Son las 7 y pico, no sé si el señor Tuercas ha llegado a cumplir sus amenazas
de bajar a fundir su tarjeta de crédito al casino a las 4 de la mañana. Me giro, parece
que no, porque ronca como una locomotora de la Union Pacific en la cama de al
lado... Menos mal que ningún matón ha venido a buscarle para enterrarlo por sus deudas en el desierto
del Mojave.
Tenemos que empezar a
movernos. El horno de Death Valley ya nos espera calentándose a unas 100 millas
y no queremos que se nos haga de noche allí, sencillamente porque no hay muchos
pueblos ni sitios para buscar un motel.
Cerramos las maletas, cada día con más dificultad por la
cantidad de souvenirs que vamos acumulando, y recargamos la nevera con hielo
como para una fiesta con Roberto Carlos y su millón de amigos. Suponemos que
durante las millas de hoy vamos a marcar las máximas temperaturas del viaje, y
a nadie le apetece beber caldo de Tampico en medio del desierto.
116 Km |
Atravesamos el casino en el que ya (o todavía…) hay gente
jugando y nos dividimos; dos vamos a hacer el checkout, y dos van a pedir el
coche (que no tenemos ni idea de dónde nos lo han aparcado). Todo va como la
seda (salvo el puñal que nos clavan en la espalda con las tasas), así que cargamos
el equipaje y nos despedimos del hotel. Antes de salir de Sin City, decidimos
aprovechar la hora temprana para ir al cartel junto al aeropuerto. Si hay
alguna pareja de recién casados haciéndose las fotos ahora, es que han pasado
por el altar a las 6 de la mañana y entonces fijo que son Elvis con Marilyn, o
Spiderman con Winnie the Pooh, así que por lo menos la espera en la cola va a
ser más divertida.
La gasolinera lowcost que hemos puesto en el GPS para
repostar no quiere aparecer, y acabamos dando vueltas en un enorme parque
empresarial al norte de Las Vegas, pero no vemos nada que se parezca ni de
lejos a un surtidor. El supuesto precio no era más que 3 o 4 céntimos mejor que
las de los alrededores, así que no merece la pena perder ni un minuto de más.
En la primera estación que aparece llenamos el depósito y compramos unas
galletas y un (sorprendentemente cojonudo) batido de chocolate para desayunar.
Por delante hay 120 millas sobre la I-95 hasta Beatty, donde
tendremos que girar hacia el oeste para meternos en Death Valley por Rhyolite.
En estas dos horas de autopista por el desierto pasamos por delante de una
cárcel y de una base aérea… esto parece un decorado de película, hasta los
carteles que unas millas antes te dejan bien claro que si recoges a algún
autoestopista, la vas a liar.
Una de tantas pasadas que te pegan a 140 estos amigos |
Un poco antes de Beatty, en Lathrop Wells, paramos de nuevo
a reponer los galones que hemos gastado hasta aquí. Aunque en Death Valley hay
alguna gasolinera, como veríamos después, pagas tu falta de previsión a unos
desorbitados $2 extra por galón. Cualquier cosa que no sea entrar con el
depósito hasta arriba en el valle es hacer el capullo, por pasta y por lo que
pueda pasar.
En Beatty tomamos la 374, que se dirige de frente hacia
California. A unas 3 millas del pueblo sale a la derecha el desvío hacia
Rhyolite, el pueblo fantasma que tenemos en la agenda desde hace meses. No hay
que recorrer muchos metros por esa carretera para empezar a ver movidas
extrañas.
A la entrada del pueblo nos recibe el “museo” al aire libre de Goldwell, con esculturas de todo tipo desperdigadas sin ningún orden aparente. Probablemente ninguna de estas piezas destacaría en una galería de arte, pero el entorno en el que te las encuentras hace todo lo demás.
Bajamos del Durango y damos una vuelta, con cara de poker,
cada uno por su lado, con calma porque el calor todavía no asfixia y sopla algo
de viento. El suelo está sembrado de chapas añejas y tornillos oxidados,
mezclados con cristales y chatarras variadas más actuales; tiene pinta de que
por aquí viene gente muy turbia.
Pues estaba vacío a pesar de ser free, bienvenido a Death Valley... |
Pero qué cojx%$S...? |
Aham... |
Este Impala ya había dejado de correr hace unos cuantos años |
Un amigable cartel avisando de la presencia de serpientes de cascabel |
Lo que queda del banco |
Algo más de media hora en Rhyolite es suficiente, así que
volvemos a la 374 para entrar en el Parque Nacional y cruzar la frontera con
California. Tras un risco, aparece a nuestros pies el valle de
Badwater. Un desnivel de 1000 metros se desploma en frente de nosotros, la carretera es en una interminable y ondulada cuesta abajo hasta donde alcanza la vista.
Empezamos el descenso y el horno empieza a funcionar. Vemos
como el termómetro sube implacable, un Fahrenheit con cada curva. Antes
de llegar al cruce con la 190, ya estamos a 111ºF, unos 44ºC.
En la bajada nos cruzamos con varios Mercedes
Benz en pruebas. Nos pareció entrever algo con la forma de un clase A, algo
parecido a un CLS y otra berlina, tapados con lonas negras, cargados de ordenadores y sensores, y subiendo
a fuego. No había piedad alguna con esos coches.
Ya en la parte baja, vamos primero hacia Zabriskie Point,
atravesando el oasis en Furnance Creek. La carretera vuelve a ganar altura,
pero la temperatura no baja. El goteo de grados no paraba, y con cada uno que
ganaba el termómetro había aplausos dentro del coche, y foto al indicador. Pasamos
de los 48ºC, ilusos, ya nos tocaría salir del aire acondicionado en breve…
Desde Zabriskie Point se ve parte del valle, pero si es un sitio famoso es por las formas y colores de las rocas que lo
rodean. Aparcamos cerca del camino que lleva al mirador y abrimos las puertas.
Creedme, no hay palabras para describir aquello. Rhyolite era el polo a su lado. La sensación era como la de
estar en una sauna, pero sabiendo que no hay una puerta para salir cuando ya te
mareas del calor…
119ºF son 48,3ºC |
Caminamos hasta el mirador, y logramos permanecer allí unos
10 minutos, merece la pena. No sé a los demás, pero a mí se me ha quedado bien
grabado el primer contacto con este calor y paisajes extraterrestres.
Seguramente como a la pirada de turno, que apareció de repente con una sudadera
abrochada hasta el cuello y se puso a reflexionar sobre la paz mundial en plan
buda encima de una roca…
Ahí está, persiguiendo el hervor que le faltaba |
Aquí le encontramos utilidad (además del vacile) a una de
las pijadas que tenía nuestro Durango, el arranque remoto. Desde 100m te permite
poner el motor en marcha (y lo que es más importante: el aire acondicionado),
así que cuando ocupamos los asientos, aquello ya no era un microondas.
Asaltamos la nevera y seguimos hacia Dante’s View, a unas 20 millas.
La carretera sube sin parar, aquí los desniveles no son
ninguna broma. Acabamos de pasar por la cota cero antes de Zabriskie y el vamos
hacia el mirador que domina el valle a unos 1.670m de altura, hay pocos
respiros para nuestro Dodge hasta allí arriba.
Por lo menos, la temperatura ahora sí empieza a bajar. Poco a poco,
vuelve a ponerse en niveles de verano español. Ver cómo el indicador descendía
de los 100ºF (38ºC) casi parecía un regalo del cielo.
Tras las últimas cuatro curvas de la carretera, dignas del
Angliru, llegamos a Dante’s View. El mirador está justo encima de Badwater, y
ofrece la mejor vista del Death Valley que tuvimos en todo el día. Además, los
30ºC y el vientecillo que corría permitían quedarse tranquilamente observando
la desolación a nuestros pies. Y pensar que la gente hace 100 años cruzaba este
desierto con carros y carretas…
Echamos un rato largo sólo mirando, porque aquí no hay otra
cosa que hacer. Bueno, también vacilamos con lo del arranque remoto a un alemán que
pasaba por delante de nuestro coche… nos ha gustado la pijada, hay que reconocerlo. Y emprendimos el
descenso hacia Badwater, que en línea recta estaba ahí abajo a un par de millas, pero por
carretera eran más de 40.
Fue un trayecto de más o menos una hora. Volvimos a la 190,
y pasamos de nuevo junto al cartel que marcaba el nivel del mar. Nuestro desvío
hacia Badwater seguía bajando…
La temperatura subía como si nos acercáramos a la boca del
infierno. Acercabas las manos a las ventanillas del coche y aquello quemaba. A
una milla de Badwater, el termómetro nos regaló la máxima del viaje: 122ºF,
aquí teníamos los 50ºC clavados.
En Badwater bajamos del coche, porque hay que bajar, no porque nos lo
pidiera el cuerpo. Aquello ardía, no creo que haya otra palabra. Puede que en
Zabriskie Point soplara algo de viento, aquí ni eso. Para hacerse una idea: en
el resto de sitios sofocantes donde hemos estado se notaba el calor que salía
bajo el coche cuando parábamos y nos bajábamos, pero aquí no, porque
directamente todo el aire que se quedaba quieto a nuestro lado estaba a esa temperatura.
Detrás de nosotros aparcaron 4 o 5 Chevrolets camuflados
también en pruebas. No me quiero imaginar la vida de un coche condenado a este
sitio… de hecho, el señor Barrenos nos recordó que muchas compañías de alquiler
no te prestan sus vehículos si se enteran de que los vas a meter por aquí.
Bajamos estas escaleras hacia la explanada blanca que reflejaba el sol como un espejo (si te olvidas las gafas de sol en el coche, la tortura
es doble) y caminamos un poco hacia la nada. El suelo es como una mezcla de sal
y barro endurecido, medio empapado de agua, muy raro.
Sólo llevamos 5 minutos deambulando por aquí cuando calor
empieza a afectarnos, por lo que nos vamos recogiendo hacia el coche. El señor
Tuercas y yo nos quedamos un poco atrás para hacer alguna foto al charco de
agua salada donde se supone que si buscas un poco encuentras el Pupfish. De
hecho un grupo de estudiantes de biología de una universidad estaban merodeando
por allí por allí con todo el kit de exploración encima, pero parece que el
pececillo en cuestión no se dejó ver…
Badwater a la izquierda, los Chevys a la derecha y el señor Barrenos -le costó separarse del aire acondicionado-, al fondo |
Pie de foto? CALOR |
Esa chapa azul en el medio de la foto es el cartel que marca el nivel del mar, y está 86 metros por encima de nosotros |
En total no aguantamos más de 10 minutos en esta sartén. Llega
un momento en el que por más que lo intentes, tu cerebro sólo piensa en agua,
sombra y fresco. En nuestro caso: Tampico, Durango y aire acondicionado. Oh sí…
A la vuelta nos metimos por la Artists Drive, la carretera
de sentido único que da acceso al Artists Palette. La estrechez de la calzada encajonada
en muchos tramos aumenta la sensación de estar perdido en el culo del mundo, si
falla algo en este cacharro en el que vamos sentados, vamos a tener un problema
muy gordo. Mientras tanto, el señor Barrenos va grabando el paseo con la GoPro
sacada por una rendija de la ventanilla, notando como la piel de su mano se
churrusca a fuego lento…
Artists Palette: como siempre, los colores salen mejor en directo... |
Antes de Stovepipe Wells hacemos una parada junto a las
dunas de arena que aparecen a la derecha. La temperatura ha bajado, sí: de los
50 a los 48ºC, así que el resto de gorilas se quedan en el interior del coche
mirándome mientras disparo cuatro o cinco fotos.
La carretera sube, y baja, y vuelve a subir unos puertos interminables,
con el termómetro siempre acariciando los 120ºF. Si el Durango tuviera lengua,
la llevaría fuera. No se me ocurre otro sitio donde acortar la vida de tu coche
más rápido.
Tras dos horas, y con el sol ya bastante cerca de las
montañas del horizonte, parece que divisamos la salida de Death Valley. Frente
a nosotros aparece un valle verde, y detrás de él las cumbres descomunales de
Sierra Nevada. Bien, la idea por hoy es recorrer unas 60 millas por este valle
hasta Bishop, que lo de pasar la Sierra Nevada ya lo dejaremos para mañana.
50 grados y que apaguemos EL QUÉ? |
En una hora más o menos por la 395 llegamos a Bishop, un
pueblo bastante curioso donde nos esperaban en el Vagabond Motel. El nombre del sitio no
presagiaba nada bueno, pero lo que nos encontramos al llegar fue más que
correcto. Y encima presentando la tarjeta de la habitación en el Denny’s de
enfrente, nos harían un 10% de descuento.
Si habéis leído toda la entrada con atención, os habréis
dado cuenta de que en Death Valley no comimos nada. Ni sándwiches estilo “On
the Road” ni leches… el calor nos hizo un nudo en el estómago. De manera que la
cena en aquel Denny’s fue bastante salvaje, para qué negarlo. Un grupo de franceses nos miraba flipando desde la mesa de al lado, seguro que pensaban que éramos de Amarillo. Sin embargo, al terminar, el
señor Bujías y yo nos tuvimos que dar un paseo hasta el otro lado del pueblo
para bajar la panzada.
De vuelta en la habitación, volvimos a la rutina viajera:
preparamos la etapa de mañana, buscamos una gasolinera barata en los alrededores
y poco a poco nos fuimos quedando filetes. Hoy han caído 700Km de desierto y eso
casca. Y si no que se lo digan al Durango, si lo hubiéramos dejado a dormir dentro de la piscina del motel sería el hierro más feliz de California.