miércoles, 19 de septiembre de 2012

DÍA 14: LAS VEGAS - BISHOP

Millas recorridas: 420

Son las 7 y pico, no sé si el señor Tuercas ha llegado a cumplir sus amenazas de bajar a fundir su tarjeta de crédito al casino a las 4 de la mañana. Me giro, parece que no, porque ronca como una locomotora de la Union Pacific en la cama de al lado... Menos mal que ningún matón ha venido a buscarle para enterrarlo por sus deudas en el desierto del Mojave.

Tenemos que empezar a movernos. El horno de Death Valley ya nos espera calentándose a unas 100 millas y no queremos que se nos haga de noche allí, sencillamente porque no hay muchos pueblos ni sitios para buscar un motel.

116 Km
Cerramos las maletas, cada día con más dificultad por la cantidad de souvenirs que vamos acumulando, y recargamos la nevera con hielo como para una fiesta con Roberto Carlos y su millón de amigos. Suponemos que durante las millas de hoy vamos a marcar las máximas temperaturas del viaje, y a nadie le apetece beber caldo de Tampico en medio del desierto.

Atravesamos el casino en el que ya (o todavía…) hay gente jugando y nos dividimos; dos vamos a hacer el checkout, y dos van a pedir el coche (que no tenemos ni idea de dónde nos lo han aparcado). Todo va como la seda (salvo el puñal que nos clavan en la espalda con las tasas), así que cargamos el equipaje y nos despedimos del hotel. Antes de salir de Sin City, decidimos aprovechar la hora temprana para ir al cartel junto al aeropuerto. Si hay alguna pareja de recién casados haciéndose las fotos ahora, es que han pasado por el altar a las 6 de la mañana y entonces fijo que son Elvis con Marilyn, o Spiderman con Winnie the Pooh, así que por lo menos la espera en la cola va a ser más divertida.


La gasolinera lowcost que hemos puesto en el GPS para repostar no quiere aparecer, y acabamos dando vueltas en un enorme parque empresarial al norte de Las Vegas, pero no vemos nada que se parezca ni de lejos a un surtidor. El supuesto precio no era más que 3 o 4 céntimos mejor que las de los alrededores, así que no merece la pena perder ni un minuto de más. En la primera estación que aparece llenamos el depósito y compramos unas galletas y un (sorprendentemente cojonudo) batido de chocolate para desayunar.

Una de tantas pasadas que te pegan a 140 estos amigos
Por delante hay 120 millas sobre la I-95 hasta Beatty, donde tendremos que girar hacia el oeste para meternos en Death Valley por Rhyolite. En estas dos horas de autopista por el desierto pasamos por delante de una cárcel y de una base aérea… esto parece un decorado de película, hasta los carteles que unas millas antes te dejan bien claro que si recoges a algún autoestopista, la vas a liar.


Un poco antes de Beatty, en Lathrop Wells, paramos de nuevo a reponer los galones que hemos gastado hasta aquí. Aunque en Death Valley hay alguna gasolinera, como veríamos después, pagas tu falta de previsión a unos desorbitados $2 extra por galón. Cualquier cosa que no sea entrar con el depósito hasta arriba en el valle es hacer el capullo, por pasta y por lo que pueda pasar.


En Beatty tomamos la 374, que se dirige de frente hacia California. A unas 3 millas del pueblo sale a la derecha el desvío hacia Rhyolite, el pueblo fantasma que tenemos en la agenda desde hace meses. No hay que recorrer muchos metros por esa carretera para empezar a ver movidas extrañas.


A la entrada del pueblo nos recibe el “museo” al aire libre de Goldwell, con esculturas de todo tipo desperdigadas sin ningún orden aparente. Probablemente ninguna de estas piezas destacaría en una galería de arte, pero el entorno en el que te las encuentras hace todo lo demás.

Pues estaba vacío a pesar de ser free, bienvenido a Death Valley...
Pero qué cojx%$S...?
Aham...
Bajamos del Durango y damos una vuelta, con cara de poker, cada uno por su lado, con calma porque el calor todavía no asfixia y sopla algo de viento. El suelo está sembrado de chapas añejas y tornillos oxidados, mezclados con cristales y chatarras variadas más actuales; tiene pinta de que por aquí viene gente muy turbia.

Este Impala ya había dejado de correr hace unos cuantos años
Parece mentira que aquí vivieran y trabajaran hace 90 años 5.000 personas. El desierto y los saqueadores se han comido casi todas las casas y prácticamente cualquier resto de civilización. Avanzamos hacia el centro del pueblo y vamos dejando a los lados una tienda, la casa de botellas, la escuela, el banco, y terminamos en la estación, vallada y con carteles de “sustancias peligrosas inside” (por si aún te quedan ganas de entrar).

Un amigable cartel avisando de la presencia de serpientes de cascabel

Lo que queda del banco
Pero aquí no pasó una historia terrible, esto no es ni Pripyat ni Belchite. Por desolador que parezca Rhyolite (y lo es), las incontables bocas de mina -ahora valladas- que agujerean las montañas de alrededor le enseñan al visitante el porqué de este pueblo y de lo que queda ahora. Pura mentalidad americana, usar y tirar.

La estación que luego fue casino


Algo más de media hora en Rhyolite es suficiente, así que volvemos a la 374 para entrar en el Parque Nacional y cruzar la frontera con California. Tras un risco, aparece a nuestros pies el valle de Badwater. Un desnivel de 1000 metros se desploma en frente de nosotros, la carretera es en una interminable y ondulada cuesta abajo hasta donde alcanza la vista.


Empezamos el descenso y el horno empieza a funcionar. Vemos como el termómetro sube implacable, un Fahrenheit con cada curva. Antes de llegar al cruce con la 190, ya estamos a 111ºF, unos 44ºC.


En la bajada nos cruzamos con varios Mercedes Benz en pruebas. Nos pareció entrever algo con la forma de un clase A, algo parecido a un CLS y otra berlina, tapados con lonas negras, cargados de ordenadores y sensores, y subiendo a fuego. No había piedad alguna con esos coches.

Ya en la parte baja, vamos primero hacia Zabriskie Point, atravesando el oasis en Furnance Creek. La carretera vuelve a ganar altura, pero la temperatura no baja. El goteo de grados no paraba, y con cada uno que ganaba el termómetro había aplausos dentro del coche, y foto al indicador. Pasamos de los 48ºC, ilusos, ya nos tocaría salir del aire acondicionado en breve…

119ºF son 48,3ºC
Desde Zabriskie Point se ve parte del valle, pero si es un sitio famoso es por las formas y colores de las rocas que lo rodean. Aparcamos cerca del camino que lleva al mirador y abrimos las puertas. Creedme, no hay palabras para describir aquello. Rhyolite era el polo a su lado. La sensación era como la de estar en una sauna, pero sabiendo que no hay una puerta para salir cuando ya te mareas del calor…



Caminamos hasta el mirador, y logramos permanecer allí unos 10 minutos, merece la pena. No sé a los demás, pero a mí se me ha quedado bien grabado el primer contacto con este calor y paisajes extraterrestres. Seguramente como a la pirada de turno, que apareció de repente con una sudadera abrochada hasta el cuello y se puso a reflexionar sobre la paz mundial en plan buda encima de una roca…

Ahí está, persiguiendo el hervor que le faltaba


Aquí le encontramos utilidad (además del vacile) a una de las pijadas que tenía nuestro Durango, el arranque remoto. Desde 100m te permite poner el motor en marcha (y lo que es más importante: el aire acondicionado), así que cuando ocupamos los asientos, aquello ya no era un microondas. Asaltamos la nevera y seguimos hacia Dante’s View, a unas 20 millas.

La carretera sube sin parar, aquí los desniveles no son ninguna broma. Acabamos de pasar por la cota cero antes de Zabriskie y el vamos hacia el mirador que domina el valle a unos 1.670m de altura, hay pocos respiros para nuestro Dodge hasta allí arriba.


Por lo menos, la temperatura ahora sí empieza a bajar. Poco a poco, vuelve a ponerse en niveles de verano español. Ver cómo el indicador descendía de los 100ºF (38ºC) casi parecía un regalo del cielo.

Tras las últimas cuatro curvas de la carretera, dignas del Angliru, llegamos a Dante’s View. El mirador está justo encima de Badwater, y ofrece la mejor vista del Death Valley que tuvimos en todo el día. Además, los 30ºC y el vientecillo que corría permitían quedarse tranquilamente observando la desolación a nuestros pies. Y pensar que la gente hace 100 años cruzaba este desierto con carros y carretas…


Echamos un rato largo sólo mirando, porque aquí no hay otra cosa que hacer. Bueno, también vacilamos con lo del arranque remoto a un alemán que pasaba por delante de nuestro coche… nos ha gustado la pijada, hay que reconocerlo. Y emprendimos el descenso hacia Badwater, que en línea recta estaba ahí abajo a un par de millas, pero por carretera eran más de 40.


Fue un trayecto de más o menos una hora. Volvimos a la 190, y pasamos de nuevo junto al cartel que marcaba el nivel del mar. Nuestro desvío hacia Badwater seguía bajando…


La temperatura subía como si nos acercáramos a la boca del infierno. Acercabas las manos a las ventanillas del coche y aquello quemaba. A una milla de Badwater, el termómetro nos regaló la máxima del viaje: 122ºF, aquí teníamos los 50ºC clavados.


En Badwater bajamos del coche, porque hay que bajar, no porque nos lo pidiera el cuerpo. Aquello ardía, no creo que haya otra palabra. Puede que en Zabriskie Point soplara algo de viento, aquí ni eso. Para hacerse una idea: en el resto de sitios sofocantes donde hemos estado se notaba el calor que salía bajo el coche cuando parábamos y nos bajábamos, pero aquí no, porque directamente todo el aire que se quedaba quieto a nuestro lado estaba a esa temperatura.

Detrás de nosotros aparcaron 4 o 5 Chevrolets camuflados también en pruebas. No me quiero imaginar la vida de un coche condenado a este sitio… de hecho, el señor Barrenos nos recordó que muchas compañías de alquiler no te prestan sus vehículos si se enteran de que los vas a meter por aquí.

Badwater a la izquierda, los Chevys a la derecha y el señor Barrenos -le costó separarse del aire acondicionado-, al fondo
Bajamos estas escaleras hacia la explanada blanca que reflejaba el sol como un espejo (si te olvidas las gafas de sol en el coche, la tortura es doble) y caminamos un poco hacia la nada. El suelo es como una mezcla de sal y barro endurecido, medio empapado de agua, muy raro.

Pie de foto?  CALOR

Esa chapa azul en el medio de la foto es el cartel que marca el nivel del mar, y está 86 metros por encima de nosotros 
Sólo llevamos 5 minutos deambulando por aquí cuando calor empieza a afectarnos, por lo que nos vamos recogiendo hacia el coche. El señor Tuercas y yo nos quedamos un poco atrás para hacer alguna foto al charco de agua salada donde se supone que si buscas un poco encuentras el Pupfish. De hecho un grupo de estudiantes de biología de una universidad estaban merodeando por allí por allí con todo el kit de exploración encima, pero parece que el pececillo en cuestión no se dejó ver…


En total no aguantamos más de 10 minutos en esta sartén. Llega un momento en el que por más que lo intentes, tu cerebro sólo piensa en agua, sombra y fresco. En nuestro caso: Tampico, Durango y aire acondicionado. Oh sí…

A la vuelta nos metimos por la Artists Drive, la carretera de sentido único que da acceso al Artists Palette. La estrechez de la calzada encajonada en muchos tramos aumenta la sensación de estar perdido en el culo del mundo, si falla algo en este cacharro en el que vamos sentados, vamos a tener un problema muy gordo. Mientras tanto, el señor Barrenos va grabando el paseo con la GoPro sacada por una rendija de la ventanilla, notando como la piel de su mano se churrusca a fuego lento…


Artists Palette: como siempre, los colores salen mejor en directo...
Serían cerca de las 4 de la tarde cuando llegamos de nuevo a la 190 en Furnance Creek. Es esta carretera la que se supone que nos tiene que sacar de Death Valley unas 100 millas más al oeste. No vamos mal de tiempo, pero tampoco se puede parar. Nos esperan rectas de esas de fondo de pantalla pero también tramos de curvas que no nos van a permitir rodar a 65mph por mucha cera que le dé el señor Tuercas.

Antes de Stovepipe Wells hacemos una parada junto a las dunas de arena que aparecen a la derecha. La temperatura ha bajado, sí: de los 50 a los 48ºC, así que el resto de gorilas se quedan en el interior del coche mirándome mientras disparo cuatro o cinco fotos.


La carretera sube, y baja, y vuelve a subir unos puertos interminables, con el termómetro siempre acariciando los 120ºF. Si el Durango tuviera lengua, la llevaría fuera. No se me ocurre otro sitio donde acortar la vida de tu coche más rápido.

50 grados y que apaguemos EL QUÉ?
Tras dos horas, y con el sol ya bastante cerca de las montañas del horizonte, parece que divisamos la salida de Death Valley. Frente a nosotros aparece un valle verde, y detrás de él las cumbres descomunales de Sierra Nevada. Bien, la idea por hoy es recorrer unas 60 millas por este valle hasta Bishop, que lo de pasar la Sierra Nevada ya lo dejaremos para mañana.


Una de las últimas vistas que tuvimos de Death Valley

En una hora más o menos por la 395 llegamos a Bishop, un pueblo bastante curioso donde nos esperaban en el Vagabond Motel. El nombre del sitio no presagiaba nada bueno, pero lo que nos encontramos al llegar fue más que correcto. Y encima presentando la tarjeta de la habitación en el Denny’s de enfrente, nos harían un 10% de descuento.

Si habéis leído toda la entrada con atención, os habréis dado cuenta de que en Death Valley no comimos nada. Ni sándwiches estilo “On the Road” ni leches… el calor nos hizo un nudo en el estómago. De manera que la cena en aquel Denny’s fue bastante salvaje, para qué negarlo. Un grupo de franceses nos miraba flipando desde la mesa de al lado, seguro que pensaban que éramos de Amarillo. Sin embargo, al terminar, el señor Bujías y yo nos tuvimos que dar un paseo hasta el otro lado del pueblo para bajar la panzada.

De vuelta en la habitación, volvimos a la rutina viajera: preparamos la etapa de mañana, buscamos una gasolinera barata en los alrededores y poco a poco nos fuimos quedando filetes. Hoy han caído 700Km de desierto y eso casca. Y si no que se lo digan al Durango, si lo hubiéramos dejado a dormir dentro de la piscina del motel sería el hierro más feliz de California.

jueves, 13 de septiembre de 2012

DÍA 13: LAS VEGAS

En Las Vegas le dimos pasaporte al despertador. Nos dormimos viendo las lucecitas del Strip, pero a las 6 de la mañana el amanecer ya no molaba tanto. Milagrosamente algún gorila se levantó a cerrar las cortinas y asunto solucionado. La intención de dormir la mañana se vio truncada por una empleada de la limpieza que pretendía adecuar el "cuchitril gorilesco" a las ocho y media de la mañana...pero ¿qué coj$%&? Suerte que al ver a cuatro personajes barbudos durmiendo con los calzoncillos retorcidos entre maletas abiertas, bolsas de recuerdos y latas de Pringles le hizo cerrar la puerta rápidamente. ¡Muchas gracias señora!, nos acaba de regalar una o dos horas de turisteo mañanero.

Cruzamos una vez más el casino hacia la salida del hotel, sorprendidos por la cantidad de gente turbia que con la mirada perdida están ahí riki-rika como si no hubiera mañana con las palancas de las tragaperras, ya desde la hora de desayunar. Apetece acercarse por detrás y decirles que la PlayStation es gratis.

Deben ser las 9 y pico de la mañana, y ya hace un calor de pelotas. Algún gorila tiene encargos que cumplir y quiere acercarse al Apple Store que tenemos en un centro comercial cerca del hotel, por lo que salimos hacia el norte, pasando por delante del Treasure Island y su decoración pirata (en el sentido clásico/corsario de la palabra).


Enseguida entramos en el centro comercial, que tampoco es que sea muy distinto a los españoles. Tiendas más grandes, espacios más grandes, más frío, pero en el fondo más de lo mismo. En la tienda de Apple, los cachivaches de la manzana que nos interesan cuestan lo mismo que aquí, pero en dólares. Vamos, con un 25% de descuento (el cambio no ha bajado y llevamos todo el viaje con el euro manteniendo las formas dentro de lo mal que lo hemos pillado…)

El centro comercial en cuestión
No queremos malgastar el día metidos aquí, por lo que cruzamos la calle por la pasarela que hay frente al centro comercial, pasamos frente al Wynn y nos dirigimos a conocer el Venetian por dentro.

Cruzando por la inevitable pasarela, con el Stratosphere al fondo
El Venetian es una horterada como la mayoría de lo que ves en Las Vegas, pero mentiría si dijera que semejante desmadre de sitio no mola. Calculo que para construirlo y decorarlo a modo de la Venecia renacentista se han debido fundir el presupuesto de un ministerio de los nuestros.


El casino/hotel es una reproducción (dentro de lo que cabe) ciertamente fiel de la ciudad italiana, todo: fachadas, plazas, terrazas, pizzerías, heladerías… y de fondo los “oh sole mio” de los gondoleros, pretende acercar a los turistas a la ciudad de los canales.



Lo que da un poco de vergüenza ajena son las parejas que hacen cola para que les paseen en  las góndolas, pasando por debajo de los puentecillos, mirando al cielo pintado (bastante logrado, por cierto), flotando en los canales de 50cm de profundidad mientras la gente les mira desde las barandillas… personalmente me tendrían que pagar para verme ahí.


Mirando tiendas y dando vueltas sin rumbo, a lo pijo resulta que ya era la una, y como sólo nos habíamos bebido un café para desayunar, ya había cuatro gorilas hambrientos en Las Vegas. Fue entonces cuando por casualidad dimos con la mejor hamburguesa del viaje. Tras un breve paseo al sol, entramos en el Harrah’s y seguimos un cartel que prometía burguers sin más, y es que tampoco pretendíamos ser muy exigentes. Entonces dimos con el KGB (Kerry’s Gourmet Burguers), iluminado de rojo y decorado con motivos soviéticos, muy acorde con la ciudad, sí señor.


Las hamburguesas eran cerdas, pero no cerdas en plan fritanga, sino elaboradamente cerdas, de ahí lo de gourmet, claro.

Restaurados los niveles de colesterol del malo, nos dirigimos al gigantesco Caesars Palace. Tras cruzar la puerta, en la que nos recibieron unos carteles descomunales de Celine Dion, Rod Stewart y Elton John, entramos en el casino decorado con motivo de la Roma clásica. No sé qué extraña atracción siente esta gente por todo lo que huela a Italia…


En el interior, más de lo mismo, pero con muchos bustos de emperadores y mosaicos: tiendas, máquinas, restaurantes, espectáculos… todo llamando a gritos a tu tarjeta de crédito o a ese puñado de billetes verdes que seguramente llevas en el bolsillo.


Llevábamos horas dando vueltas y ya nos apetecía un poco de vagueo, así que aprovechando que estábamos junto al Mirage, volvimos al hotel a coger un poco de calor en la piscina (y a “tomar prestados” unos vasos tamaño XXXL rotulados con “Mirage, Vegas starts here”, que se convertirían en unos perfectos souvenirs si aguantaban el viaje de vuelta).

También hicimos los deberes y reservamos un motel para mañana. La experiencia de Farmington seguía fresca, y lo cerca de Yosemite que nos iba a dejar la etapa de mañana no hacía pensar en muchos moteles vacíos.

Sacando la cámara por fuera de los cristales guarros, se veía esto
Ya atardeciendo, volvimos a pasar por el casino de camino a la calle. Como quedaban unos 15 minutos para el espectáculo del volcán que hay en la entrada del hotel, decidimos jugar $20 del fondo a la ruleta para hacer tiempo. Con una combinación magistral de pares, impares, rojos y negros, no sé cómo lo hicimos pero en 5 minutos esos $20 se convirtieron en $80. El Mirage nos invitaba a la gasolina para cruzar mañana Death Valley, así de fácil. En esos momentos de euforia, el hecho de que fuera una pasta común ayudó a retirarnos a tiempo y repartir las ganancias.

Con las promesas de que a la vuelta cada uno se iba a jugar su parte, salimos a la calle. Y entre los cientos de personas que se agolpaban en la puerta, vimos el tema del volcán. Curioso, pero ya. Dura lo justo para no aburrir, sobretodo teniendo al lado el Bellagio y sus fuentes.


Queríamos llegar al Luxor, y seguíamos con la pereza encima, así que preguntamos por el monorail. Tiene una parada detrás del Harrah’s, pero lo de que sólo llegara hasta el MGM y el precio ($5 por barba) nos parecieron  un buen par de bromas y como buenos españoles en tiempos de crisis, nos dimos la vuelta y fuimos andando, que se ven más cosas.



La verdad es que caminamos a buen ritmo (si te olvidas del impulso consumista compulsivo es posible), y llegamos pronto porque era poco más de una milla. Llana, no como las de Arches Park. Con llegar al Excalibur bastaba, porque desde allí sale un tranvía gratuito que nos llevó hasta el Mandalay Bay.

Ya estábamos un poco hasta las narices de ver casinos por dentro así que no perdimos mucho tiempo en el el Mandalay y fuimos directos al Luxor para observar la pirámide desde el interior.


El Luxor mola, su temática es el antiguo Egipto y la estructura de la pirámide (cubierta de cristal por fuera), te rompe el cuello de tanto mirar para arriba. El espacio interior está totalmente abierto, los ascensores suben inclinados 45º, y en el medio cabría tranquilamente un edificio de 20-25 plantas. Merece la pena el paseo, desde luego.

Cenamos unas pizzas allí mismo y volvimos al hotel. Esa noche hubo más juego, pero ahora llegaron las manos a la cabeza, y luego al bolsillo para sacar más billetes… después de las ganancias de la tarde, la noche dejó el balance gorilesco más o menos a cero con el hotel. Y es que está claro que todo este parque de atracciones no se ha construido con gente que gana en el casino.

lunes, 10 de septiembre de 2012

DÍA 12: KINGMAN - LAS VEGAS

Millas recorridas: 110

El día que le ganamos al calendario por sorpresa nos permite levantarnos hoy más tarde de lo que estamos acostumbrados. Llegamos sobre la campana al buffet de desayuno y en 10 minutos nos metemos entre pecho y espalda las calorías suficientes para vivir 3 días.



Con el rollo de ayer, la etapa de hoy es muy corta, estamos a poco más de 100 millas de nuestro destino en Las Vegas por la AZ-93. Así que con calma, antes de salir de Kingman, pasamos por el Walmart y renovamos las existencias de Tampico de la nevera, que ya venía hasta arriba de hielo desde el motel.


Pasillo de las bebidas, parece una tienda de pinturas

La carretera no ofrece muchas distracciones para detenernos antes de la presa Hoover, tan sólo algún mirador desde el que se ve el curso del río Colorado ya en la parte baja del cañón. Aun no es mediodía, pero al salir del abrigo del aire acondicionado, el sol nos atiza una ardiente bofetada de calor del desierto, así que en menos de lo que tardamos en hacer cinco fotos, estamos de vuelta en los asientos del Durango.




El paisaje se va tornando más desértico con cada milla que pasa, y en poco más de una hora desde Kingman, estamos cruzando el nuevo puente bypass y pasando el control de seguridad para acceder a la presa Hoover.


Pacific Time Zone: acuérdate de cambiar la hora de tu reloj antes de perderlo al blackjack


Entramos por Nevada, la cruzamos hacia el este y aparcamos en la parte de Arizona, donde en la ladera del cañón la carretera da acceso a tres o cuatro aparcamientos gratuitos. El coche queda en el segundo, bajo el sol de justicia, pero evidentemente pasamos del que ofrece sombra por $6 o 7. El aire acondicionado cuesta menos, seguro.


Dejar a tu hijo en un microondas con grill no es sano, menos mal que lo avisan

Torrándonos a unos 42 o 43 grados caminamos por la presa hacia Nevada, dejando el lago Mead a la derecha y el abismo a la izquierda. La verdad es que la presa en sí no es mucho mayor que cualquiera de las grandes que tenemos en España, pero el enclave privilegiado hace todo lo demás. Si miras hacia abajo, la verticalidad de las dos paredes del cañón y del hormigón te hace sudar los pocos fluidos que queden en tu cuerpo, sobretodo al Señor Barrenos y a su conocida afición a las alturas.



Vistas las estatuas y habiendo refrescado en el centro de visitantes, la presa tampoco da para mucho más. Seguir deambulando por aquí sólo nos acercaría más a la idea de saltar de cabeza al agua y cometer unos 12 delitos federales juntos, así que nos subimos en el coche y nos alejamos de allí camino del puente.



Cruzamos de nuevo a Nevada, aparcamos arriba y caminamos hasta la mitad del puente por la parte peatonal reservada. Aquello se mueve. En los primeros metros no se nota tanto, pero cuando llegas al medio, cada camión que pasa hace que todo vibre de una manera bastante inquietante, y si a eso le sumas el vientaco que sopla ahí arriba a 300m de altura y los niños gilipollas intentando subirse a la barandilla para hacerse fotos de perfil de facebook, la experiencia roza el masoquismo. Pero las vistas de la presa y del lago merecen la pena, no hay duda.



Hemos estirado la visita todo lo que se ha podido, ya no hay más que ver por aquí. Nos quedan unas 20 millas hasta Las Vegas y queremos quitarlas del medio cuanto antes. Retomamos la 93, que recorre la parte sur del lago Mead y pasa por Boulder City. Hay asiáticos haciéndose la foto con el mustang rojo de alquiler y el lago al fondo, el tráfico se va intensificando por momentos, los casinos se levantan a un lado y otro de la carretera… efectivamente, estamos al lado de Las Vegas.



Tras un alto, la autopista nos ofrece la primera imagen de la ciudad. Acechada desde el sur por una tormenta –de arena o de lo que sea, desde aquí no se distingue-, Las Vegas se levanta contra todos los elementos en el medio de un valle desolado. En el centro de la ciudad despuntan contra el cielo gris los edificios de los casinos envueltos en sus cristales de colores. Su hubiéramos entrado ayer de noche con todo iluminado, nos habríamos llevado una impresión diferente; por el momento, desde 10 millas y encajonados entre toneladas de hormigón, no es lo más atractivo del día.




Sin embargo, al acercarte, dejas de ver el valle desértico y la tormenta, las paredes de hormigón se rebajan y el color empieza a entrar por todas las ventanillas del coche. Y entonces este parque de atracciones para adultos empieza a funcionar. Entramos por la I-15 desde el sur, dejando a nuestra derecha el Mandalay Bay y el Luxor.


En este momento decidimos ir al archiconocido cartel de entrada a Las Vegas, junto al aeropuerto. El GPS nos da un par de vueltas para meternos en el Strip, pero finalmente llegamos.



Pero hay cola para hacerse la foto: como unas 30 personas. Y lo que es peor: se acaban de bajar 3 parejas de recién casados con sus respectivos autobuses de invitados. No queremos perder una hora aquí, así que sin pensarlo huimos como alma que lleva el diablo hacia el Mirage.

Una salidina a lo Toretto les dejó bien claro lo que pensábamos de ellos

Los gorilas nos reservamos nuestra opinión sobre lo de organizar una boda “seria” en Las Vegas, y rematar con la sesión de fotos en el “Welcome to Fabulous Las Vegas” junto al estruendo del aeropuerto McCarran… pero seguro que os la imagináis.

En el primer paso por el Strip en coche, no nos da tiempo a ver ni la décima parte de atracciones que se ofrecen a los ojos del visitante. Entre otros, pasamos por delante del castillo del Excalibur, MGM Grand, New York New York, Aria, Paris, Flamingo, Bellagio, Caesars, Venetian y finalmente llegamos al nuestro.


Cruzamos las puertas del Mirage seguidos por el botones que se había ofrecido como un rayo para llevarnos las maletas (se huele una suculenta propina... y sí, algo hubo, pero desde luego suculento no fue). En el mostrador de recepción hay 10 o 12 tíos despachando clientes a diestro y siniestro. Nos acercamos, comprueban la reserva mientras me imagino el ridículo que habríamos hecho si nos hubiéramos presentado aquí ayer, y nos dan la habitación 10068, orientada al Strip. Piso 10 con vistas, parece que no está mal, nada mal.

Aquí se las saben todas, y para llegar a los ascensores tienes que cruzar toooodo el casino, tragaperras, mesas y ruletas te ponen la música de camino a la habitación, no vaya a ser que se te ocurra ir a dormir sin haber gastado esos $20 que llevas en el bolsillo. Qué atentos, no?

Escogemos el ascensor que va a nuestra planta y recorremos el interminable pasillo enmoquetado hasta la 10068. El orden en la habitación dura medio minuto, que es lo que tardamos en destruirla deshaciendo el equipaje y volcando en las camas todos los cacharros que traemos con nosotros. Es más pequeña que la de Miami, pero más grande que la de Nueva Orleans. Por la ventana, comprobamos que el piso 10 incluso se queda bajo para salvar con la vista el gigantesco casino de la planta baja; no se ve la calle, pero sí los casinos de enfrente (Harrah’s, Venetian y parte del Caersars)


Hombre, lo de las vistas al Strip era un poco discutible

Decidimos ir a la piscina para refrescar después de la torrada de esta mañana, y dejamos para después lo de dar una vuelta por ahí. Pero la piscina nos refrigera lo mismo que un baño en las calderas de Pedro Botero. A lo mejor si te tiras el daikiri de fresa por el cogote notas fresquito, pero metido en esta sopa ya te aseguramos sin miedo a equivocarnos que no.

Ya que no tenemos entradas para Celine Dion, cuando empieza a caer la tarde, salimos a pasear un poco el Strip en plan lowcost. Al atravesar el casino camino de la puerta, metemos un dólar en la primera tragaperras que aparece, le damos a la palanca, aquello gira sin control y nos dice que hemos ganado. Le damos al botón de cash (porque se iluminaba), y nos saca un vale por $1.25 que se puede canjear en varias máquinas de cash que hay por el casino. Bueno, no nos quejamos, primera jugada en Las Vegas y hemos ganado…



A estas horas ya hay hambre y vamos buscando una hamburguesa con ansia, pero avanzar por esta calle como peatón no es tan fácil como puede parecer en un principio. Primero, porque cualquier movida te distrae, como por ejemplo el espectáculo de las fuentes del Bellagio con el que nos dimos de frente por casualidad.




Por el otro, porque no hay pasos de peatón en las calles perpendiculares (hasta aquí bien, visto el numero de mangaos que nos hemos encontrado), sólo se puede cruzar por una serie de pasarelas elevadas a las que se accede entrando por los casinos. Nuevamente te marean para que veas más tragaperras, más ruletas, y más tiendas en las que fundir pasta. Asúmelo, en "Veigas" eres un puñado de dólares con piernas.



Finalmente acabamos encontrando nuestra hamburguesa en el FatBurguer, pasado el Harley Davidson frente al complejo del Aria. Con el sol en Japón sí se puede disfrutar de la terraza que tiene al aire libre, y la hamburguesa es más que correcta, independientemente de que con el hambre que teníamos, ya nos habría parecido fantástica una rueda de camión rellena de wasabi para cenar.





Avanzamos un poco más, dejándonos caer en tiendas de esas que sólo hay aquí y entrando en otros casinos a curiosear. Si jugamos, será en el nuestro para tener la habitación cerca si hay que volverse con una mano delante y otra detrás.



No, en esta no entramos, pero el cartel mola eh...?

Cuando nos queremos dar cuenta, estamos a milla y pico del hotel. Milla y pico de obstáculos. Volvemos por donde hemos venido intentando por lo menos cambiar de pasarelas para conocer otras tiendas, y llegamos al Mirage a las 12 y pico. Damos unas vueltas por el casino pero nadie huele a la diosa fortuna por allí, así que nos metemos al sobre. Uff, cómo se agradece el nórdico. Igual se les va un poco la mano con el aire acondicionado…