miércoles, 19 de septiembre de 2012

DÍA 14: LAS VEGAS - BISHOP

Millas recorridas: 420

Son las 7 y pico, no sé si el señor Tuercas ha llegado a cumplir sus amenazas de bajar a fundir su tarjeta de crédito al casino a las 4 de la mañana. Me giro, parece que no, porque ronca como una locomotora de la Union Pacific en la cama de al lado... Menos mal que ningún matón ha venido a buscarle para enterrarlo por sus deudas en el desierto del Mojave.

Tenemos que empezar a movernos. El horno de Death Valley ya nos espera calentándose a unas 100 millas y no queremos que se nos haga de noche allí, sencillamente porque no hay muchos pueblos ni sitios para buscar un motel.

116 Km
Cerramos las maletas, cada día con más dificultad por la cantidad de souvenirs que vamos acumulando, y recargamos la nevera con hielo como para una fiesta con Roberto Carlos y su millón de amigos. Suponemos que durante las millas de hoy vamos a marcar las máximas temperaturas del viaje, y a nadie le apetece beber caldo de Tampico en medio del desierto.

Atravesamos el casino en el que ya (o todavía…) hay gente jugando y nos dividimos; dos vamos a hacer el checkout, y dos van a pedir el coche (que no tenemos ni idea de dónde nos lo han aparcado). Todo va como la seda (salvo el puñal que nos clavan en la espalda con las tasas), así que cargamos el equipaje y nos despedimos del hotel. Antes de salir de Sin City, decidimos aprovechar la hora temprana para ir al cartel junto al aeropuerto. Si hay alguna pareja de recién casados haciéndose las fotos ahora, es que han pasado por el altar a las 6 de la mañana y entonces fijo que son Elvis con Marilyn, o Spiderman con Winnie the Pooh, así que por lo menos la espera en la cola va a ser más divertida.


La gasolinera lowcost que hemos puesto en el GPS para repostar no quiere aparecer, y acabamos dando vueltas en un enorme parque empresarial al norte de Las Vegas, pero no vemos nada que se parezca ni de lejos a un surtidor. El supuesto precio no era más que 3 o 4 céntimos mejor que las de los alrededores, así que no merece la pena perder ni un minuto de más. En la primera estación que aparece llenamos el depósito y compramos unas galletas y un (sorprendentemente cojonudo) batido de chocolate para desayunar.

Una de tantas pasadas que te pegan a 140 estos amigos
Por delante hay 120 millas sobre la I-95 hasta Beatty, donde tendremos que girar hacia el oeste para meternos en Death Valley por Rhyolite. En estas dos horas de autopista por el desierto pasamos por delante de una cárcel y de una base aérea… esto parece un decorado de película, hasta los carteles que unas millas antes te dejan bien claro que si recoges a algún autoestopista, la vas a liar.


Un poco antes de Beatty, en Lathrop Wells, paramos de nuevo a reponer los galones que hemos gastado hasta aquí. Aunque en Death Valley hay alguna gasolinera, como veríamos después, pagas tu falta de previsión a unos desorbitados $2 extra por galón. Cualquier cosa que no sea entrar con el depósito hasta arriba en el valle es hacer el capullo, por pasta y por lo que pueda pasar.


En Beatty tomamos la 374, que se dirige de frente hacia California. A unas 3 millas del pueblo sale a la derecha el desvío hacia Rhyolite, el pueblo fantasma que tenemos en la agenda desde hace meses. No hay que recorrer muchos metros por esa carretera para empezar a ver movidas extrañas.


A la entrada del pueblo nos recibe el “museo” al aire libre de Goldwell, con esculturas de todo tipo desperdigadas sin ningún orden aparente. Probablemente ninguna de estas piezas destacaría en una galería de arte, pero el entorno en el que te las encuentras hace todo lo demás.

Pues estaba vacío a pesar de ser free, bienvenido a Death Valley...
Pero qué cojx%$S...?
Aham...
Bajamos del Durango y damos una vuelta, con cara de poker, cada uno por su lado, con calma porque el calor todavía no asfixia y sopla algo de viento. El suelo está sembrado de chapas añejas y tornillos oxidados, mezclados con cristales y chatarras variadas más actuales; tiene pinta de que por aquí viene gente muy turbia.

Este Impala ya había dejado de correr hace unos cuantos años
Parece mentira que aquí vivieran y trabajaran hace 90 años 5.000 personas. El desierto y los saqueadores se han comido casi todas las casas y prácticamente cualquier resto de civilización. Avanzamos hacia el centro del pueblo y vamos dejando a los lados una tienda, la casa de botellas, la escuela, el banco, y terminamos en la estación, vallada y con carteles de “sustancias peligrosas inside” (por si aún te quedan ganas de entrar).

Un amigable cartel avisando de la presencia de serpientes de cascabel

Lo que queda del banco
Pero aquí no pasó una historia terrible, esto no es ni Pripyat ni Belchite. Por desolador que parezca Rhyolite (y lo es), las incontables bocas de mina -ahora valladas- que agujerean las montañas de alrededor le enseñan al visitante el porqué de este pueblo y de lo que queda ahora. Pura mentalidad americana, usar y tirar.

La estación que luego fue casino


Algo más de media hora en Rhyolite es suficiente, así que volvemos a la 374 para entrar en el Parque Nacional y cruzar la frontera con California. Tras un risco, aparece a nuestros pies el valle de Badwater. Un desnivel de 1000 metros se desploma en frente de nosotros, la carretera es en una interminable y ondulada cuesta abajo hasta donde alcanza la vista.


Empezamos el descenso y el horno empieza a funcionar. Vemos como el termómetro sube implacable, un Fahrenheit con cada curva. Antes de llegar al cruce con la 190, ya estamos a 111ºF, unos 44ºC.


En la bajada nos cruzamos con varios Mercedes Benz en pruebas. Nos pareció entrever algo con la forma de un clase A, algo parecido a un CLS y otra berlina, tapados con lonas negras, cargados de ordenadores y sensores, y subiendo a fuego. No había piedad alguna con esos coches.

Ya en la parte baja, vamos primero hacia Zabriskie Point, atravesando el oasis en Furnance Creek. La carretera vuelve a ganar altura, pero la temperatura no baja. El goteo de grados no paraba, y con cada uno que ganaba el termómetro había aplausos dentro del coche, y foto al indicador. Pasamos de los 48ºC, ilusos, ya nos tocaría salir del aire acondicionado en breve…

119ºF son 48,3ºC
Desde Zabriskie Point se ve parte del valle, pero si es un sitio famoso es por las formas y colores de las rocas que lo rodean. Aparcamos cerca del camino que lleva al mirador y abrimos las puertas. Creedme, no hay palabras para describir aquello. Rhyolite era el polo a su lado. La sensación era como la de estar en una sauna, pero sabiendo que no hay una puerta para salir cuando ya te mareas del calor…



Caminamos hasta el mirador, y logramos permanecer allí unos 10 minutos, merece la pena. No sé a los demás, pero a mí se me ha quedado bien grabado el primer contacto con este calor y paisajes extraterrestres. Seguramente como a la pirada de turno, que apareció de repente con una sudadera abrochada hasta el cuello y se puso a reflexionar sobre la paz mundial en plan buda encima de una roca…

Ahí está, persiguiendo el hervor que le faltaba


Aquí le encontramos utilidad (además del vacile) a una de las pijadas que tenía nuestro Durango, el arranque remoto. Desde 100m te permite poner el motor en marcha (y lo que es más importante: el aire acondicionado), así que cuando ocupamos los asientos, aquello ya no era un microondas. Asaltamos la nevera y seguimos hacia Dante’s View, a unas 20 millas.

La carretera sube sin parar, aquí los desniveles no son ninguna broma. Acabamos de pasar por la cota cero antes de Zabriskie y el vamos hacia el mirador que domina el valle a unos 1.670m de altura, hay pocos respiros para nuestro Dodge hasta allí arriba.


Por lo menos, la temperatura ahora sí empieza a bajar. Poco a poco, vuelve a ponerse en niveles de verano español. Ver cómo el indicador descendía de los 100ºF (38ºC) casi parecía un regalo del cielo.

Tras las últimas cuatro curvas de la carretera, dignas del Angliru, llegamos a Dante’s View. El mirador está justo encima de Badwater, y ofrece la mejor vista del Death Valley que tuvimos en todo el día. Además, los 30ºC y el vientecillo que corría permitían quedarse tranquilamente observando la desolación a nuestros pies. Y pensar que la gente hace 100 años cruzaba este desierto con carros y carretas…


Echamos un rato largo sólo mirando, porque aquí no hay otra cosa que hacer. Bueno, también vacilamos con lo del arranque remoto a un alemán que pasaba por delante de nuestro coche… nos ha gustado la pijada, hay que reconocerlo. Y emprendimos el descenso hacia Badwater, que en línea recta estaba ahí abajo a un par de millas, pero por carretera eran más de 40.


Fue un trayecto de más o menos una hora. Volvimos a la 190, y pasamos de nuevo junto al cartel que marcaba el nivel del mar. Nuestro desvío hacia Badwater seguía bajando…


La temperatura subía como si nos acercáramos a la boca del infierno. Acercabas las manos a las ventanillas del coche y aquello quemaba. A una milla de Badwater, el termómetro nos regaló la máxima del viaje: 122ºF, aquí teníamos los 50ºC clavados.


En Badwater bajamos del coche, porque hay que bajar, no porque nos lo pidiera el cuerpo. Aquello ardía, no creo que haya otra palabra. Puede que en Zabriskie Point soplara algo de viento, aquí ni eso. Para hacerse una idea: en el resto de sitios sofocantes donde hemos estado se notaba el calor que salía bajo el coche cuando parábamos y nos bajábamos, pero aquí no, porque directamente todo el aire que se quedaba quieto a nuestro lado estaba a esa temperatura.

Detrás de nosotros aparcaron 4 o 5 Chevrolets camuflados también en pruebas. No me quiero imaginar la vida de un coche condenado a este sitio… de hecho, el señor Barrenos nos recordó que muchas compañías de alquiler no te prestan sus vehículos si se enteran de que los vas a meter por aquí.

Badwater a la izquierda, los Chevys a la derecha y el señor Barrenos -le costó separarse del aire acondicionado-, al fondo
Bajamos estas escaleras hacia la explanada blanca que reflejaba el sol como un espejo (si te olvidas las gafas de sol en el coche, la tortura es doble) y caminamos un poco hacia la nada. El suelo es como una mezcla de sal y barro endurecido, medio empapado de agua, muy raro.

Pie de foto?  CALOR

Esa chapa azul en el medio de la foto es el cartel que marca el nivel del mar, y está 86 metros por encima de nosotros 
Sólo llevamos 5 minutos deambulando por aquí cuando calor empieza a afectarnos, por lo que nos vamos recogiendo hacia el coche. El señor Tuercas y yo nos quedamos un poco atrás para hacer alguna foto al charco de agua salada donde se supone que si buscas un poco encuentras el Pupfish. De hecho un grupo de estudiantes de biología de una universidad estaban merodeando por allí por allí con todo el kit de exploración encima, pero parece que el pececillo en cuestión no se dejó ver…


En total no aguantamos más de 10 minutos en esta sartén. Llega un momento en el que por más que lo intentes, tu cerebro sólo piensa en agua, sombra y fresco. En nuestro caso: Tampico, Durango y aire acondicionado. Oh sí…

A la vuelta nos metimos por la Artists Drive, la carretera de sentido único que da acceso al Artists Palette. La estrechez de la calzada encajonada en muchos tramos aumenta la sensación de estar perdido en el culo del mundo, si falla algo en este cacharro en el que vamos sentados, vamos a tener un problema muy gordo. Mientras tanto, el señor Barrenos va grabando el paseo con la GoPro sacada por una rendija de la ventanilla, notando como la piel de su mano se churrusca a fuego lento…


Artists Palette: como siempre, los colores salen mejor en directo...
Serían cerca de las 4 de la tarde cuando llegamos de nuevo a la 190 en Furnance Creek. Es esta carretera la que se supone que nos tiene que sacar de Death Valley unas 100 millas más al oeste. No vamos mal de tiempo, pero tampoco se puede parar. Nos esperan rectas de esas de fondo de pantalla pero también tramos de curvas que no nos van a permitir rodar a 65mph por mucha cera que le dé el señor Tuercas.

Antes de Stovepipe Wells hacemos una parada junto a las dunas de arena que aparecen a la derecha. La temperatura ha bajado, sí: de los 50 a los 48ºC, así que el resto de gorilas se quedan en el interior del coche mirándome mientras disparo cuatro o cinco fotos.


La carretera sube, y baja, y vuelve a subir unos puertos interminables, con el termómetro siempre acariciando los 120ºF. Si el Durango tuviera lengua, la llevaría fuera. No se me ocurre otro sitio donde acortar la vida de tu coche más rápido.

50 grados y que apaguemos EL QUÉ?
Tras dos horas, y con el sol ya bastante cerca de las montañas del horizonte, parece que divisamos la salida de Death Valley. Frente a nosotros aparece un valle verde, y detrás de él las cumbres descomunales de Sierra Nevada. Bien, la idea por hoy es recorrer unas 60 millas por este valle hasta Bishop, que lo de pasar la Sierra Nevada ya lo dejaremos para mañana.


Una de las últimas vistas que tuvimos de Death Valley

En una hora más o menos por la 395 llegamos a Bishop, un pueblo bastante curioso donde nos esperaban en el Vagabond Motel. El nombre del sitio no presagiaba nada bueno, pero lo que nos encontramos al llegar fue más que correcto. Y encima presentando la tarjeta de la habitación en el Denny’s de enfrente, nos harían un 10% de descuento.

Si habéis leído toda la entrada con atención, os habréis dado cuenta de que en Death Valley no comimos nada. Ni sándwiches estilo “On the Road” ni leches… el calor nos hizo un nudo en el estómago. De manera que la cena en aquel Denny’s fue bastante salvaje, para qué negarlo. Un grupo de franceses nos miraba flipando desde la mesa de al lado, seguro que pensaban que éramos de Amarillo. Sin embargo, al terminar, el señor Bujías y yo nos tuvimos que dar un paseo hasta el otro lado del pueblo para bajar la panzada.

De vuelta en la habitación, volvimos a la rutina viajera: preparamos la etapa de mañana, buscamos una gasolinera barata en los alrededores y poco a poco nos fuimos quedando filetes. Hoy han caído 700Km de desierto y eso casca. Y si no que se lo digan al Durango, si lo hubiéramos dejado a dormir dentro de la piscina del motel sería el hierro más feliz de California.

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