado para que nos toque
vivir todos los fenómenos meteorológicos típicos de cada estado: tormentas
tropicales en Florida, calor asquerosamente pegajoso en Louisiana, tormentas de
arena en el desierto, 50ºC en Badwater… cuesta creer que no haya sobrado la
manta esta noche, cuando anteayer casi nos fundimos de calor dentro del coche.
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No se nos ocurre mejor apodo para la ciudad |
Mr.T iba a ser nuestro guía durante el primer día, ya que al día
siguiente se iban de la ciudad. Así que tras un turno de desayunos y duchas un poco alargado, salimos a la calle a
patear con pantalón largo y chubasquero...
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Ojo al cartelito indicando la ruta de evacuación en caso de tsunami |
Pero la primera vino directa a la frente. Papelito en el capó
del coche. Nos acercamos a quitarlo pensando “mecagonlaleche Merche, hasta aquí que
parecen civilizados te llenan el coche de mierdas…” pero al ver el sello del la
ciudad en medio de un sobre blanco, nos dimos cuenta de que no era publicidad lo
que teníamos entre las manos.
Abrimos el sobre: $72 de multa por aparcar en zona residencial…
Pues efectivamente, rodeamos el coche y junto al él -y del tamaño de una paellera para 20-, nos damos de frente con una señal verde que lo ponía bien claro. Ayer con el frío, la
niebla, la motivada y cien movidas más, no la vimos. Tras enseñar la receta al
resto de gorilas y a Mr.T, pasamos rápidamente de la negación a la ira, y de ahí
a la resignación. Por lo menos se podía pagar por internet y no íbamos a perder
media mañana en una oficina del ayuntamiento. Aquí el que no se consuela…
Tras cambiar el coche de sitio, nos encaminamos al
Fisherman’s Wharf. De repente nos vimos rodeados de asiáticos por todos los lados. Asiáticos
preparando sopa de marisco (clam chowder), asiáticos taxistas, asiáticos
camareros, asiáticos en las tiendas de souvenirs, asiáticos vendiendo
corn-dogs… pero qué coño hicimos ayer entre Yosemite y SF? Rodamos diez mil
millas?
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Fisherman's wharf |
Atravesamos una sala de juegos/museo mecánico con máquinas
de videojuegos de las de hace 30 años donde había algún cacharro realmente
curioso y salimos junto al USS Pampanito y el USS Jeremiah O’Brien, dos reliquias de la Segunda Guerra Mundial.
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Este angelito mandó al fondo del Pacífico miles de toneladas de acero nipón |
Caminamos un poco más junto a una playa desde la que se intuía
a lo lejos la mitad de abajo del Golden Gate; y en Beach con Hyde St. nos dimos
de frente con este tranvía, puesto aquí para que todo kiski se haga las fotos
que quiera sin necesidad de jugarse un esguince de tobillo o una colleja del
conductor.
De ahí al Pier 39 se llega en 5 minutos. Una vez allí
pasamos junto a las plataformas donde se hacinan los leones marinos, que huelen
a truño que tira para atrás y dimos una vuelta por el muelle. Como vayas con el
bolsillo lleno y la mano rápida, aquí te puedes fundir la poca pasta que te
quedara tras tu paso por Las Vegas.
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Alcatraz: realmente parece que podrías llegar de cuatro brazadas, pero si te asomas al borde de la bahía, la velocidad de la corriente parece la de un río |
Como parecía que quería salir un rayo de sol, nos la jugamos
con algún mirador. Desplegamos la tercera fila de asientos del Durango -más por
hacer la pijada que por necesidad real-, y callejeamos hasta el tramo revirado
de Lombard Street. Éste fue nuestro primer contacto con el tipo de calles que
todo el mundo tiene en la cabeza cuando piensa en San Francisco. No es broma ni
exageramos cuando decimos que las hay con pendientes de 25º, que no subes en
bicicleta ni de broma y que te cepillan el embrague del coche en dos días si no
andas fino.
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Lobard Street desde arriba |
Después de bajar este tramo de Lombard Street, hubo que
aguantar la cantidad de mamarrachos que había haciéndose fotos
desde abajo, forzando las poses más peliculeras que vimos en el viaje. Si
estuviera aquí aquel hombre de la lavandería de Lufkin, el que nos decía que en
San Francisco sólo había piraos, nos habría puesto su mejor gesto eastwoodiesco
en plan: “os lo dije, forasteros”.
Volvimos al coche, y atravesando Castro subimos hacia Twin
Peaks, desde donde se supone que hay la mejor vista de la ciudad. Y digo “se
supone” porque cuando llegamos a media altura de aquél risco, una niebla densa
como aquella que tenía Bertín Osborne en Lluvia de Estrellas nos envolvió de
nuevo. Perfecto… se veía algún edificio por allí, otro por allá… pero vistas, pocas.
La idea era habernos acercado hasta el Golden Gate, pero
como ni siquiera veíamos ni un remache desde aquí, optamos por dejarlo para
mañana. Pagar el peaje para ver niebla no parecía la mejor opción en esta
mañana.
Decidimos aparcar de nuevo cerca de casa, comer algo por
allí y patear hasta el centro. Nos acercamos por Stockton y Grant a través de
Chinatown. De repente te metes en otra ciudad: los carteles, los olores, lo guarro que está
todo, los gritos ininteligibles de un lado al otro de la calle… si te dicen que
estás en Hong Kong te lo crees, seguro.
De aquí al cogollo comercial de San Francisco -Union Square
y alrededores- hay sólo un par de manzanas. Como en cualquier centro de gran
ciudad, encontramos las tiendas de todas las marcas que se te puedan ocurrir.
De nuestro ir, venir, entrar y salir en tiendas, pocas cosas exóticas y
americanas os podemos contar. En este aspecto, todo es bastante similar a este
lado del Atlántico, hasta los precios.
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Union Square |
A eso de las 6 o las 7 fuimos a ver el ayuntamiento. Los
sitios están a tiro de pequeño paseo, así que nos movimos a pata. Sorprende la
enorme cantidad de homeless que te encuentras en esta zona, mucho mayor que en
cualquier otra ciudad en la que hayamos puesto el pie. Íbamos sobre aviso, pero
allí en directo es otra historia. La verdad es que no tuvimos ningún problema -lo
de ir 5 tíos bien alimentados y crecidos da bastante seguridad-, pero si vas sólo o en pareja, la cosa
puede volverse incómoda en algún momento.
En un trolebús brusco como un bocadillo de ladrillos nos
acercamos hasta Hayes con Steiner, a las Painted Ladies, otra de las vistas obligadas
de San Francisco. Allá detrás de la incansable niebla seguro que había un
atardecer multicolor para hacer las mejores fotos del viaje, pero no, la niebla
no se quiso mover de su sitio en todo el día.
Bajamos por Hayes hasta Divisadero y allí nos metimos en
otro autobús con destino Castro. Habíamos pasado por allí en coche por la
mañana, pero patearlo un poco no nos iba a hacer daño.
Castro es muy gayer, y un desmadre. En la plaza donde
llegan los tranvías hay gente en bolas, sentados en los bancos tomando el sol (o
la niebla en días como hoy). El barrio mola, hay establecimientos de todo tipo
y muy peculiares que merece la pena visitar, sólo por ver hasta dónde puede
llegar una idea absurda de negocio si la plantas en el lugar adecuado.
Desde aquí nos subimos en un tranvía de la época de los
bisontes de Altamira, y nos fuimos con Mrs S. y Mr. T a cenar a un japonés. El
viaje lo marcó el desfile de personajazos homeless con los que compartimos
asientos. Desde un rubiales que se estaba desangrando por la frente o un par de
negros puestísimos hasta las cejas, hasta una hippy pasada de vueltas que
engullía un tupper de espaguetis con una mano más guarra que hemos visto en años. Si a todo esto le añadimos que Mr. T tiene más escrúpulos que Michael Jackson en una clase de spinning nos da como resultado una experiencia muy muy bizarra, sin duda.
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El troncomóvil en cuestión |
Sabíamos que la comida asiática en San Francisco era algo que no podíamos dejar escapar, y el restaurante donde fuimos en la novena pasó el examen con nota. Un sitio de esos en los que dejamos propina porque de verdad queríamos dejarla, no porque hubiera que hacerlo...
Ya en el sobre, de nuevo mantica hasta el cuello y la calefacción soplando aire caliente. Lo dicho: increíble.
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