viernes, 9 de noviembre de 2012

DÍA 19: SAN FRANCISCO - CASTROVILLE

Millas recorridas: 151

Nuestra flor en el culo no iba a estar ahí siempre, fresca y lozana. Algún día tenía que cruzarse el asunto. Después de triunfos como lo de que nos cambiaran el coche por uno mucho mejor por la patilla, o lo de que de repente nos lloviera un día extra del cielo, o lo de que saliera todo redondo al atravesar las zonas más perdidas de la ruta, lo de ganar en Las Vegas o lo del oso en directo…  nuestro vivero anal dejó de dar las mejores flores del país en el día 19 del viaje. Y os vamos a contar por qué.
No iba a ser un día en el que tuviéramos planeada una gran kilometrada. Teníamos que estar en el aeropuerto de Los Ángeles pasado mañana por la tarde, así que nos podíamos tomar las 450 millas que teníamos por delante con bastante calma. Nadie puso el despertador y como ayer nos habíamos acostado tarde, amanecimos tarde. Invertimos las primeras horas del día en recoger el apartamento, poner lavadoras y cerrar maletas, esto último con mucho esfuerzo porque 3 días en San Francisco habían triplicado la cantidad de souvenirs que arrastrábamos.


Pasamos por última vez bajo el Bay Bridge
Salimos de San Francisco sobre la 1 o las 2, bajo un cielo bastante despejado. La ciudad iba quedando detrás y los cuatro gorilas estábamos de acuerdo en que San Francisco es un sitio al que mañana mismo nos iríamos a vivir si se presentara la ocasión.




Hoy no teníamos un destino fijado. Podíamos rodar con calma junto a la costa, visitar Santa Cruz y Monterey… y quedarnos a dormir allí por ejemplo, para empezar mañana pronto el tramo guapo de la CA-1.





Enseguida cruzamos las señales que indican que estamos sobre la CA-1. Cerca de San Francisco todavía se nota bastante tráfico de la ciudad, pero al alejarnos nos vamos quedando más solos y empiezan a aparecer largas playas casi desiertas. Pero se ha vuelto a nublar y no hay muchas ganas de catar el Pacífico...



En Pacífica paramos a repostar. A $4.099 por galón, lo que era uno de los mejores precios que habíamos visto en los últimos días (quién nos lo iba a decir allá por Nuevo México). No llenamos del todo, porque la autonomía del Durango supera las 500 millas holgadamente y no nos quedaba tanto para Los Ángeles. No íbamos a dejar ni un chupito de regular al siguiente, esa era la clave.





Hay unas 80 millas hasta Santa Cruz, en las que nos encontramos de todo. Desde acantilados escarpados hasta praderas, marismas y enormes campos de cultivo en los que se te pierde la vista. No hay muchos pueblos en la ruta, sólo Half Moon Bay o El Granada parecen tener algo de entidad en este tramo.






A unas 10 millas de Santa Cruz paramos en un ensanche junto a una playa, por nada, sólo porque nos apetecía dar una vuelta y oler un poco de Pacífico. Hubo que cruzar unas antiguas vías de ferrocarril medio sepultadas bajo las dunas.




Volviendo al coche, una caravana de clásicos de esos que tienen precios con 5 o 6 ceros pasaron en dirección San Francisco. Al 550 Spyder no lo cazamos con la cámara, pero al resto sí.




Y nos plantamos en Santa Cruz. Aquí lucía el sol, pero no habría más de 17 o 18 grados. De todas maneras, la playa estaba llena de gente, de ascendencia mexicana en su mayoría. Nos tendrían que haber pagado un depósito del coche para que nos bañáramos en este agua con esta temperatura. Llamadnos princesas, pero NO estaba para bañarse, ni de lejos.




Ya había bastante hambre, así que sorteando la locomotora king size que pasa por la calle como Pedro por su casa, nos metimos en un restaurante que nos llamó por los precios imbatibles que se anunciaban en la puerta.


Y esta bonita estampa junto a la entrada
Cometimos el error clásico de dejarnos llevar por el ojo, y pedimos 4 pizzas. Cuatro pizzas para repartir entre cuatro en USA... Cuando llegaron, cada una tenía tres dedos de espesor de quesazo. Pudimos con ellas, por nuestros santos cojines, pero salimos de allí luchando por respirar.



Tras un breve paseo por el pier intentando bajar aquello, el ticket de aparcamiento se agotaba y tuvimos que largarnos de allí. Paramos en una gasolinera en las afueras para que el señor Barrenos solucionara sus problemas logísticos, lavamos el coche y continuamos hacia Monterey, bordeando la bahía con su mismo nombre.
En una hora recorrimos las poco más de 50 millas que hay entre las dos ciudades. Y aquí empezó la odisea. Como eran alrededor de las 5 y ya estábamos en el sitio donde pretendíamos quedarnos a dormir, decidimos buscar motel, instalar el campamento por esta noche y bajar a conocer la zona de Cannery Row con calma.
Como hacíamos siempre, buscamos los Best Western de la ciudad en el GPS, que suelen estar en zonas con gran concentración de moteles, y si fallan, ya nos guiamos a ojo por los carteles. Bien, el primero estaba completo. Fuimos al segundo, que estaba junto a un recinto donde parecía que se estaba celebrando Woodstock 2012 por la música y follón que había. Al tío le quedaba una habitación, por la que pedía $185. Tras discutirlo en el coche, nos largamos de allí pensando en encontrar algo más barato. Y esa fue la peor decisión que pudimos haber tomado.
porque durante las siguientes 4 horas nos íbamos a recorrer todos los alojamientos de la ciudad. Para nada.


Lo único bueno fue que nos conocimos hasta el último rincon de la ciudad. Hasta la casa de este enamorado de los beetle rat-look
Tras los primeros 10 que encontramos llenos, dejamos de ir preguntando uno por uno, ahora tirábamos el coche en cualquier lado y cada uno iba a preguntar a un par de sitios, pero todos estaban sold out. Tiramos el listón de la calidad al suelo y ya estábamos dispuestos a pagar 50 0 60 dólares más, pero ni aún así había manera.
Empezamos a preguntar en sitios realmente turbios, en los que al contrario de lo que parecía lógico, se nos subían a la parra más que ninguno. No recuerdo el nombre de éste, pero el señor Tuercas entró a preguntar en uno regentado por indios de los de La India. Desde dentro de los cristales nos levantó el pulgar haciendo la señal que llevábamos esperando 4 horas, así que me acerqué para hacer la reserva con la tarjeta que usábamos para todo aquello. Aquella india en aquella recepción de motel oliendo a curry como si fuera una cocina nos pidió unos inolvidables $289 por una habitación con dos camas individuales y un sofá. Miraba a mi alrededor y no daba crédito, tuvimos que repetirle tres veces la pregunta: “I don't understand, are you saying $289?”. Era evidente que aquel festival/feria que habíamos visto de lejos había llenado hasta la bandera todos los alojamientos de la ciudad y los que aún tenían algún cuchitril libre nos tiraban la caña con tarifas que multiplicaban por 3 o por 4 las habituales.

Como no hay fotos de estas 4 o 5 horas, ponemos otra del escarabajo molón
Así que nos largamos de Monterey. Pero volviendo sobre nuestros pasos. Y es que hacia delante sólo quedaba Carmel (hogar de multimillonarios, coleccionistas de Rolls Royce y jugadores de golf, en donde directamente esperábamos que nos pidieran $500 por noche), y más allá 150 millas de carretera y acantilados en donde ni queríamos meternos de noche -porque era el plato fuerte de mañana-, ni seguramente encontraríamos una sola cama…
Y volvimos hacia el norte, cagándonos en Monterey, en sus moteles, en sus festivales y en su curry. Ahora aquellos $185 del Best Western, que ya se había llenado hacía horas, nos parecían un precio cojonudo. Con bastante poca fe preguntamos en un par de sitios en Marina, pero como seguían llenos, dentro de la influencia del bendito festival, tuvimos que tirar hasta Castroville, la capital mundial de la alcachofa.
Allí el señor Barrenos se bajó a preguntar en el Artichoke Inn, y le dieron un precio de $96 por los cuatro. Con internet y café por la mañana incluidos. No se discutió nada, allí plantamos el campamento por esta noche. El sitio era bastante cutre, casi al nivel de aquel Motel 6 de Tallahassee que tan lejos quedaba. Pero ahora ya nos parecía perfecto. Después de tirar a la basura 4 horas y pico quemando gasolina a lo pijo, habiendo preguntado en más de 50 sitios –aquí no exagero-, y habiendo desandado 30km de ruta, estas cuatro paredes parecían la opción más sensata.
Y en aquella habitación, con un internet que iba y venía como el Guadiana, jodidos por habernos fumado medio día, un poco tristones porque la cosa se estaba acabando, y rodeados de infinitos campos de alcachofas que veríamos al día siguiente, nos fuimos quedando dormidos. Menos mal que a la CA-1 le quedaba mucho por enseñarnos aún.

jueves, 1 de noviembre de 2012

DÍA 18: SAN FRANCISCO (3 de 3)

La luz que entraba por la ventana en la tercera mañana era más intensa, y no es que nos hubiéramos quedado sobaos y fuera mediodía, es que hoy parecía que podíamos soñar con ver algún rayo… quitamos del medio las duchas y nos lanzamos a la calle sin desayunar siquiera.


Sol, por fin!
Cogimos de nuevo el Durango y unos cafés y nos dirigimos con toda la fe del mundo a lo que no habíamos podido ver ayer. La cola que había para aparcar en Twin Peaks era señal de que hoy sí que se veía la ciudad. Haciendo buen uso de la flor en el culo que suele tener el señor Barrenos para encontrar un aparcamiento allá donde quiere, justo cuando pasábamos por el frente del mirador, un coche salía y nos dejaba amablemente su sitio. Desde Twin Peaks se ven perfectamente todos los barrios de la ciudad, con sus cuadrículas tiradas con escuadra y cartabón. Castro a nuestros pies, Market Street frente a nosotros hacia el downtown, los muelles, y hoy sí: el Golden Gate hacia el norte. Aquel café bajo el sol californiano con San Francisco a nuestros pies sabía a victoria.



Acabados los brebajes, salimos cagando leches hacia el Golden Gate. Al cruzarlo, no estaba tan despejado como esperábamos, sin embargo la niebla parecía disiparse hacia la bahía de Richardson, así que el lugar de suicidarnos a modo peliculero tirándonos por el puente, nos dirigimos hacia Sausalito.



Unos 5 km de bahía separan a Sausalito de San Francisco, pero aquí lucía un sol espléndido. Por las casas, los coches, los barcos y las tiendas, se ve a la legua que este sitio es hogar de gente acomodada con muchos millones en la cuenta corriente. Aparcamos donde pudimos -pagando, claro- y pateamos un poco junto a la costa.


Entrando a Sausalito
Un parking junto a la bahía
Hoy queríamos amoldarnos al horario yankee para que no nos pasara lo de ayer (todas las cocinas cerradas cuando empezábamos a tener hambre), así que nos compramos unos perritos en una heladería (welcome to USA) y nos los zampamos espantando gaviotas en un muelle de madera donde la muchachada local estaba a lo mismo que nosotros.


Esa cosa se supone que es una foca, al fondo: Alcatraz y San Francisco entre la bruma
Sobre las 2 y pico, desde aquí se veía el puente claramente despejado, sabiendo que esta ventana de sol se podía cerrar en cualquier momento, había que aprovecharla. Así que cagando leches de nuevo, fuimos directamente al mirador que hay en una antigua batería costera al norte del puente. El viento era el mismo que el de ayer, pero hoy el puente se nos mostraba entero, al sol, con sombras y todo eso que mola cuando le haces una foto algo grande. Por fin, coño, por fin…



Parecen juguetes...
Nos faltaba por visitar la zona de Haight con Ashbury, donde se concentra gran parte del personajeo hippy de la ciudad. Nota mental: es un sitio difícil para aparcar si vas en coche, pero no lo supimos hasta que nos tiramos un rato largo para aparcar nuestro autobús de cinco metros.



Haight-Ashbury merece la visita, pero hay que desterrar la idea de que puedes encontrar auténtica vida hippy –por lo menos en una visita de una tarde y sin guía nativo que te meta por los callejones adecuados-. Este barrio, más que un reducto de irreductibles naturalistas antisistema con gayumbos de esparto, es un centro comercial para los fans del hippy-look, con todas las banderas de colores, soles sonrientes y colgantes de marihuana que quieras, pero es así.



Agotamos el tiempo de la ORA sanfranciscana hasta el último minuto, y volvimos hacia nuestro barrio. Hay que decir que se pierde bastante tiempo en los desplazamientos por la ciudad en coche. Como no teníamos ni idea de los atajos o tráfico local, el GPS nos metía por donde le daba la gana, y más de una vez acabamos desembocando en calles completamente embotelladas, quemando largos ratos en el coche muy capullamente.


Otra calle de esas quemaembragues
Si, lo cazamos. Un buen Mustang verde del 66 (creo). No es el fastback, pero nos valió.
Habíamos dejado las compras de souvenirs para el último momento, y nos metimos al Pier 39 en plan “shut up and take my money”, de manera que en un par de horas todo estaba bastante solucionado. La cámara se quedó en casa así que de aquí en adelante ya no hay fotos.

Para cenar, hoy antes de las 9 como niños buenos, escogimos un garito que hay a la entrada del Pier. Un sitio con una terraza con hogueras en la puerta, persiguiendo la estética surfer vintage.

Para terminar la reventada, asesorados por la señora S, fuimos a probar unas cervezas locales a los bares de Washington Square, que nos quedaba a mano. En muchos sitios preparan la suya propia, y merece la pena probarla, pero es muy distinta a la que estamos acostumbrados a tomar en España. Casi no tiene gas y no la sirven muy fría. Así que tras dos tragos ya parece que te estás tomando un trinaranjus de cebada… hay que decir que nos gustaron, pero nada como una caña bien tirada de las de Madrid.

De vuelta a casa, los señores Tuercas y Bujías emularon a Steve McQueen y a los malos del Charger, persiguiéndose, saltando, corriendo y apostándose una cena en una carrera por las calles empinadas. Pero sin coche, en plan low cost y quemando grasa en vez de gasolina. Si, a pata…