sábado, 29 de diciembre de 2012

DÍA 21: SANTA BARBARA - LOS ANGELES (y vuelta a casa)

Millas recorridas: 132

Amanece nuestro último día en USA, todos estamos medio despiertos, pero seguimos dando vueltas; la pereza que da salir hoy de la cama no tiene nada que ver con el sueño, sino con la salvajada de jornada de viaje que tenemos hoy por delante.

Esta mañana lo de recoger la habitación no va tan rápido. Los bultos tienen que quedar hechos más o menos como van a ir en el avión, porque no parece buena idea lo de ponerse a organizar maletas en el aeropuerto de LA allá por las 8 de la tarde. Además, hay que darle un repaso a toda la metralla que hemos ido acumulando en los mil huecos para dejar cachivaches del Durango. Gran parte es basura, pero en este repaso aparecen varios tesoros olvidados.

Aparcado en el último motel, con 9.000 km encima en 3 semanas
Mientras comprimimos ropa, bolsas con souvenirs, folletos, ordenadores... la tele escupe imágenes de Isaac. Isaac es una tormenta tropical sobre la que llevamos oyendo runrún desde hace 3 o 4 días. Está levantando la alerta, bloqueando transportes y obligando a aplazar la convención demócrata al otro lado del país, allá por las tierras del Mississippi y Florida, desde donde sale nuestro vuelo mañana por la tarde para Madrid. Cojonudo.


La previsión la coloca sobre la costa oeste de Florida, entrando por Lousiana. Eso deja Miami y nuestro aeropuerto salvados por unas miserables 150 millas... de aquí a 36 horas, no parece tan descabellado que se desvíe y nos la líe parda.

Pero en esta costa, parece que California nos va a despedir con sol y calor desde primera hora de la mañana. Desayunamos en el comedor del motel y cargamos el coche.

Calculamos que nos quedan unas 120 millas de etapa de hoy; la aguja del combustible nos da unas 80 millas de autonomía, así que antes de salir de Santa Barbara repostamos $25 (unos 6 galones). Aunque no queremos dejar ni una gota de más cuando devolvamos el coche, nos vamos a meter en una ciudad que tiene tranquilamente 80 Km de lado a lado -ya nos podemos ir olvidando de la fabulosa media de consumo que traíamos hasta aquí.


Conducimos sobre la 1 y la 101, mientras los carriles se van duplicando preprando el terreno para la megaciudad que nos espera a la vuelta de la esquina. Seguimos por la 1 pegados a la costa y atravesamos Malibu.



Playas de arena blanca pasan por las ventanillas de la derecha, mezcladas con urbanizaciones de superlujo
y casas de madera montadas directamente sobre la playa, en lo que es la típica imagen del Malibu que todos hemos visto en alguna peli o serie.

Avanzamos hacia Los Angeles observando la fauna local: pijas de las de bofetón a mano abierta conduciendo Bentleys descapotables, unos "estudiantes" en Mustang amarillo haciendo el gilipollas con un plato de cartón...


Llegamos a Santa Monica, y aquí ya nos hemos metido en la ciudad. Calles, casas, semáforos y aceras se extienden sin solución de continuidad decenas de millas en cualquier dirección. Efectivamente, como tantas veces nos habían dicho, aquí sin coche no se puede vivir.




Le echamos un vistazo al pier de Santa Monica y como parece más de lo mismo, nos vamos hacia Venice. Aparcamos a un par de manzanas de la playa, tapamos bien el maletero, cruzamos los dedos para que ningún yonki nos reviente una ventana y nos dirigimos a la costa.


Hay gente, pero esto dista mucho del follón de nuestras costas mediterráneas en agosto. No parece que los angelinos acudan en masa a estas playas artificiales. Caminamos un rato, los míticos Baywatch con sus míticas casetas y sus míticos pick-up están ahí, pero tengo la sensación de que nosotros miramos para ellos más que ellos a nosotros.




Y llega el momento de celebrar la ceremonia de cierre del Coast to Coast. Volcamos la bolsa con la arena que traíamos con nosotros desde aquella playa junto al Seven Mile Bridge. Y tengo que reconocerlo, aquí se me caen los huevos al suelo de la morriña. Esas letras y esa pequeña montaña de arena blanca firman el final de estas 3 increíbles semanas.

Y coronando la montaña, un coco pocho caribeño que también ha venido con nosotros desde Florida


Sea como sea, estamos en LA y hay que aprovechar estas horas que nos quedan. Nos acercamos a un skate park, luego recorremos el paseo de Venice Beach que está lleno de piraos, y rematamos la faena deshuevándonos de los airgamboys en el gimnasio al aire libre que hay instalado junto a la playa...



Echadle un ojo al croissant aquí abajo a la derecha...
De vuelta en el coche, ponemos rumbo a Hollywood Boulevard. Son unos 25 Km, con esta distancia te haces Madrid de un extremo a otro, aquí si le echas un ojo al plano, no haces ni la sexta parte de la ciudad...

Guapo guapo...
Nos tiramos casi una hora en el coche (tomamos nota del atasco para cuando haya que ir al aeropuerto dentro de un rato) y metemos el coche en un parking bajo el Kodak Theatre. Salimos y nos encontramos con el principal atractivo para el turismo masivo de esta ciudad: estrellas en el suelo, carteles de películas en cada esquina, gigantescas tiendas de souvenirs, museos de cera, freaks disfrazados y mil tíos ofreciéndote el tour por las mansiones de los actores...


El señor Barrenos finalmente encuentra a su ídolo
Nuestro plan se quedó en ir por una acera y volver por la otra. Y mostrar nuestros respetos ante las estrellas de los más grandes. El grifo de los souvenirs no podía abrirse mucho, porque ya no quedaba casi hueco en la maleta.



De aquí decidimos subir al Observatorio Griffith, que estaba al lado. Al lado en términos angelinos, unos 6 o 7 Km. La visita a este sitio merece la pena, sales del follón de las calles, subes a la colina, y la panorámica de la ciudad es perfecta. Detrás de nosotros, la montaña; delante, 100 Km de ciudad hasta donde nos alcanza la vista, y eso que el día está claro -salvando la boina de mierda que Los Ángeles nunca se quita de encima.



Tras ventilarnos para merendar lo que quedaba en la nevera, llega la hora de poner en el GPS la última dirección del viaje. Tenemos unos 35 - 40 Km hasta LAX, nos sobra tiempo, pero no hay que forzar. Bajamos de la colina y nos metemos por el medio de la ciudad hacia el sur, atravesando la ciudad que hemos visto en miles de películas y recorrido en miles de horas de videojuego.

Un campo de petróleo en el medio de la ciudad... no hace falta decir nada más
Enseguida salta la reserva, un chivato que sólo habíamos visto cuando apuramos para llegar a la gasolinera más barata del viaje en Tucumcari, NM. Pues quedan más de 20 millas de ciudad, en medio de un medio atasco permanente...


Las millas de autonomía que indica el ordenador de abordo bajan 4 veces más rápido que las que caen realmente, y cuando finalmente llegamos a la central de National para devolver el coche, marca que queda gasolina para hacer unas 5 más. No lo hemos hecho nada mal...

Con un inmenso pesar en nuestros corazones gorilescos, descargamos el equipaje, y limpiamos cualquier rastro del Coast to Coast del Durango. Al empleado que nos lo revisa y hace los papeles, le damos una gran alegría al decirle que le regalamos la nevera que nos ha acompañado desde Gainesville, Florida.

El tío se lleva el coche hacia el parking repleto, y poco a poco perdemos de vista nuestro Durango entre aquellos cientos de vehículos. Nos da pena, aunque nuestro colega se va contento, con su exótica matrícula de Florida, probablemente tiene la mejor historia para contar de toda la terminal.

A partir de aquí ya somos cuatro turistas más tirados en el aeropuerto de Los Angeles con bolsas y maletas, que dieron sobrepeso (por bastante) en el mostrador de facturación. Tuvimos que trasladar muchos kilos de carga a las mochilas, y casi nos explotan las cremalleras en la cara. Al final, con un poco de cara de pena y comida de oreja a la tía del mostrador, el equipaje pasó el check-in todavía con algunos kilos de más.

A las 10 de la noche nuestro vuelo despegaba de LA rumbo a Washington. Y lo que nos permitieron ver las ventanillas del avión fue la imagen más espectacular del día. En cuanto tomamos un poco de altura, la envergadura de la ciudad apareció claramente a nuestros pies. La cuadrícula perfecta de calles, avenidas y autopistas iluminadas se extendía hasta donde llegaba la vista, y fue así durante 20 minutos de vuelo por lo menos...

Del resto del viaje poco más queda por contar. Por suerte Isaac está respetando Miami y no hay retrasos ni desvíos. Una escala al amanecer en Washington de un par de horas, y luego un vuelo de otro par de horas hasta Miami. Allí, 6 o 7 horas perdiendo el tiempo en el aeropuerto y al atardecer despegábamos rumbo a Madrid, donde aterrizamos por la mañana, sin duchar y casi sin dormir dos días después de habernos levantado en Santa Barbara...

Y madre mía, vaya sensación más extraña fue lo de subirse en aquél taxi canijo. Y volver a ver las estrechas autopistas sin arcén, las motos ratonenando entre el tráfico, los pitidos en cada semáforo, la ciudad entera oliendo a diésel...

2 comentarios:

  1. Hola, como te he leido todo el viaje y me ha encantado quería decírtelo. Un trabajo estupendo y me encanta como lo describes todo. Vivo por aquí, en el suroeste de Virginia y hemos hecho buena parte de vuestras correrias también. Lo has descrito formidablemente. Si tuviera algo que comentar sería que no visitar Santa Barbara fue un error pues es muy española y muy bonita. Demasiado? Claro que no se puede hacer todo. Gracias por las ideas, información e inspiración. COpiaremos cosas en nuestro próximo viaje el año próximo. Saludos, una asturiana.

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    1. Gracias! Entro en el blog de ciento en viento a refrescarme la memoria y acabo de encontrar tu comentario. Me alegro de que disfrutaras la lectura y espero que algún consejo te haya sido útil :)

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