Síndrome de Stendhal: enfermedad psicosomática que causa
un elevado ritmo cardíaco, vértigo, confusión e incluso alucinaciones cuando
el individuo es expuesto a obras de arte, especialmente cuando éstas son
particularmente bellas o están expuestas en gran número en un mismo lugar.
Hoy lo hemos sufrido, seguro.
Amanecer en Green River sobre las envidiables vistas al descampado tras el motel
El despertador suena sin piedad a las 6 y
pico de la mañana. A estas horas el sol ya empieza a entrar por la ventana y se
oye movimiento en el motel. Es cierto que anochece pronto y que aquí se
acuestan como las gallinas a las 10 de la noche, pero a las 6 de la mañana ya
hay el mismo movimiento que en España a las 9.
Ufff… al ponernos de pie para ir pasando
por la ducha, aparecen las agujetas. Las 6 o 7 millas de marcha de ayer no
perdonan, sobretodo sabiendo que tenemos la fabulosa forma física que
proporciona lo de pasarse el día sentado en el coche catando todos los sabores de pringles, y encima sin hacer
calentamientos ni leches.
Asaltamos el buffet de desayuno,
sobretodo los que ayer habíamos pasado de cenar, y salimos a cargar el coche.
En la puerta del motel ha dormido toda la noche este Chevelle. Huele a
carburador y a gasolina desde el lobby, magnífico.
Rellenamos el depósito en una gasolinera
del pueblo, parece ser la más barata de las que nos vamos a encontrar en las
ciento y pico millas que nos quedan de autonomía, y nos ponemos en marcha. Hay
unas 200 millas hasta la primera parada de hoy, la UT-12 y Bryce Canyon.
La I-70 dirección oeste
Como ayer, en estas primeras horas
espabilamos poco a poco en el coche mientras las millas pasan entre los paisajes de western de Utah. Este estado entero debería ser un parque nacional.
Dejamos la interestatal 70 para tomar la
89 hacia el sur. Esta carretera atraviesa zonas más verdes al circular junto al
río Sevier. La imagen del desierto que esperábamos de esta zona estaba un poco
equivocada. Ahora no hacemos más que pasar en medio de enormes campos de cultivo,
bosques y remansos de agua.
Un poco más allá de Panguitch, dejamos la
89 y nos metemos por la espectacular 12. Las rocas empiezan a pintarse de rojo
nuevamente, la carretera se retuerce, y pasamos por un par de túneles de película. Otro
tramo para marcar con una chincheta, si pasas por aquí cerca, estas millas
merecen la pena, y mucho.
La matrícula de Florida empieza a resultar más exótica que un gitano gafapasta
En unas 15 millas se llega al desvío
hacia Bryce Canyon. Atravesamos el cuidadísimo pueblo con todos los
alojamientos que dan servicio al parque, poco más allá entregamos nuestro
flamante pase anual en la garita y entramos al parque.
Bryce Canyon no es exactamente un cañón,
sino una especie de anfiteatro de proporciones colosales. La primera vez que
observamos sus paisajes nos dejó una cara de pasmaos parecida a la
del Delicate Arch de ayer. Aquí no vas abriendo boca según te acercas. Lo ves
todo según te bajas de coche y te asomas a los miradores.
Recorrimos toda la carretera interna del
parque hasta el Rainbow Point, que está un poco lejos, pero merece la pena. Atravesamos
zonas que han sufrido un incendio bastante recientemente, pero el paseo sigue
siendo espectacular.
Sobre las 13.30 lo dimos por terminado,
seguramente porque había bastante hambre en el ambiente y porque un Subway a la
entrada del parque nos esperaba con los brazos abiertos. Tras entender un poco
como iba la historia en este sitio, todos caímos en los bocadillos de un pie de
longitud en los que no cabía un solo ingrediente más. No lo recuerdo exactamente,
pero el del señor Barrrenos por ejemplo mezclaba aguacate, pepinillos, pollo
con salsa barbacoa y unos 38 ingredientes más. Salimos de allí más que satisfechos,
con los vasos llenos de cafés y refrescos de colores, como ya es tradición.
La siguiente parada era el parque
nacional de Zion, del que nos separaban unas 80 millas. Nos damos cuenta de que
estas distancias empiezan a ser como el que va a la vuelta de la esquina a por
el pan. Un paseo de nada, por mucho que sean 130 Km. La cabeza empieza a
estructurar las distancias a modo americano. Esto es: 1 milla = 1 Km (o menos).
A la entrada a Zion, el color del pavimento
cambia a un granate que se camufla perfectamente entre las montañas de
alrededor. Por pijadas como ésta, el “nos llevan siglos de ventaja, hasta en esto” se oye nuevamente
en el interior del Durango. Enseñamos otra vez nuestro pase mágico en la garita
y entramos en el parque. Habíamos leído que la carretera será una de las más
escénicas de nuestra ruta, así que el señor Barrenos monta la GoPro por fuera
del coche para grabar cada milímetro del cañón.
Era el turno del señor Bujías al volante, así que el karma le iba a devolver el coñazo de aquella recta de 50 millas antes de Albuquerque.
Era el turno del señor Bujías al volante, así que el karma le iba a devolver el coñazo de aquella recta de 50 millas antes de Albuquerque.
Tras las primeras millas, la ruta se mete
en un arcaico y estrecho túnel en el que nos toca hacer cola antes de entrar porque sólo pasamos los de un sentido. A medida que lo cruzamos, a la derecha
se abren en la pared tres o cuatro ventanas al cañón, que son la única fuente
de luz en el túnel.
Ahí en medio se ve uno
Cuando se sale a la luz, el cañón se abre
a la derecha del coche. La carretera se pega a la pared sur del cañón y se desploma en un
desnivel bestial en poco más de 3 millas. En cada ensanche hay gente parada
haciendo fotos; de nuevo no queda ninguna boca cerrada en el coche, y las
ventanillas se quedan pequeñas para admirar el parque.
En la parte baja del valle entramos en
Springdale, un pueblo con cada esquina mimada hasta el último detalle. Miles de
establecimientos de deportes de aventura, hoteles, oficinas de turismo y
tiendas de souvenirs son la muestra de que aquí se vive del turista. Entramos en
una, y nos acabamos sacando unas Bud heladas para tomar por ahí (el paisano nos
mira con desaprobación por llevar aguachirri, pero es que eran las únicas que
había frías…). Estamos a “sólo” 120 millas del motel de hoy, un Best Western en
Page, así que sorprendentemente nos sobra un rato para relajarnos.
Volvemos sobre nuestros pasos un par de
millas y encontramos un lugar junto a un arroyo, con una roca que desde
lejos parece que puede hacer de tumbona perfectamente. Bajamos, metemos los pies
polvorientos en el agua, y disfrutamos de un rato largo de paz sin prisas, sin 40ºC, sin carretera, sin GPS, sin mapas, sólo arrullados por el bucólico canto de los
pajarillos y de la pequeña cascada que salta el riachuelo aquí al lado. Los
gorilas también sabemos disfrutar de un poco de esto de vez en cuando.
Volvemos al coche, y a la 89, que circula
por Utah paralela a la frontera con Arizona. Son dos horas con muy pocas
curvas, en las que la mejor atracción, además de los paisajes del desierto, son
estas obras en el medio de ninguna parte, que nos tuvieron parados 10 minutos.
Ya cayendo la noche, nos acercamos al lago
Powell, lo que da sentido a la cantidad absurda de coches que nos hemos cruzado
remolcando lanchas por el medio del desierto. Cruzamos por el puente de la
presa Glen Canyon y observamos el Cañón del Colorado a la derecha. Aunque ya
hay poca luz, la verticalidad de las paredes y la profundidad a la que discurre
el río, nos vuelven a desencajar la mandíbula. La guinda al día de hoy, y eso
que se ve poco.
El Best Western de esta noche tiene una pinta
bastante cojonuda, aunque hay que decir que el precio también es un poco mayor
(la presencia del Gran Cañon aquí al lado ya se nota) y que está lleno. Menos mal que hemos reservado, no tiene pinta de haber una sola habitación en todo el pueblo. Aunque vamos un poco
tarde, damos con un italomexicano a un par de manzanas para cenar (al que vamos
caminando, sorprendentemente) y poco a poco vamos cayendo dormidos, mientras el
señor Tuercas hace experimentos con el look de su barba para hacer mañana una
entrada triunfal en Las Vegas.
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