Tras la locura de neón de Las Vegas, volvíamos a nuestro sitio en todo un señor motel de carretera. Y hay que decirlo: la primera noche en California dormimos como benditos. El Vagabond Inn cumplió con creces. Acabo de rellenar la encuesta que te mandan los de la web donde lo reservamos y le he puesto un notable alto. Bishop es un pueblo tranquilo y está suficientemente alejado de Death Valley como para que la temperatura sea agradable. Desayunamos abundantemente pero poco variado (como ya era habitual) y a las 9 salíamos a la carretera, buscando la gasolinera barata de hoy, que estaba a la salida de Bishop.
El ultimo tramo de ayer lo hicimos junto a un río y esta era la tortilla de moscos que traíamos en el morro |
La salida de Bishop |
Tonterías las justas... |
A unas 60 millas, en Lee Vining dejamos la 395 y nos metimos en la 120 hacia el paso de Tioga.
La carretera del paso de Tioga está escrupulosamente mantenida, da gusto conducir por aquí; y las vistas a las montañas escarpadas que ofrecen las ventanillas de la izquierda son totalmente distintas a cualquier otra que hayamos atravesado hasta hoy. El paso nos pone a casi 10.000 pies (ayer estuvimos a -282) y vemos el termómetro por debajo de 70ºF. Son 3.500 metros de desnivel y más de 30ºC de diferencia. Si recurres al tópico de que “esto es un país de contrastes”, te podrán llamar pedorro pedante, pero es verdad.
En la subida nos pararon 5 minutos por unas obras, yo que iba conduciendo casi lo agradecí para poder echar una mirada con calma alrededor.
Eso de la izquierda por el medio del pedrero es la carretera |
Para qué usar camiones si puedes cargarlo todo en un helicóptero |
Dejamos atrás el cañón de Tioga y entramos en una zona más
llana entre pinares. Hacemos paradas en el Ellery Lake y en el Tioga Lake para
refrescar hasta los tobillos gorilescos, pero no más arriba. Aquello que
planeábamos de darnos un baño apetece lo mismo que pegarse un tiro en el pie.
Con decir que hoy llevamos el aire acondicionado apagado por primera vez en las
dos semanas que van de viaje, supongo que basta para hacerse una idea.
Entramos en el parque de Yosemite y nuestro Durango surca los paisajes bucólicos de las praderas de Tuolumne. Estas moles de granito liso surgen como setas descomunales de entre los bosques y lagos.
Busca al escalador pirao... |
Viendo que estábamos a sólo 200 millas de San Francisco y lo
bien que íbamos de tiempo, fue por esta zona donde tomamos la decisión de
llamar a nuestros anfitriones para ver si había problema en adelantar nuestra
llegada un día. El problema era que el móvil del señor Barrenos decidió dejar de funcionar un mes antes del viaje y de paso borrar todos los contactos que tenía, así que había ponerse en contacto
primero con España para pedir algún número de teléfono. Perdidos en el culo
alto de California, de momento ningún teléfono tenía cobertura, así que tocaba
esperar, pero siempre pendientes de las 9 horas de diferencia…
Otro baño hasta las rodillas en Tenaya Lake |
20 millas más allá llegamos a Olmsted Point, y mientras el
señor Barrenos le explicaba a una tía las maravillas de la GoPro (que traíamos
con una ventosa en el techo), el resto nos asomamos al valle de Yosemite por
primera vez.
De ahí veníamos... |
...y hacia allí abajo íbamos. La Half Dome al fondo. |
Desde el mirador parece que llegas a la parte baja en 5
minutos, pero el GPS decía que teníamos una hora de descenso hasta entrar en el
valle. Y no mentía. De hecho fue más tiempo porque nos comimos alguna que otra
paradita por obras. Eso sí, el descenso por esta parte de la 120 te sumerge en
un denso bosque en el que parece que si te internas cuatro pasos para echar una meada, no vas a saber volver al coche. Aunque ya van 4.000 millas
(unos 6.500Km) en el contador, carreteras como ésta hacen que estemos muy lejos de
aburrirnos de conducir.
Pues en España nos ponen multas... |
El tiempo corría en nuestra contra, seguíamos bajando y la
cobertura seguía sin aparecer. ¿Cómo coño no va a haber cobertura en todo un
parque nacional? Pues parece que de momento, no. El reloj se acercaba a las dos, las once de la noche en
España, y ya empezaba a ser una hora un poco delicada para llamar sin dar un susto guapo.
El atasco más silvestre de nuestra vida |
Finalmente, cerca de la entrada al valle, el móvil del señor Tuercas encuentra señal. Hacemos la llamada a España y conseguimos el número que buscábamos. Llamamos a
San Francisco, ella está currando así que le llamamos a él. Aunque nuestro
anfitrión (vamos a llamarle Mr. T) no nos descuelga de momento, ya no hay prisa,
el horario con la costa del Pacífico ahora ya es el mismo que el nuestro y
tenemos todo el día.
La entrada al valle |
Cuando llegamos a la entrada del valle, la carretera se
separa: se sube por la derecha del río y se baja por la izquierda. Con los dos
carriles para ti y el tramo mimado hasta el último detalle, da gusto conducir
por aquí. Lástima que sobren un par de toneladas de grasa en este Durango.
La carretera, el Capitán, y el ganado del parque (oh wait...!) |
Rodeados de ciervos que no hacían el más mínimo amago de
escapar de nosotros, aparcamos en unos ensanches que hay frente al Capitán y a
la Bridalveil Fall. Estamos a finales de agosto, y por la cascada sólo caía un hilillo de agua
bailando al son del viento, pero imagínate estos 200 metros de caída en pleno
deshielo de abril o mayo.
Si en la foto ya parece grande, en directo tienes que sujetarte la mandíbula porque se te descuelga |
De camino a la base, nos cruzamos con los iluminados del
día, que andaban a pedradas con la fauna del parque. Bueno, aunque igual la fauna eran ellos. En fin, mermaos los hay en
todos los sitios… hasta aquí. Es un paseo de 10 minutos y una vez allí casi te
puedes poner debajo del agua, así que sí, merece la pena.
Volvimos al coche, y subimos hasta el Yosemite Village,
donde en un supermercado (a precio de oro), compramos la comida. Aquí abajo la
temperatura ya era otra vez de verano, pero el fresco de las cumbres nos había
hecho un agujero en el estómago. Ahora sólo faltaba por encontrar un sitio
tranquilo para comer. Parece que había alguno cerca de la entrada al valle,
junto al río…
El sitio apareció, y resulta que era a los pies del Capitán.
Allí paramos, sacamos la nevera y nos fuimos a la orilla donde no había nadie.
Hubiéramos tenido una comida tranquila observando el paisaje, pero los patos de
Yosemite se encargaron de que no fuera así, usando su arsenal de chulería y tácticas
de los Navy Seals para papear by the face. No vamos a contar lo que pasó (porque nos acabamos de meter con un par de energúmenos que andaban a pedradas con los animalillos...), sólo os diremos que finalmente comieron, no exactamente comida, pero comieron...
Ahí en medio están... reventándonos todo, hasta la foto |
De ahí subimos al mirador de Glacier Point, lo que nos llevó
casi una hora a pesar de que sobre el plano estaba al lado. Pero da igual el
tiempo que te lleve, hay que subir a este balcón, y en las fotos se ve por qué.
Estábamos a más de 200 millas de San Francisco, y las
primeras 60 a través de una carretera tortuosa plagada de furgonetas, caravanas
y turistas de paseo, así que calculábamos unas 4 horas de viaje. Por esto, a
las 6 más o menos nos metimos en el coche y pusimos rumbo a la costa.
Aquí posan hasta los coyotes |
De vuelta por el valle nos sorprendió ver un grupo como de
50 o 60 personas mirando algo en un claro del bosque, con un par de guardas del
parque vigilando el cotarro. Como llevábamos muy bien lo del “allá donde
fueres, haz lo que vieres…” tiramos el Durango en una cuneta y nos bajamos a
husmear. Lo que había era un oso, osezno más bien. Como a unos 40 o 50 metros
entre la hierba alta. La guinda al día en Yosemite, alucinante…
Ya estoy ahorrando para un teleobjetivo, en serio |
Lo que vino después fueron 3 horas largas de coche, primero
por la 120 y luego por la 580. Y a oscuras desde poco más de las 8, por lo que
no tampoco sabemos muy bien cómo eran los lugares que atravesábamos. A eso de las 11 circulábamos hacia el skyline iluminado de
San Francisco por uno de los cinco carriles del Bay Bridge. Mrs.S, y Mr.T nos
esperaban en su apartamento en los alrededores del Pier 39, así que no tardamos
mucho en bordear la bahía y acertar con la calle.
Tras dar un par de vueltas a la manzana, aparcamos en lo que
parecía un buen sitio (sí, aparcar en esta ciudad ya no mola tanto, olvídate de
lo del sitio en la puerta), y abrimos las puertas del coche. Pero qué coño?!...
la temperatura sería como de unos 14ºC, más la humedad, más el viento que
soplaba… maldita sea, si ayer estábamos a 50ºC luchando por respirar. ¿Esto es el
mundialmente mítico verano en California?
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