lunes, 10 de septiembre de 2012

DÍA 12: KINGMAN - LAS VEGAS

Millas recorridas: 110

El día que le ganamos al calendario por sorpresa nos permite levantarnos hoy más tarde de lo que estamos acostumbrados. Llegamos sobre la campana al buffet de desayuno y en 10 minutos nos metemos entre pecho y espalda las calorías suficientes para vivir 3 días.



Con el rollo de ayer, la etapa de hoy es muy corta, estamos a poco más de 100 millas de nuestro destino en Las Vegas por la AZ-93. Así que con calma, antes de salir de Kingman, pasamos por el Walmart y renovamos las existencias de Tampico de la nevera, que ya venía hasta arriba de hielo desde el motel.


Pasillo de las bebidas, parece una tienda de pinturas

La carretera no ofrece muchas distracciones para detenernos antes de la presa Hoover, tan sólo algún mirador desde el que se ve el curso del río Colorado ya en la parte baja del cañón. Aun no es mediodía, pero al salir del abrigo del aire acondicionado, el sol nos atiza una ardiente bofetada de calor del desierto, así que en menos de lo que tardamos en hacer cinco fotos, estamos de vuelta en los asientos del Durango.




El paisaje se va tornando más desértico con cada milla que pasa, y en poco más de una hora desde Kingman, estamos cruzando el nuevo puente bypass y pasando el control de seguridad para acceder a la presa Hoover.


Pacific Time Zone: acuérdate de cambiar la hora de tu reloj antes de perderlo al blackjack


Entramos por Nevada, la cruzamos hacia el este y aparcamos en la parte de Arizona, donde en la ladera del cañón la carretera da acceso a tres o cuatro aparcamientos gratuitos. El coche queda en el segundo, bajo el sol de justicia, pero evidentemente pasamos del que ofrece sombra por $6 o 7. El aire acondicionado cuesta menos, seguro.


Dejar a tu hijo en un microondas con grill no es sano, menos mal que lo avisan

Torrándonos a unos 42 o 43 grados caminamos por la presa hacia Nevada, dejando el lago Mead a la derecha y el abismo a la izquierda. La verdad es que la presa en sí no es mucho mayor que cualquiera de las grandes que tenemos en España, pero el enclave privilegiado hace todo lo demás. Si miras hacia abajo, la verticalidad de las dos paredes del cañón y del hormigón te hace sudar los pocos fluidos que queden en tu cuerpo, sobretodo al Señor Barrenos y a su conocida afición a las alturas.



Vistas las estatuas y habiendo refrescado en el centro de visitantes, la presa tampoco da para mucho más. Seguir deambulando por aquí sólo nos acercaría más a la idea de saltar de cabeza al agua y cometer unos 12 delitos federales juntos, así que nos subimos en el coche y nos alejamos de allí camino del puente.



Cruzamos de nuevo a Nevada, aparcamos arriba y caminamos hasta la mitad del puente por la parte peatonal reservada. Aquello se mueve. En los primeros metros no se nota tanto, pero cuando llegas al medio, cada camión que pasa hace que todo vibre de una manera bastante inquietante, y si a eso le sumas el vientaco que sopla ahí arriba a 300m de altura y los niños gilipollas intentando subirse a la barandilla para hacerse fotos de perfil de facebook, la experiencia roza el masoquismo. Pero las vistas de la presa y del lago merecen la pena, no hay duda.



Hemos estirado la visita todo lo que se ha podido, ya no hay más que ver por aquí. Nos quedan unas 20 millas hasta Las Vegas y queremos quitarlas del medio cuanto antes. Retomamos la 93, que recorre la parte sur del lago Mead y pasa por Boulder City. Hay asiáticos haciéndose la foto con el mustang rojo de alquiler y el lago al fondo, el tráfico se va intensificando por momentos, los casinos se levantan a un lado y otro de la carretera… efectivamente, estamos al lado de Las Vegas.



Tras un alto, la autopista nos ofrece la primera imagen de la ciudad. Acechada desde el sur por una tormenta –de arena o de lo que sea, desde aquí no se distingue-, Las Vegas se levanta contra todos los elementos en el medio de un valle desolado. En el centro de la ciudad despuntan contra el cielo gris los edificios de los casinos envueltos en sus cristales de colores. Su hubiéramos entrado ayer de noche con todo iluminado, nos habríamos llevado una impresión diferente; por el momento, desde 10 millas y encajonados entre toneladas de hormigón, no es lo más atractivo del día.




Sin embargo, al acercarte, dejas de ver el valle desértico y la tormenta, las paredes de hormigón se rebajan y el color empieza a entrar por todas las ventanillas del coche. Y entonces este parque de atracciones para adultos empieza a funcionar. Entramos por la I-15 desde el sur, dejando a nuestra derecha el Mandalay Bay y el Luxor.


En este momento decidimos ir al archiconocido cartel de entrada a Las Vegas, junto al aeropuerto. El GPS nos da un par de vueltas para meternos en el Strip, pero finalmente llegamos.



Pero hay cola para hacerse la foto: como unas 30 personas. Y lo que es peor: se acaban de bajar 3 parejas de recién casados con sus respectivos autobuses de invitados. No queremos perder una hora aquí, así que sin pensarlo huimos como alma que lleva el diablo hacia el Mirage.

Una salidina a lo Toretto les dejó bien claro lo que pensábamos de ellos

Los gorilas nos reservamos nuestra opinión sobre lo de organizar una boda “seria” en Las Vegas, y rematar con la sesión de fotos en el “Welcome to Fabulous Las Vegas” junto al estruendo del aeropuerto McCarran… pero seguro que os la imagináis.

En el primer paso por el Strip en coche, no nos da tiempo a ver ni la décima parte de atracciones que se ofrecen a los ojos del visitante. Entre otros, pasamos por delante del castillo del Excalibur, MGM Grand, New York New York, Aria, Paris, Flamingo, Bellagio, Caesars, Venetian y finalmente llegamos al nuestro.


Cruzamos las puertas del Mirage seguidos por el botones que se había ofrecido como un rayo para llevarnos las maletas (se huele una suculenta propina... y sí, algo hubo, pero desde luego suculento no fue). En el mostrador de recepción hay 10 o 12 tíos despachando clientes a diestro y siniestro. Nos acercamos, comprueban la reserva mientras me imagino el ridículo que habríamos hecho si nos hubiéramos presentado aquí ayer, y nos dan la habitación 10068, orientada al Strip. Piso 10 con vistas, parece que no está mal, nada mal.

Aquí se las saben todas, y para llegar a los ascensores tienes que cruzar toooodo el casino, tragaperras, mesas y ruletas te ponen la música de camino a la habitación, no vaya a ser que se te ocurra ir a dormir sin haber gastado esos $20 que llevas en el bolsillo. Qué atentos, no?

Escogemos el ascensor que va a nuestra planta y recorremos el interminable pasillo enmoquetado hasta la 10068. El orden en la habitación dura medio minuto, que es lo que tardamos en destruirla deshaciendo el equipaje y volcando en las camas todos los cacharros que traemos con nosotros. Es más pequeña que la de Miami, pero más grande que la de Nueva Orleans. Por la ventana, comprobamos que el piso 10 incluso se queda bajo para salvar con la vista el gigantesco casino de la planta baja; no se ve la calle, pero sí los casinos de enfrente (Harrah’s, Venetian y parte del Caersars)


Hombre, lo de las vistas al Strip era un poco discutible

Decidimos ir a la piscina para refrescar después de la torrada de esta mañana, y dejamos para después lo de dar una vuelta por ahí. Pero la piscina nos refrigera lo mismo que un baño en las calderas de Pedro Botero. A lo mejor si te tiras el daikiri de fresa por el cogote notas fresquito, pero metido en esta sopa ya te aseguramos sin miedo a equivocarnos que no.

Ya que no tenemos entradas para Celine Dion, cuando empieza a caer la tarde, salimos a pasear un poco el Strip en plan lowcost. Al atravesar el casino camino de la puerta, metemos un dólar en la primera tragaperras que aparece, le damos a la palanca, aquello gira sin control y nos dice que hemos ganado. Le damos al botón de cash (porque se iluminaba), y nos saca un vale por $1.25 que se puede canjear en varias máquinas de cash que hay por el casino. Bueno, no nos quejamos, primera jugada en Las Vegas y hemos ganado…



A estas horas ya hay hambre y vamos buscando una hamburguesa con ansia, pero avanzar por esta calle como peatón no es tan fácil como puede parecer en un principio. Primero, porque cualquier movida te distrae, como por ejemplo el espectáculo de las fuentes del Bellagio con el que nos dimos de frente por casualidad.




Por el otro, porque no hay pasos de peatón en las calles perpendiculares (hasta aquí bien, visto el numero de mangaos que nos hemos encontrado), sólo se puede cruzar por una serie de pasarelas elevadas a las que se accede entrando por los casinos. Nuevamente te marean para que veas más tragaperras, más ruletas, y más tiendas en las que fundir pasta. Asúmelo, en "Veigas" eres un puñado de dólares con piernas.



Finalmente acabamos encontrando nuestra hamburguesa en el FatBurguer, pasado el Harley Davidson frente al complejo del Aria. Con el sol en Japón sí se puede disfrutar de la terraza que tiene al aire libre, y la hamburguesa es más que correcta, independientemente de que con el hambre que teníamos, ya nos habría parecido fantástica una rueda de camión rellena de wasabi para cenar.





Avanzamos un poco más, dejándonos caer en tiendas de esas que sólo hay aquí y entrando en otros casinos a curiosear. Si jugamos, será en el nuestro para tener la habitación cerca si hay que volverse con una mano delante y otra detrás.



No, en esta no entramos, pero el cartel mola eh...?

Cuando nos queremos dar cuenta, estamos a milla y pico del hotel. Milla y pico de obstáculos. Volvemos por donde hemos venido intentando por lo menos cambiar de pasarelas para conocer otras tiendas, y llegamos al Mirage a las 12 y pico. Damos unas vueltas por el casino pero nadie huele a la diosa fortuna por allí, así que nos metemos al sobre. Uff, cómo se agradece el nórdico. Igual se les va un poco la mano con el aire acondicionado…

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