martes, 23 de octubre de 2012

DÍA 17: SAN FRANCISCO (2 de 3)


El despertador sonaba por segundo día en San Francisco. Enroscándonos en la manta cinco minutos más, se hacía raro no tener que pensar en hacer maletas, cargar el coche o buscar gasolineras. Por extraño que les pareciera a nuestros culos, hoy no íbamos a meternos 400 millas de carretera.

La niebla seguía pegada a los tejados de la ciudad como un chicle a tu bamba nueva, pero queríamos ver el Golden Gate. De hoy no podía pasar. Puede que llegáramos allí y encima nos encontrásemos un mar de nubes bajo el puente, en una imagen de esas digna de póster. Como era una ruleta, nos la jugamos: nos metimos en el coche y salimos hacia el Pacífico. Hasta que no nos plantáramos frente al inmenso océano, ninguno de nosotros tendría la sensación de haber completado Coast to Coast alguno.

Parece que éstos tenían todavía más ganas que nosotros de llegar
Murphy y su ley no nos perdonaron, y al llegar al puente, la niebla era igual de densa que en el resto de la ciudad. A ella había que sumar un viento incesante, que soplando desde el Pacífico cargado de humedad, recordaba a días de otoño tardío en España. Los chubasqueros y sudaderas se estaban quedando cortos… fenomenal.

Me cago en Murphy...
Primero paramos en el Vista Point que hay nada más cruzar el puente. Aquí, un montículo al otro lado de la carretera nos paraba el viento y la niebla daba una tregua permitiendo ver un tramo bastante largo del Golden Gate. A pesar del follón que había, la presencia de este Mustang naranja conservado con mimo hizo que la parada mereciera la pena. Y es que hasta este mirador llegan todos los que se alquilan una bici en la ciudad, los que cruzan el puente caminando o corriendo y los vagos como nosotros.




Luego nos volvimos a subir al Durango y buscamos los miradores al otro lado de la autopista, que al estar sobre el montículo que se ve a la derecha del puente, ofrecen una vista completa desde bastante altura. Hay que decir que dimos unas cuantas vueltas extra a la Golden Gate National Recreation Area, y que acabamos en una especie de campamento Boy Scout en el Rodeo Lagoon, pero finalmente dimos con ellos. La niebla tapaba la mitad del puente, pero aún así, desde aquí uno sí que se hace una buena idea de las dimensiones de este monstruo de acero.


Dedicamos las siguientes horas a conocer zonas menos turísticas, a prestar nuestras ruedas y a despedirnos de nuestros anfitriones (una vez más: gracias, chicos). Y vimos cómo funcionaba lo de la niebla aquí: en cuanto nos metimos dos o tres millas hacia el interior, el cielo lucía un espléndido azul californiano...

Ahí estaba la muy perra, encima de la costa sin moverse un metro

Ya estábamos tardando en comernos un atasco californiano
A media tarde volvimos a aparcar a nuestro barrio, después de dar cuatro o cinco vueltas a la manzana, que aquí la cosa no era como en Texas…

Ojo a lo bien aprendido que tienen lo de dejar el coche aparcado con las ruedas hacia el bordillo... como no lo hagas, igual cuando vuelvas tú coche está en el fondo de la bahía.

Nos acercamos caminando hasta la Coit Tower. Está en un alto y si subes a su parte alta, debe haber unas vistas cojonudas. Sin embargo, viendo los $7 por barba que nos querían cobrar y la niebla envolvía el mirador de arriba, nos quedamos a sus pies.

Seguimos a pata hacia el centro por Little Italy, a los pies de la pirámide Transamerica, que por primera vez se nos mostraba completa.




Deambulamos sin rumbo un rato largo, nos cruzamos con algún individuo del faranduleo casposo español, y tras un par de horas, el hambre empezó a aparecer. Decidimos acercarnos por Market Street a la zona de la bahía, para ver la “estación” de ferries, y dejarnos caer en alguno de los restaurantes (cerdos o no, daba igual) de la zona.

Nos parecieron todos bastante caros para la economía del fondo gorilesco, que ya estaba con la luz de reserva encendida, así que seguimos caminando dejando a la derecha todos los Piers impares ordenados número por número. Por lo menos, siguen sin cobrar por hacer fotos.


Murphy nos daba una tregua de noche para ver entero el Bay Bridge
Ya eran las 9 y no eran los precios prohibitivos lo que nos echaba, sino que ya empezaban a cerrar todas las cocinas, decidimos apretar el paso y llegar al Pier 39, donde nos habían dicho que el horario se estiraba media hora más. Terminamos cenando sobre la campana, pero cojonudamente rico, picante y abundante en Mango’s Taquería & Cantina. Y si no preguntádselo al señor Tuercas, que entró en un trance devorador de salsas, sudando como un pollo, mientras los otros tres le mirábamos como quien observa un orangután en el zoo.

domingo, 14 de octubre de 2012

DÍA 16: SAN FRANCISCO (1 de 3)

San Francisco amanece neblinoso a través de las ventanas, como no podía ser de otra manera. Parece que hayamos pagado para que nos toque vivir todos los fenómenos meteorológicos típicos de cada estado: tormentas tropicales en Florida, calor asquerosamente pegajoso en Louisiana, tormentas de arena en el desierto, 50ºC en Badwater… cuesta creer que no haya sobrado la manta esta noche, cuando anteayer casi nos fundimos de calor dentro del coche.

No se nos ocurre mejor apodo para la ciudad
Mr.T iba a ser nuestro guía durante el primer día, ya que al día siguiente se iban de la ciudad. Así que tras un turno de desayunos y duchas un poco alargado, salimos a la calle a patear con pantalón largo y chubasquero...

Ojo al cartelito indicando la ruta de evacuación en caso de tsunami
Pero la primera vino directa a la frente. Papelito en el capó del coche. Nos acercamos a quitarlo pensando “mecagonlaleche Merche, hasta aquí que parecen civilizados te llenan el coche de mierdas…” pero al ver el sello del la ciudad en medio de un sobre blanco, nos dimos cuenta de que no era publicidad lo que teníamos entre las manos.

Abrimos el sobre: $72 de multa por aparcar en zona residencial… Pues efectivamente, rodeamos el coche y junto al él -y del tamaño de una paellera para 20-, nos damos de frente con una señal verde que lo ponía bien claro. Ayer con el frío, la niebla, la motivada y cien movidas más, no la vimos. Tras enseñar la receta al resto de gorilas y a Mr.T, pasamos rápidamente de la negación a la ira, y de ahí a la resignación. Por lo menos se podía pagar por internet y no íbamos a perder media mañana en una oficina del ayuntamiento. Aquí el que no se consuela…


Tras cambiar el coche de sitio, nos encaminamos al Fisherman’s Wharf. De repente nos vimos rodeados de asiáticos por todos los lados. Asiáticos preparando sopa de marisco (clam chowder), asiáticos taxistas, asiáticos camareros, asiáticos en las tiendas de souvenirs, asiáticos vendiendo corn-dogs… pero qué coño hicimos ayer entre Yosemite y SF? Rodamos diez mil millas?

Fisherman's wharf
Atravesamos una sala de juegos/museo mecánico con máquinas de videojuegos de las de hace 30 años donde había algún cacharro realmente curioso y salimos junto al USS Pampanito y el USS Jeremiah O’Brien, dos reliquias de la Segunda Guerra Mundial.

Este angelito mandó al fondo del Pacífico miles de toneladas de acero nipón
Caminamos un poco más junto a una playa desde la que se intuía a lo lejos la mitad de abajo del Golden Gate; y en Beach con Hyde St. nos dimos de frente con este tranvía, puesto aquí para que todo kiski se haga las fotos que quiera sin necesidad de jugarse un esguince de tobillo o una colleja del conductor.


De ahí al Pier 39 se llega en 5 minutos. Una vez allí pasamos junto a las plataformas donde se hacinan los leones marinos, que huelen a truño que tira para atrás y dimos una vuelta por el muelle. Como vayas con el bolsillo lleno y la mano rápida, aquí te puedes fundir la poca pasta que te quedara tras tu paso por Las Vegas.


Alcatraz: realmente parece que podrías llegar de cuatro brazadas, pero si te asomas al borde de la bahía, la velocidad de la corriente parece la de un río
Como parecía que quería salir un rayo de sol, nos la jugamos con algún mirador. Desplegamos la tercera fila de asientos del Durango -más por hacer la pijada que por necesidad real-, y callejeamos hasta el tramo revirado de Lombard Street. Éste fue nuestro primer contacto con el tipo de calles que todo el mundo tiene en la cabeza cuando piensa en San Francisco. No es broma ni exageramos cuando decimos que las hay con pendientes de 25º, que no subes en bicicleta ni de broma y que te cepillan el embrague del coche en dos días si no andas fino.


Lobard Street desde arriba
Después de bajar este tramo de Lombard Street, hubo que aguantar la cantidad de mamarrachos que había haciéndose fotos desde abajo, forzando las poses más peliculeras que vimos en el viaje. Si estuviera aquí aquel hombre de la lavandería de Lufkin, el que nos decía que en San Francisco sólo había piraos, nos habría puesto su mejor gesto eastwoodiesco en plan: “os lo dije, forasteros”.

Volvimos al coche, y atravesando Castro subimos hacia Twin Peaks, desde donde se supone que hay la mejor vista de la ciudad. Y digo “se supone” porque cuando llegamos a media altura de aquél risco, una niebla densa como aquella que tenía Bertín Osborne en Lluvia de Estrellas nos envolvió de nuevo. Perfecto… se veía algún edificio por allí, otro por allá… pero vistas, pocas.


La idea era habernos acercado hasta el Golden Gate, pero como ni siquiera veíamos ni un remache desde aquí, optamos por dejarlo para mañana. Pagar el peaje para ver niebla no parecía la mejor opción en esta mañana.

Decidimos aparcar de nuevo cerca de casa, comer algo por allí y patear hasta el centro. Nos acercamos por Stockton y Grant a través de Chinatown. De repente te metes en otra ciudad: los carteles, los olores, lo guarro que está todo, los gritos ininteligibles de un lado al otro de la calle… si te dicen que estás en Hong Kong te lo crees, seguro.


De aquí al cogollo comercial de San Francisco -Union Square y alrededores- hay sólo un par de manzanas. Como en cualquier centro de gran ciudad, encontramos las tiendas de todas las marcas que se te puedan ocurrir. De nuestro ir, venir, entrar y salir en tiendas, pocas cosas exóticas y americanas os podemos contar. En este aspecto, todo es bastante similar a este lado del Atlántico, hasta los precios.

Union Square
A eso de las 6 o las 7 fuimos a ver el ayuntamiento. Los sitios están a tiro de pequeño paseo, así que nos movimos a pata. Sorprende la enorme cantidad de homeless que te encuentras en esta zona, mucho mayor que en cualquier otra ciudad en la que hayamos puesto el pie. Íbamos sobre aviso, pero allí en directo es otra historia. La verdad es que no tuvimos ningún problema -lo de ir 5 tíos bien alimentados y crecidos da bastante seguridad-, pero si vas sólo o en pareja, la cosa puede volverse incómoda en algún momento.


En un trolebús brusco como un bocadillo de ladrillos nos acercamos hasta Hayes con Steiner, a las Painted Ladies, otra de las vistas obligadas de San Francisco. Allá detrás de la incansable niebla seguro que había un atardecer multicolor para hacer las mejores fotos del viaje, pero no, la niebla no se quiso mover de su sitio en todo el día.


Bajamos por Hayes hasta Divisadero y allí nos metimos en otro autobús con destino Castro. Habíamos pasado por allí en coche por la mañana, pero patearlo un poco no nos iba a hacer daño.


Castro es muy gayer, y un desmadre. En la plaza donde llegan los tranvías hay gente en bolas, sentados en los bancos tomando el sol (o la niebla en días como hoy). El barrio mola, hay establecimientos de todo tipo y muy peculiares que merece la pena visitar, sólo por ver hasta dónde puede llegar una idea absurda de negocio si la plantas en el lugar adecuado.



Desde aquí nos subimos en un tranvía de la época de los bisontes de Altamira, y nos fuimos con Mrs S. y Mr. T a cenar a un japonés. El viaje lo marcó el desfile de personajazos homeless con los que compartimos asientos. Desde un rubiales que se estaba desangrando por la frente o un par de negros puestísimos hasta las cejas, hasta una hippy pasada de vueltas que engullía un tupper de espaguetis con una mano más guarra que hemos visto en años. Si a todo esto le añadimos que Mr. T tiene más escrúpulos que Michael Jackson en una clase de spinning nos da como resultado una experiencia muy muy bizarra, sin duda.


El troncomóvil en cuestión
Sabíamos que la comida asiática en San Francisco era algo que no podíamos dejar escapar, y el restaurante donde fuimos en la novena pasó el examen con nota. Un sitio de esos en los que dejamos propina porque de verdad queríamos dejarla, no porque hubiera que hacerlo...



Ya en el sobre, de nuevo mantica hasta el cuello y la calefacción soplando aire caliente. Lo dicho: increíble.

lunes, 1 de octubre de 2012

DÍA 15: BISHOP - SAN FRANCISCO

Millas recorridas: 377

Tras la locura de neón de Las Vegas, volvíamos a nuestro sitio en todo un señor motel de carretera. Y hay que decirlo: la primera noche en California dormimos como benditos. El Vagabond Inn cumplió con creces. Acabo de rellenar la encuesta que te mandan los de la web donde lo reservamos y le he puesto un notable alto. Bishop es un pueblo tranquilo y está suficientemente alejado de Death Valley como para que la temperatura sea agradable. Desayunamos abundantemente pero poco variado (como ya era habitual) y a las 9 salíamos a la carretera, buscando la gasolinera barata de hoy, que estaba a la salida de Bishop.

El ultimo tramo de ayer lo hicimos junto a un río y esta era la tortilla de moscos que traíamos en el morro
La salida de Bishop
El Señor Tuercas se dio cuenta junto al surtidor de que se había dejado sus gafas en el motel. La verdad es que a pesar del desmadre que montamos en las habitaciones cuando llegamos, hay orden en el fondo y hasta hoy no se nos había olvidado ni habíamos perdido nada. Solucionado el tema de las gafas salíamos por segunda vez de Bishop un cuarto de hora más tarde hacia el oeste, por la 395.

Tonterías las justas...
La carretera tiene las mismas rectas infinitas que llevamos viendo a lo largo de todos los estados que han quedado atrás, combinadas con desniveles de tres mil y pico pies. Si hubiéramos empezado el Coast to Coast en California, habríamos fundido media tarjeta de memoria haciendo fotos por aquí; pero ya nos habíamos acostumbrando y sólo nos detuvimos una vez en un Vista Point.



A unas 60 millas, en Lee Vining dejamos la 395 y nos metimos en la 120 hacia el paso de Tioga.


La carretera del paso de Tioga está escrupulosamente mantenida, da gusto conducir por aquí; y las vistas a las montañas escarpadas que ofrecen las ventanillas de la izquierda son totalmente distintas a cualquier otra que hayamos atravesado hasta hoy. El paso nos pone a casi 10.000 pies (ayer estuvimos a -282) y vemos el termómetro por debajo de 70ºF. Son 3.500 metros de desnivel y más de 30ºC de diferencia. Si recurres al tópico de que “esto es un país de contrastes”, te podrán llamar pedorro pedante, pero es verdad.


En la subida nos pararon 5 minutos por unas obras, yo que iba conduciendo casi lo agradecí para poder echar una mirada con calma alrededor.

Eso de la izquierda por el medio del pedrero es la carretera

Para qué usar camiones si puedes cargarlo todo en un helicóptero
Dejamos atrás el cañón de Tioga y entramos en una zona más llana entre pinares. Hacemos paradas en el Ellery Lake y en el Tioga Lake para refrescar hasta los tobillos gorilescos, pero no más arriba. Aquello que planeábamos de darnos un baño apetece lo mismo que pegarse un tiro en el pie. Con decir que hoy llevamos el aire acondicionado apagado por primera vez en las dos semanas que van de viaje, supongo que basta para hacerse una idea.




Entramos en el parque de Yosemite y nuestro Durango surca los paisajes bucólicos de las praderas de Tuolumne. Estas moles de granito liso surgen como setas descomunales de entre los bosques y lagos.

Busca al escalador pirao...


Viendo que estábamos a sólo 200 millas de San Francisco y lo bien que íbamos de tiempo, fue por esta zona donde tomamos la decisión de llamar a nuestros anfitriones para ver si había problema en adelantar nuestra llegada un día. El problema era que el móvil del señor Barrenos decidió dejar de funcionar un mes antes del viaje y de paso borrar todos los contactos que tenía, así que había ponerse en contacto primero con España para pedir algún número de teléfono. Perdidos en el culo alto de California, de momento ningún teléfono tenía cobertura, así que tocaba esperar, pero siempre pendientes de las 9 horas de diferencia…

Otro baño hasta las rodillas en Tenaya Lake
20 millas más allá llegamos a Olmsted Point, y mientras el señor Barrenos le explicaba a una tía las maravillas de la GoPro (que traíamos con una ventosa en el techo), el resto nos asomamos al valle de Yosemite por primera vez.

De ahí veníamos...

...y hacia allí abajo íbamos. La Half Dome al fondo.
Desde el mirador parece que llegas a la parte baja en 5 minutos, pero el GPS decía que teníamos una hora de descenso hasta entrar en el valle. Y no mentía. De hecho fue más tiempo porque nos comimos alguna que otra paradita por obras. Eso sí, el descenso por esta parte de la 120 te sumerge en un denso bosque en el que parece que si te internas cuatro pasos para echar una meada, no vas a saber volver al coche. Aunque ya van 4.000 millas (unos 6.500Km) en el contador, carreteras como ésta hacen que estemos muy lejos de aburrirnos de conducir.

Pues en España nos ponen multas...


El tiempo corría en nuestra contra, seguíamos bajando y la cobertura seguía sin aparecer. ¿Cómo coño no va a haber cobertura en todo un parque nacional? Pues parece que de momento, no. El reloj se acercaba a las dos, las once de la noche en España, y ya empezaba a ser una hora un poco delicada para llamar sin dar un susto guapo.

El atasco más silvestre de nuestra vida
Finalmente, cerca de la entrada al valle, el móvil del señor Tuercas encuentra señal. Hacemos la llamada a España y conseguimos el número que buscábamos. Llamamos a San Francisco, ella está currando así que le llamamos a él. Aunque nuestro anfitrión (vamos a llamarle Mr. T) no nos descuelga de momento, ya no hay prisa, el horario con la costa del Pacífico ahora ya es el mismo que el nuestro y tenemos todo el día.

La entrada al valle
Cuando llegamos a la entrada del valle, la carretera se separa: se sube por la derecha del río y se baja por la izquierda. Con los dos carriles para ti y el tramo mimado hasta el último detalle, da gusto conducir por aquí. Lástima que sobren un par de toneladas de grasa en este Durango.

La carretera, el Capitán, y el ganado del parque (oh wait...!)
Rodeados de ciervos que no hacían el más mínimo amago de escapar de nosotros, aparcamos en unos ensanches que hay frente al Capitán y a la Bridalveil Fall. Estamos a finales de agosto, y  por la cascada sólo caía un hilillo de agua bailando al son del viento, pero imagínate estos 200 metros de caída en pleno deshielo de abril o mayo.

Si en la foto ya parece grande, en directo tienes que sujetarte la mandíbula porque se te descuelga

De camino a la base, nos cruzamos con los iluminados del día, que andaban a pedradas con la fauna del parque. Bueno, aunque igual la fauna eran ellos. En fin, mermaos los hay en todos los sitios… hasta aquí. Es un paseo de 10 minutos y una vez allí casi te puedes poner debajo del agua, así que sí, merece la pena.


Volvimos al coche, y subimos hasta el Yosemite Village, donde en un supermercado (a precio de oro), compramos la comida. Aquí abajo la temperatura ya era otra vez de verano, pero el fresco de las cumbres nos había hecho un agujero en el estómago. Ahora sólo faltaba por encontrar un sitio tranquilo para comer. Parece que había alguno cerca de la entrada al valle, junto al río…


El sitio apareció, y resulta que era a los pies del Capitán. Allí paramos, sacamos la nevera y nos fuimos a la orilla donde no había nadie. Hubiéramos tenido una comida tranquila observando el paisaje, pero los patos de Yosemite se encargaron de que no fuera así, usando su arsenal de chulería y tácticas de los Navy Seals para papear by the face. No vamos a contar lo que pasó (porque nos acabamos de meter con un par de energúmenos que andaban a pedradas con los animalillos...), sólo os diremos que finalmente comieron, no exactamente comida, pero comieron...

Ahí en medio están... reventándonos todo, hasta la foto
De ahí subimos al mirador de Glacier Point, lo que nos llevó casi una hora a pesar de que sobre el plano estaba al lado. Pero da igual el tiempo que te lleve, hay que subir a este balcón, y en las fotos se ve por qué.





Estábamos a más de 200 millas de San Francisco, y las primeras 60 a través de una carretera tortuosa plagada de furgonetas, caravanas y turistas de paseo, así que calculábamos unas 4 horas de viaje. Por esto, a las 6 más o menos nos metimos en el coche y pusimos rumbo a la costa.

Aquí posan hasta los coyotes
De vuelta por el valle nos sorprendió ver un grupo como de 50 o 60 personas mirando algo en un claro del bosque, con un par de guardas del parque vigilando el cotarro. Como llevábamos muy bien lo del “allá donde fueres, haz lo que vieres…” tiramos el Durango en una cuneta y nos bajamos a husmear. Lo que había era un oso, osezno más bien. Como a unos 40 o 50 metros entre la hierba alta. La guinda al día en Yosemite, alucinante…

Ya estoy ahorrando para un teleobjetivo, en serio
Lo que vino después fueron 3 horas largas de coche, primero por la 120 y luego por la 580. Y a oscuras desde poco más de las 8, por lo que no tampoco sabemos muy bien cómo eran los lugares que atravesábamos. A eso de las 11 circulábamos hacia el skyline iluminado de San Francisco por uno de los cinco carriles del Bay Bridge. Mrs.S, y Mr.T nos esperaban en su apartamento en los alrededores del Pier 39, así que no tardamos mucho en bordear la bahía y acertar con la calle.

Tras dar un par de vueltas a la manzana, aparcamos en lo que parecía un buen sitio (sí, aparcar en esta ciudad ya no mola tanto, olvídate de lo del sitio en la puerta), y abrimos las puertas del coche. Pero qué coño?!... la temperatura sería como de unos 14ºC, más la humedad, más el viento que soplaba… maldita sea, si ayer estábamos a 50ºC luchando por respirar. ¿Esto es el mundialmente mítico verano en California?

Como buenos gorilas, invadimos el salón de nuestra anfitriona y nos zampamos la cena que nos habían preparado. Ella tenía que currar y nosotros llegábamos reventados, así que no alargamos mucho la sobremesa. Por primera vez en dos semanas y pico la manta daba un calor que sentaba muy bien…