sábado, 1 de septiembre de 2012

DÍA 10: GREEN RIVER - PAGE

Millas recorridas: 455

Síndrome de Stendhal: enfermedad psicosomática que causa un elevado ritmo cardíaco, vértigo, confusión e incluso alucinaciones cuando el individuo es expuesto a obras de arte, especialmente cuando éstas son particularmente bellas o están expuestas en gran número en un mismo lugar.

Hoy lo hemos sufrido, seguro.

Amanecer en Green River sobre las envidiables vistas al descampado tras el motel

El despertador suena sin piedad a las 6 y pico de la mañana. A estas horas el sol ya empieza a entrar por la ventana y se oye movimiento en el motel. Es cierto que anochece pronto y que aquí se acuestan como las gallinas a las 10 de la noche, pero a las 6 de la mañana ya hay el mismo movimiento que en España a las 9.

Ufff… al ponernos de pie para ir pasando por la ducha, aparecen las agujetas. Las 6 o 7 millas de marcha de ayer no perdonan, sobretodo sabiendo que tenemos la fabulosa forma física que proporciona lo de pasarse el día sentado en el coche catando todos los sabores de pringles, y encima sin hacer calentamientos ni leches.

Asaltamos el buffet de desayuno, sobretodo los que ayer habíamos pasado de cenar, y salimos a cargar el coche. En la puerta del motel ha dormido toda la noche este Chevelle. Huele a carburador y a gasolina desde el lobby, magnífico.


Rellenamos el depósito en una gasolinera del pueblo, parece ser la más barata de las que nos vamos a encontrar en las ciento y pico millas que nos quedan de autonomía, y nos ponemos en marcha. Hay unas 200 millas hasta la primera parada de hoy, la UT-12 y Bryce Canyon.

La I-70 dirección oeste

Como ayer, en estas primeras horas espabilamos poco a poco en el coche mientras las millas pasan entre los paisajes de western de Utah. Este estado entero debería ser un parque nacional.


Dejamos la interestatal 70 para tomar la 89 hacia el sur. Esta carretera atraviesa zonas más verdes al circular junto al río Sevier. La imagen del desierto que esperábamos de esta zona estaba un poco equivocada. Ahora no hacemos más que pasar en medio de enormes campos de cultivo, bosques y remansos de agua.


Un poco más allá de Panguitch, dejamos la 89 y nos metemos por la espectacular 12. Las rocas empiezan a pintarse de rojo nuevamente, la carretera se retuerce, y pasamos por un par de túneles de película. Otro tramo para marcar con una chincheta, si pasas por aquí cerca, estas millas merecen la pena, y mucho.


La matrícula de Florida empieza a resultar más exótica que un gitano gafapasta

En unas 15 millas se llega al desvío hacia Bryce Canyon. Atravesamos el cuidadísimo pueblo con todos los alojamientos que dan servicio al parque, poco más allá entregamos nuestro flamante pase anual en la garita y entramos al parque.

Bryce Canyon no es exactamente un cañón, sino una especie de anfiteatro de proporciones colosales. La primera vez que observamos sus paisajes nos dejó una cara de pasmaos parecida a la del Delicate Arch de ayer. Aquí no vas abriendo boca según te acercas. Lo ves todo según te bajas de coche y te asomas a los miradores.


Recorrimos toda la carretera interna del parque hasta el Rainbow Point, que está un poco lejos, pero merece la pena. Atravesamos zonas que han sufrido un incendio bastante recientemente, pero el paseo sigue siendo espectacular.



Sobre las 13.30 lo dimos por terminado, seguramente porque había bastante hambre en el ambiente y porque un Subway a la entrada del parque nos esperaba con los brazos abiertos. Tras entender un poco como iba la historia en este sitio, todos caímos en los bocadillos de un pie de longitud en los que no cabía un solo ingrediente más. No lo recuerdo exactamente, pero el del señor Barrrenos por ejemplo mezclaba aguacate, pepinillos, pollo con salsa barbacoa y unos 38 ingredientes más. Salimos de allí más que satisfechos, con los vasos llenos de cafés y refrescos de colores, como ya es tradición.

La siguiente parada era el parque nacional de Zion, del que nos separaban unas 80 millas. Nos damos cuenta de que estas distancias empiezan a ser como el que va a la vuelta de la esquina a por el pan. Un paseo de nada, por mucho que sean 130 Km. La cabeza empieza a estructurar las distancias a modo americano. Esto es: 1 milla = 1 Km (o menos).

A la entrada a Zion, el color del pavimento cambia a un granate que se camufla perfectamente entre las montañas de alrededor. Por pijadas como ésta, el “nos llevan siglos de ventaja, hasta en esto” se oye nuevamente en el interior del Durango. Enseñamos otra vez nuestro pase mágico en la garita y entramos en el parque. Habíamos leído que la carretera será una de las más escénicas de nuestra ruta, así que el señor Barrenos monta la GoPro por fuera del coche para grabar cada milímetro del cañón.



Era el turno del señor Bujías al volante, así que el karma le iba a devolver el coñazo de aquella recta de 50 millas antes de Albuquerque.





Tras las primeras millas, la ruta se mete en un arcaico y estrecho túnel en el que nos toca hacer cola antes de entrar porque sólo pasamos los de un sentido. A medida que lo cruzamos, a la derecha se abren en la pared tres o cuatro ventanas al cañón, que son la única fuente de luz en el túnel.

Ahí en medio se ve uno

Cuando se sale a la luz, el cañón se abre a la derecha del coche. La carretera se pega a la pared sur del cañón y se desploma en un desnivel bestial en poco más de 3 millas. En cada ensanche hay gente parada haciendo fotos; de nuevo no queda ninguna boca cerrada en el coche, y las ventanillas se quedan pequeñas para admirar el parque.





En la parte baja del valle entramos en Springdale, un pueblo con cada esquina mimada hasta el último detalle. Miles de establecimientos de deportes de aventura, hoteles, oficinas de turismo y tiendas de souvenirs son la muestra de que aquí se vive del turista. Entramos en una, y nos acabamos sacando unas Bud heladas para tomar por ahí (el paisano nos mira con desaprobación por llevar aguachirri, pero es que eran las únicas que había frías…). Estamos a “sólo” 120 millas del motel de hoy, un Best Western en Page, así que sorprendentemente nos sobra un rato para relajarnos.

Volvemos sobre nuestros pasos un par de millas y encontramos un lugar junto a un arroyo, con una roca que desde lejos parece que puede hacer de tumbona perfectamente. Bajamos, metemos los pies polvorientos en el agua, y disfrutamos de un rato largo de paz sin prisas, sin 40ºC, sin carretera, sin GPS, sin mapas, sólo arrullados por el bucólico canto de los pajarillos y de la pequeña cascada que salta el riachuelo aquí al lado. Los gorilas también sabemos disfrutar de un poco de esto de vez en cuando.



Volvemos al coche, y a la 89, que circula por Utah paralela a la frontera con Arizona. Son dos horas con muy pocas curvas, en las que la mejor atracción, además de los paisajes del desierto, son estas obras en el medio de ninguna parte, que nos tuvieron parados 10 minutos.



Ya cayendo la noche, nos acercamos al lago Powell, lo que da sentido a la cantidad absurda de coches que nos hemos cruzado remolcando lanchas por el medio del desierto. Cruzamos por el puente de la presa Glen Canyon y observamos el Cañón del Colorado a la derecha. Aunque ya hay poca luz, la verticalidad de las paredes y la profundidad a la que discurre el río, nos vuelven a desencajar la mandíbula. La guinda al día de hoy, y eso que se ve poco.

El Best Western de esta noche tiene una pinta bastante cojonuda, aunque hay que decir que el precio también es un poco mayor (la presencia del Gran Cañon aquí al lado ya se nota) y que está lleno. Menos mal que hemos reservado, no tiene pinta de haber una sola habitación en todo el pueblo. Aunque vamos un poco tarde, damos con un italomexicano a un par de manzanas para cenar (al que vamos caminando, sorprendentemente) y poco a poco vamos cayendo dormidos, mientras el señor Tuercas hace experimentos con el look de su barba para hacer mañana una entrada triunfal en Las Vegas. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario