viernes, 7 de diciembre de 2012

DÍA 20: CASTROVILLE - SANTA BARBARA

Millas recorridas: 268

Con las primeras luces de la mañana estábamos saliendo por la puerta de nuestra habitación y viendo aparecer frente a nosotros los gigantescos campos de alcachofas que rodean el pueblo. Alcachofas, sí.

La maravillosa vista desde la ventana
Con ganas de desaparecer de allí y dejar el mal rollo de ayer atrás, cargamos el coche y fuimos a la recepción a devolver las llaves. Allí mismo arramplamos un café con unos bollos que había en una esquina (supuestamente el comedor). El Artichoke Inn sería cutre, pero por cuatro duros -cosa difícil en California-, cubrimos las necesidades básicas del gorila, así que yo no lo puntaría mal, ni mucho menos. Sobretodo viendo que ayer casi habíamos asumido lo de dormir en el coche.

Artichokes y más artichokes...
Anduvimos el camino desandado hasta (la bendita) Monterey, y retomamos la ruta donde había quedado ayer. Nos dirigimos a la 17 Mile Drive, una carretera de pago que te mete atravesando bosques, campos de golf y mansiones de hipermillonarios para sacarte a playas de arena blanca bañadas por el Pacífico.

Los bosques, los campos de golf, el millonario...
...y la playa
Bordeando la costa llegamos al Lone Cypress, el símbolo de la comunidad de Pebble Beach. Fotos de este viejuno ciprés solitario agarrándose con uñas y dientes a la roca mientras su perfil se recorta sobre el océano, salen cada dos por tres en las webs de fondos de pantalla.



Atravesamos Pebble Beach, dejando a la derecha la pradera donde se había celebrado hacía 4 o 5 días el concurso de elegancia automovilística más exquisito del mundo y entramos en Carmel.

En Carmel se ve pasta, pero no pasta hortera de nuevo rico, sino pasta con clase. La calle que recorrimos, Ocean Avenue, está salpicada de pequeños comercios con escaparates mimados hasta el último detalle, dedicadas a la pesca, a los coches clásicos, al golf...etc. Todo en un plan bastante alejado del típico comercio follonero de gran ciudad.


Aparcamos el Durango y curioseamos un poco entre aquellas tiendas. Carmel sin duda es una comunidad próspera y tranquila. Personalmente si estuviera podrido de pasta creo que no me importaría vivir aquí. Junto al mar, alejado de cualquier ciudad gigantesca y con mi garaje lleno de Ferrari de los '60, de esos de a un par de millones la pieza.

Una calle cualquiera de Carmel
Mientras los gorilas rumiábamos ideas de negocio para hacernos millonarios, el sol logró abrirse paso entre las nubes. Parecía que la fortuna quería sonreírnos de nuevo, porque entrábamos en uno de los tramos más espectaculares del Coast to Coast.


Oh si...
En las primeras millas pasaron por nuestras ventanillas Point Lobos y Garrapata. Y tras una curva, el Bixby Bridge.



Y recordando aquellas tardes de invierno rastreando la zona como posesos con el Maps, tomamos los primeros metros de la Old Coast Road, para tener una panorámica completa del valle, el puente y el océano detrás mientras nos cepillábamos un bote de Pringles que había aparecido en el maletero. El microbollo del Artichoke Inn era lo último que habíamos metido, y ya había bastante hambre...



La capa de nubes quedaba definitivamente atrás, así que por delante podíamos apostar por un día perfecto para recorrer la Big Sur. Una milla más allá del Bixby hay un ensanche en la carretera en el que puedes parar tranquilamente, mirar de dónde vienes, y dejar que se te caigan los huevos al suelo.


Esta carretera se recorre así. Vas como un niño pequeño pegado a la ventanilla con la boca abierta hasta que ya no aguantas más y paras para caminar hasta el borde del acantilado y mirar con calma. Cosa que suele pasar cada 5 minutos.


Seguimos hacia Point Sur, esa playa que se ve al fondo. Pasado ese peñasco, la CA-1 abandona el borde de la costa y se mete durante unas 10 o 15 millas por el interior, para volver a sacarnos a la parte más salvaje de la ruta.

Hoy sí que nos estaban dando una envidia muy cerda los de las Harleys

En esa roca cuadrada de ahí abajo habría unas 50 focas pegando voces
 Poco más adelante nos detuvimos en la playa-cascada de McWay para hacer una de las fotos del viaje.


Más millas alucinantes, y más paradas obligadas, no hay mucho que decir...



En Lucia, con los estómagos del revés, la democracia gorilesca decidió darle un último sablazo al bote y sentarnos a comer una hamburguesa en el Lucia Lodge. Por un puñado de dólares que resultó bastante razonable llenamos el buche disfrutando de esta panorámica. Una parada que no me cansaré de recomendar si alguien pide consejo.



...y dejamos una buena propina
Unas 6 o 7 millas más allá, sacamos otro comodín de la manga, fruto de las averiguaciones de tardes del invierno pasado. Nos desviamos hacia la izquierda por la Nacimiento Road, que tras cuatro o cinco horquillas de esas de freno de mano, nos puso a cientos de metros sobre el océano. Si hay fotos que describan perfectamente lo que es este tramo de la CA-1, son las que hicimos desde aquí.




Hay miles de fotos, pero tampoco queremos aburrir, así que avanzaremos rápido por esta zona en la que veíamos cómo el relieve iba suavizándose poco a poco.


Ya cerca de San Simeon, a los pies del Hearst Castle -que no subimos a ver-, paramos 5 minutos en Piedras Blancas a ver este santuario de elefantes marinos. Dejarse hacer fotos y echarse arena por encima fue lo único que hicieron. Envidia de vida.


Dejamos atrás los primeros pueblos medio serios que aparecían en cientos de kilómetros: Cambria y Cayucos, mientras al fondo se dibujaba el peñón y las tres chimeneas de la central de Morro Bay, donde hicimos una pequeña parada.



A partir de San Luis Obispo ya no tiene mucho sentido seguir sobre la CA-1, aquí nos encontramos con la 101 que es mejor opción y no hubo dudas en cogerla. Comenzamos a rodar por zonas mucho más pobladas y a atravesar ciudades como Pismo Beach o Santa María. En ésta última entramos en una zona comercial buscando una oficina de turismo y acabamos saliendo media hora después del outlet de al lado cargados de Levis a $30 la pieza y sin haber pasado por la oficina de turismo. Todo un clásico.

Mientras la última noche de ruta iba cayendo sobre el Durango, los gorilas dejábamos atrás estas suaves lomas antes de volver a ver el mar.


Ya de noche, la 101 volvió a encontrarse con la 1 junto al océano. Mientras tragábamos las últimas millas que nos separaban de Santa Bárbara -donde habíamos decidido dormir-, aparecían innumerables plataformas de petróleo a un puñado de kilómetros de la costa. En todos los estados por los que hemos pasado sacan petróleo bajo cualquier piedra...

En Santa Barbara, el fantasma de los moteles llenos planeó sobre nuestras cabezas un par de veces, en los dos Best Western en los que preguntamos. Sin embargo, a la tercera dimos con un Quality Inn bastante correcto por poco más de $120, con internet, desayuno y piscina. Aunque la habitación resultó ser de las más pequeñas del viaje, algo bastante incómodo para organizar las maletas para mañana.

Fuimos a cenar a un Denny's que había a tiro de piedra. Os diremos que nos llevamos bastante buena impresión de esta cadena, con los restaurantes abiertos las 24 horas y donde puedes comer bastante rico, (y casi sano) por muy pocos dólares.

A la vuelta aparcamos el Durango a la puerta de la habitación (hasta que no vuelves a España no te das cuenta de que eso no tiene precio) y nos fuimos al sobre la última noche que dormiríamos en suelo americano. Y más nos valía dormir bien, porque lo que nos esperaba mañana era el monstruo final de las palizas. O lo que es lo mismo: levantarnos en Santa Barbara, CA y acostarnos en Madrid casi dos días después...


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