La luz que entraba por la ventana en la tercera
mañana era más intensa, y no es que nos hubiéramos quedado sobaos y fuera
mediodía, es que hoy parecía que podíamos soñar con ver algún rayo… quitamos
del medio las duchas y nos lanzamos a la calle sin desayunar siquiera.
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Sol, por fin! |
Cogimos
de nuevo el Durango y unos cafés y nos dirigimos con toda la fe del mundo a lo
que no habíamos podido ver ayer. La cola que había para aparcar en Twin Peaks
era señal de que hoy sí que se veía la ciudad. Haciendo buen uso de la flor en
el culo que suele tener el señor Barrenos para encontrar un aparcamiento allá
donde quiere, justo cuando pasábamos por el frente del mirador, un coche salía
y nos dejaba amablemente su sitio. Desde
Twin Peaks se ven perfectamente todos los barrios de la ciudad, con sus
cuadrículas tiradas con escuadra y cartabón. Castro a nuestros pies, Market Street frente a nosotros hacia el downtown, los muelles, y hoy
sí: el Golden Gate hacia el norte. Aquel café bajo el sol californiano con San
Francisco a nuestros pies sabía a victoria.
Acabados
los brebajes, salimos cagando leches hacia el Golden Gate. Al cruzarlo, no estaba tan despejado como esperábamos, sin embargo la niebla parecía disiparse hacia la bahía
de Richardson, así que el lugar de suicidarnos a modo peliculero tirándonos por
el puente, nos dirigimos hacia Sausalito.
Unos
5 km de
bahía separan a Sausalito de San Francisco, pero aquí lucía un sol espléndido.
Por las casas, los coches, los barcos y las tiendas, se ve a la legua que este
sitio es hogar de gente acomodada con muchos millones en la cuenta corriente.
Aparcamos donde pudimos -pagando, claro- y pateamos un poco junto a la costa.
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Entrando a Sausalito |
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Un parking junto a la bahía |
Hoy queríamos amoldarnos al horario yankee para que no nos pasara lo de ayer
(todas las cocinas cerradas cuando empezábamos a tener hambre), así que nos
compramos unos perritos en una heladería (welcome to USA) y nos los zampamos
espantando gaviotas en un muelle de madera donde la muchachada local estaba a
lo mismo que nosotros.
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Esa cosa se supone que es una foca, al fondo: Alcatraz y San Francisco entre la bruma |
Sobre
las 2 y pico, desde aquí se veía el puente claramente despejado, sabiendo que esta
ventana de sol se podía cerrar en cualquier momento, había que aprovecharla.
Así que cagando leches de nuevo, fuimos directamente al mirador que hay en una
antigua batería costera al norte del puente. El viento era el mismo que el de
ayer, pero hoy el puente se nos mostraba entero, al sol, con sombras y todo eso que mola cuando le haces una foto algo grande. Por fin, coño, por fin…
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Parecen juguetes... |
Nos
faltaba por visitar la zona de Haight con Ashbury, donde se concentra gran
parte del personajeo hippy de la ciudad. Nota mental: es un sitio difícil para
aparcar si vas en coche, pero no lo supimos hasta que nos tiramos un rato largo
para aparcar nuestro autobús de cinco metros.
Haight-Ashbury merece la visita, pero hay que desterrar la idea de que puedes encontrar auténtica vida hippy –por lo menos en una visita de una tarde y sin guía nativo que te meta por los callejones adecuados-. Este barrio, más que un reducto de irreductibles naturalistas antisistema con gayumbos de esparto, es un centro comercial para los fans del hippy-look, con todas las banderas de colores, soles sonrientes y colgantes de marihuana que quieras, pero es así.
Agotamos el tiempo de la ORA sanfranciscana hasta el último
minuto, y volvimos hacia nuestro barrio. Hay que decir que se pierde bastante
tiempo en los desplazamientos por la ciudad en coche. Como no teníamos ni idea
de los atajos o tráfico local, el GPS nos metía por donde le daba la gana, y más
de una vez acabamos desembocando en calles completamente embotelladas, quemando
largos ratos en el coche muy capullamente.
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Otra calle de esas quemaembragues |
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Si, lo cazamos. Un buen Mustang verde del 66 (creo). No es el fastback, pero nos valió. |
Habíamos dejado las compras de souvenirs para el
último momento, y nos metimos al Pier 39 en plan “shut up and take my money”, de manera que en un par de horas todo
estaba bastante solucionado. La cámara se quedó en casa así que de aquí en adelante ya no hay fotos.
Para cenar, hoy antes de las 9 como niños
buenos, escogimos un garito que hay a la entrada del Pier. Un sitio con una
terraza con hogueras en la puerta, persiguiendo la estética surfer vintage.
Para terminar la reventada, asesorados por la señora S, fuimos a probar unas
cervezas locales a los bares de Washington Square, que nos quedaba a mano. En
muchos sitios preparan la suya propia, y merece la pena probarla, pero es muy
distinta a la que estamos acostumbrados a tomar en España. Casi no tiene gas y
no la sirven muy fría. Así que tras dos tragos ya parece que te estás tomando
un trinaranjus de cebada… hay que decir que nos gustaron, pero nada como una
caña bien tirada de las de Madrid.
De vuelta a casa, los señores Tuercas y Bujías
emularon a Steve McQueen y a los malos del Charger, persiguiéndose, saltando, corriendo y
apostándose una cena en una carrera por las calles empinadas. Pero sin coche, en plan
low cost y quemando grasa en vez de gasolina. Si, a pata…
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